Capítulo 16

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16 de octubre, 1781.

Querido Jisunggie.

Desde que ya nos estás, los días han sido mucho más duros y largos. Aún extraño cuando nos enfrentábamos al peligro juntos, sin importar lo que nos pudiera pasar. Siento que contigo era mucho más feliz, que podía desafíar con valentía cada obstáculo, haciéndonos cada vez más fuertes e invulnerables.

Conseguiré alguna manera de hacer que escapes de esa condena injusta, haré todo lo que esté en mi mano, para poder liberarte, Ji.

No soporto más esto.

Salir al exterior y saber que en cualquier momento pueden encarcelarme es mi peso de cada día, y se hace más grande y más grande. No consigo ver mucha esperanza en mí, Sung.

Aún sigues muy presente en mi mente, todos los días, a todas horas... Como el otro día, que ví a una ardilla y me acordé de ti. Se me escapó una lagrimita, pero no importa, porque la ardilla era hermosa.

Como tú.

De vez en cuando, me vienen a la mente recuerdos, como el de la playa, tú cantando el día de mi boda o aquella vez cuando no hablamos en mucho tiempo. Me pongo a llorar...

Si algún día lees esto, quería decirte que estoy bien, o eso creo. Estoy bebiendo mucho. No sé si es algo bueno. Intento controlarlo, pero no puedo. Cada día me levanto con dolor en el pecho.

El dolor de no tenerte, Jisung.

Algún día lograremos salir de esta y podremos ser felices. No es tu culpa, Jisung. No es nuestra culpa. Es culpa de ellos. No nos merecemos ningún mal por querernos, o eso creo.

Nuestras pulseras, aquel árbol especial y los recuerdos que creamos juntos se convertirán en lazos inseparables que permanecerán en nuestras memorias, para siempre.

Incluso cuando estemos en el más allá.

Tu gran amor, Minho.

Jisung

Algo más de un mes pasó desde que fui encarcelado.
En mi mente aún recuerdo aquel momento...

—¡Suéltenme! ¡Se lo ruego! —suplicaba a gritos, mientras intentaba soltarme del fuerte amarre de los dos guardias.

Cuando me tiraron muy bruscamente sobre un suelo duro y sucio con capas de mugre y polvo en cada rincón, mis manos temblaban y las marcas de las esposas estaban en mis muñecas, profundas y enrojecidas.

La celda era algo pequeña, una ventana enrejada situada en lo alto de una pared dejaba entrar un rayo de luz.

Aquella noche me costó demasiado dormir, no sólo por la delgada cama hecha de paja muy cerca del suelo, sino también por los pensamientos que aún rondaban por mi cabeza.

—¡Te odio, Isabelle! ¡Te odio, Felix! —gritaba antes de poder conciliar el sueño, al menos para poder liberar cómo me sentía.

Seguía sin creer que mi propio hermano me había metido en este fregado. Sigo sin poder hacerlo.

Los días me los pasaba pensando y pensando. ¿Cómo estará Minho? ¿Qué sería de su vida ahora? ¿Qué haré solo aquí? Preguntas como esas eran mi pan de cada día.

El Crepúsculo de los Inocentes [Minsung]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora