Hacía mucho tiempo que Violeta no oía hablar de colores, almas gemelas y todas esas tonterías que odiaba. Pero nada dura para siempre, ¿verdad? Estaba regando el jardín de su abuela, echando agua con cuidado en cada florecilla. Sabía lo preciosa que era cada una de las plantitas y que representaban una etapa importante de su vida. Las astromelias eran las flores que había utilizado en su ramo de novia, las amarillas conocidas como pimientos de invierno eran la flor de nacimiento de Violeta, el lirio tigre representaba el primer color que había visto cuando empezó a ver el mundo en color, entre muchas otras. Todas muy cuidadas y con significados especiales.
A Violeta le encantaba pasar tiempo en el jardín de su abuela. Le encantaba estar en contacto con la naturaleza, admirar los múltiples matices de color (no le importaba que aparentemente no viera los colores tal y como eran, porque de todos modos ya eran encantadores y hermosos) y sentirse en paz. Era tranquilo, acogedor y agradable. Y a ella le venía muy bien la tranquilidad después de los gritos de la noche anterior.
El sábado por la noche había sido la final del campeonato y nunca había gritado tanto como durante aquel partido de voleibol. Se sorprendió de que aún tuviera voz. Gritó en cada pase, en cada bloqueo, en cada ataque. Y gritó aún más cuando el árbitro pitó el final y el equipo de Chiara ganó. Lo celebraron hasta que no pudieron más. Su mejor amiga ya parecía menos nerviosa antes del comienzo del partido que en la semifinal, quizás aquella conversación de semanas antes había tenido algún efecto, pero al final del partido parecía haberse quitado un peso de encima. Así que la victoria llegó con un sabor aún mejor.
Y aunque estaba muy contenta con la victoria y con el hecho de que Chiara parecía más tranquila y más... ella misma de nuevo, sin toda esa presión interna, había sido demasiado ruido. Su mente ya se agitaba demasiado estas últimas semanas porque los últimos días de clase estaban cada vez más cerca, se iba a graduar y eso parecía cada vez más real y también aterrador. Así que el silencio y la compañía de las flores eran muy bienvenidos en estos momentos.
El canto de los pájaros, el viento en su cara, el sol besando cada centímetro expuesto de su piel, las flores que parecían sonreírle. Raros momentos de paz. Tan raros que pronto se vio interrumpido.
- ¡Vio! - y casi se le cae la regadera del susto que sintió ante el repentino ruido.
Chiara cruzaba a grandes zancadas la puerta de entrada de la casa de los Hódar y se adentraba en el jardín. Viéndola así, no parecía que hubiera jugado un partido intenso y ganado el campeonato la noche anterior. Violeta se sentía agotada, solo de animar; si hubiera estado en la cancha, seguro que hoy no estaría en pie. La forma física de la joven era realmente impresionante.
- ¿Así se entra en casa ajena? - preguntó, moviendo ligeramente la cabeza en señal de falsa desaprobación cuando su mejor amiga estuvo lo bastante cerca.
- No estoy entrando en casas ajenas, estoy entrando en la tuya.
La mayor sonrió y trató de disimularlo mientras volvía a colocar en su mano la regadera casi vacía. La otra señaló hacia las flores
- Todavía vas a asustar así a mis florecillas.
Oliver entornó los ojos como si no pudiera creer lo que estaba oyendo. Violeta se dio cuenta de que sus manos sostenían con cuidado una caja negra. Le dedicó una sonrisa de suficiencia antes de replicar
- Tus florecillas - el tono de voz acentuado al pronunciar esta palabra casi hace soltar una carcajada a la mayor, pero logró contenerla - nunca me tendrían miedo. Me adoran. Mira esa orquídea, ¡qué contenta está de verme!
- Es una bromelia, Kiki.
- Ah... - la expresión de suficiencia se desvaneció por completo para dar paso a otra más marchita y avergonzada.
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SoulMates
RomanceVioleta siempre había sido escéptica y nunca había entendido esa historia del destino y las almas gemelas; ¿cómo iba a colorear su mundo si ya lo veía en color?