Capitulo 4

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—Sabes... ya puedo hacer esto solo, querido.

La voz de Alastor surgió como una súplica. Se encontraba recostado en la bañera caliente, desnudo, mientras Vox, arrodillado a su lado en los azulejos, le pasaba con suavidad una esponja por cada rincón de su cuerpo.

—¡Tonterías! He visto las muecas de dolor que haces cuando te mueves demasiado. A mí no me cuesta nada, lo prefiero así. Solo acepta este mimo, Al... después de todo, lo mereces.

La línea de la boca del demonio de la radio se apretujó, mostrando incomodidad y, a un tiempo, el prurito de manifestarla.

En realidad, Vox tenía varios motivos para mantener aquella complicada rutina del baño.

Por un lado, ahora que había disminuido el grado de morfina que le suministraba, era la única situación en la que podía vigilar la evolución de sus heridas sin resultar demasiado sospechoso. El hombro y la rodilla habían mejorado bastante, solo habían quedado algo torcidos, así que no tendría excusa para cortarle ningún miembro.

Por otro lado, sabía a ciencia cierta que el antiguo overlord detestaba con todas sus fuerzas las muestras de afecto físico como estas, de modo que esta tarea no era más que otra de sus pequeñas torturas.

Incluso, podía enlistar bastantes más razones a favor de su accionar. Gracias a la asiduidad con que abordaba esta actividad, por fin había conseguido quitarle al hombre ese olor a perro muerto que siempre lo había caracterizado. También servía para saciar la curiosidad morbosa que se había desatado cuando tuvo que desvestirlo el primer día que lo trajo a la mansión. El descubrimiento de que Alastor tenía más rasgos de venado además de la pequeña cornamenta y las extrañas orejas lo impulsaba a explorar una y otra vez todo en él. Parte de su torso estaba cubierto por una suave pelusa amarronada, la cual se hacía más esponjosa y prominente a la altura del pecho. Y... ¡tenía una cola totalmente adorable! Al parecer, se movía con relativa autonomía, porque cuando ayudaba a Alastor a incorporarse para empezar a secarlo con una toalla, la cola se sacudía de un lado a otro automáticamente.

Por lo menos, estas fueron las explicaciones que Vox se dio a sí mismo durante las primeras semanas. Luego del primer mes de baños casi diarios, comenzaron a volverse borrosas. Al final, tuvo que confesar que... simplemente disfrutaba de ese momento de cercanía con el demonio de la radio. Lo que no consiguió admitir fue que, poco a poco, había ido volviendo su tacto más ligero y menos invasivo. De alguna manera, su tolerancia a la expresión de disgusto de Alastor había ido bajando. Si antes le generaba una especie de euforia, ahora... le dejaba un mal sabor de boca que todavía no lograba comprender.

Cuando, durante una cena, trajo a colación su idea de instalar unos parlantes en el baño, para que la música de jazz ayudara a que Alastor se relajara mientras lo higienizaba, Velvette y Valentino intercambiaron miradas.

—¿Te das cuenta de que ese engendro macabro y sin gracia ya está en su habitación durmiendo, Voxxy? Ya deja las apariencias. No eres su puto marido.

Velvette lo desestimó con un gesto de la mano.

—Ay, Val, ¡Vox se está divirtiendo! Fruncir tanto el ceño te hace ver menos atractivo.

Estirando uno de sus largos brazos sobre la mesa, Valentino la tomó de la muñeca.

—¿Qué dijiste, enana?

Ella rio y torció la cabeza de modo perverso.

—Parece que alguien está un poco celoso —canturreó.

—¿Quién podría ser tan miserable como para envidiar a ese maldito miserable?

—Tu vocabulario se acorta cuando estás celoso, ¿lo sabías?

Mientras discutían, Vox se había ocupado en traer un vino de la bodega. En cuanto llegó al comedor, los interrumpió con su habitual sonrisa.

—¿Quién está para descorchar algo especial? Val, aquí todos sabemos que nada puede disminuir tu atractivo, y, Vel, también sabemos que eres la jefa, no hace falta que lo demuestres.

Con eso les arrancó unas sonrisas a ambos y pudieron retornar a comer sin intentar sacarse los ojos. Vox no volvió a traer el tema de los parlantes. Después de todo, perfectamente podría instalarlos sin necesidad de que nadie le diera su opinión al respecto.

En su torre de control, Vox hacía gala del más imponente multitasking. Producía shows televisivos, discutía con el equipo de contaduría, compraba algunas almas, revisaba las estadísticas y visualizaciones de todas las redes de su imperio y aún le quedaba un ojo disponible para echar un vistazo a las cámaras que había instalado por todo el sótano de su mansión y las partes de la planta baja a las que Alastor ya tenía acceso. Su capacidad de concentración podía ser increíble cuando ninguna emoción entorpecía su camino.

Por suerte para él y para el funcionamiento de sus empresas, por ahora estaba frente a un día tranquilo.

Alastor había dedicado dos horas a pasear de un canal a otro en la televisión de su cuarto a la búsqueda de alguno que solo pasara música (cada vez que lo encontraba, él se encargaba de interrumpir la programación y obligarle a cambiar de nuevo). Para el almuerzo, comió solo un tercio de las verduras congeladas que le dejó, pero no hizo ningún intento por obtener otro alimento del sirviente que llevó y retiró la bandeja. Dijo que dormiría la siesta y si embargo solo permaneció boca arriba con las manos entrelazadas sobre su estómago y la vista fija en el techo. En ningún momento amagó con revisar el contenido del suero, deshacerse de sus medicinas ni tampoco quitarse el pijama turquesa que sin dudas continuaba disgustándole.

Por la tarde, Val se había aparecido por su habitación, lo cual le hizo tensionar un poco los puños, pero resultó que solo pretendía jugar a las cartas con él usando su viejo mazo marcado. Vox analizó las expresiones de Alastor y estaba bastante convencido de que había reconocido todas las trampas de Val pero que no se las había enrostrado en la cara por cortesía. Ni siquiera se quejó cuando Val mostró las cartas ganadoras y soltó una carcajada triunfal.

¿Qué diablos pasaba con este nuevo Alastor? ¿Por qué era tan jodidamente amable e incluso obediente?

Cada vez que su mente iba demasiado lejos en la reflexión, surgía un lío en alguno de los sets que controlaba o un contrato que firmar o una falla eléctrica en alguna parte de la ciudad, por lo que dejaba que todas esas preguntas cayeran en la nada mientras regresaba frenético a su trabajo.

Querida Amnesia {StaticRadio}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora