Salí al balcón, donde la noche me cuenta sus secretos, apoyé mis manos sobre la baranda, fina línea entre la vida y el abismo a 89 pisos del suelo.
Del bolsillo derecho de mi gabán de lana negra, cálido y grueso, saqué mi cajetilla de cigarros Gauloises que siempre han sido mi compañía. De entre todos, siempre hay uno volteado con el filtro hacia abajo, un diferente de entre los demás, como yo; es una acción deliberada. Una acción que empecé a frecuentar desde los 25. Si llego a compartir un cigarro y esa persona agarra el diferente a los demás, tendrá que comprarme una cajetilla de cigarros nueva. Ese es el trato, todo en una completa singularidad.
Un momento de paz. «Que solo obtuve con Vincent.»
Agarro uno de los que están en su posición habitual y cuento que tan solo me quedan 4. De mi bolsillo izquierdo reveló un encendedor.
Un gran espectáculo se despliega al encender el cigarro. El humo brota de mi boca envolviendo el balcón en un velo de niebla. La luz de la luna, como un faro en la oscuridad, ilumina mi figura, destacando la soledad de mi presencia.
Miro hacia la ciudad; todos sus habitantes son mis invitados desconocidos, contemplan mi función.
La brisa me envuelve, como un abrazo de alguien que ya no está. Recuerdo las noches pasadas, las risas y las lágrimas; solo quedo yo en este balcón, con mi cigarro y mi soledad. La ciudad, mi escenario, espera mi última actuación. La luna me ilumina con su luz tenue.
Vincent me llama desde el cuarto. Yo giro mi cabeza y lo veo a través de la puerta de cristal que separa el cuarto del balcón.
—Es tiempo de entrar.
—Lo sé...
—Vamos, mañana hay mucho por hacer.
—¿Y si... No...?
Dejo de mirar a Vincent a través de la puerta por un segundo y agachó mi cabeza intentando percibir el lejano suelo que se oculta entre la niebla. ¿Y si ya es suficiente? Inclino mi tórax hacia adelante y mi cuerpo comienza a dejarse llevar muy lentamente. Freno; mis manos se sostienen fuertemente, mis pies no están del todo listos para dejar el suelo. No estoy preparado... Regreso mi fuerza hacia atrás y con mi mano me quito el cigarro de la boca, lo dejo caer por el balcón y regreso a mi habitación.
—¿Lo intentaste?
—Sí...
—¿Por qué no te lanzaste?
—Miedo, tristeza, dolor...
—La tristeza es para siempre...
—Al igual que el amor...
—Si no puedes lanzarte del balcón... ¿Crees poder lanzarte hacia una mujer?
—¿Dejemos que el tiempo pase...?
—Claro, lo siento.
Vincent toma un poco de aire y lo suelta lentamente.
—Listo...
—Bueno. Mejor hablamos mañana, tengo que despejar mi mente.
—Descansa.
Me alejé de la pintura, apagué la luz y dejé las ventanas abiertas, todo para sentir el inhóspito clima y deleitarme con una noche estrellada.
Me senté en la cama, con mis manos hundí mi cabello hacia atrás y tomé un suspiro fuerte. Mi aire es frío y continuo. Levanté las cobijas y me acosté, tapé mi cuerpo de pies a cabeza y cerré mis ojos para olvidarla. Olvidarme del mundo por un segundo.
Vincent agachó su mirada y miró el bulto de la cama que temblaba sutilmente del frío. Su mirada cansada y sus ojos brillantes como dos velas en la oscuridad, por la luz de la luna que resalta sus sutiles pinceladas de colores azules.
Hizo un movimiento un poco brusco y suspiró, inclinó la cabeza y soltó una lágrima de óleo naranja que contrastaba con su piel. «Cuando la encuentres, me perderás. Espero que sea lo que busques.»
La luna jamás dejó de brillar en sus pupilas tristes...
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VINO TINTO
Romansa-Tú conoces mucho la soledad, pero estos son tiempos distintos, y lo que necesito ahora es con quién reír, festejar, necesito hacer cosas nuevas, no sé, como tomar una copa de vino en París de noche, cosas así para variar...