Capitulo 7

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Por una vez, Vox estaba permitiendo que Alastor se entretuviera con un canal dedicado íntegramente a la música. Estaban sentados en el comedor, haciendo sobremesa luego de que Alastor tragara con dificultad la última de sus asquerosas verduras. El canal solo mostraba en la pantalla del televisor el título del tema y sus autores. Lo único interesante, en verdad, era el sonido y Vox no podía comprender del todo qué era lo que Alastor veía de atractivo en ello. Ya estaba pensando en una excusa para interrumpir la transmisión como siempre cuando el otro habló.

—No creo recordar que me hayas explicado en qué consistió mi accidente alguna vez.

Ouch. Una horrible forma de iniciar la conversación, en verdad. Vox se rascó la nuca y soltó una risa tonta.

—Ay, amor, es que ¿para qué recordar un momento tan desagradable? Hay cosas que es mejor olvidar.

Alastor bajó la mirada hacia sus dedos. Los cruzaba y descruzaba y, por un momento, Vox creyó que realmente dejaría el tema.

—Esa vez..., mencionaste una estación de radio.

Oh, mierda. Así que se acordaba bastante bien, ¿eh? "Bien, Vox, piensa, piensa", se dijo a sí mismo. En el trabajo, era capaz de convencer a su público hasta de que sus propias madres eran imaginarias, ¡le creerían lo que fuera! Pero con Alastor era diferente. Siempre lo había sido.

—Pues... ese era un hobby que solías tener, ya sabes, cuando estabas sano. Alguna que otra vez me pediste que te llevara a la estación de radio. Nada importante.

Con un dedo sobre sus labios, Alastor pareció reflexionar.

—Mmm. Es decir que en ese tiempo toleraba mejor el aire exterior.

Vox estiró sus brazos, simulando aburrimiento.

—Ya lo dije, estabas sano entonces. Y solo íbamos de vez en cuando, por una hora a lo sumo. En tu estado actual sería imposible.

—Claro. Comprendo.

Durante unos segundos, guardaron silencio. Alastor estaba cabizbajo. Ya no parecía prestar atención al suave jazz que los envolvía. Vox se puso nervioso. Debía hacer algo. Y solo le quedaba un recurso.

Lo tomó por los hombros y lo volteó para que quedaran enfrentados. Sus ojos grandes y expresivos contenían tal tristeza que se demoró más de lo planeado en activar la hipnosis. De todos modos, pudo darse cuenta de que no le afectaba. Incluso sin sus mierdas vudú, Alastor conservaba suficiente poder como para ser inmune a su habilidad (ya se imaginaba que así sería, era un imbécil por intentarlo). ¿Qué iba a hacer entonces?

Sin embargo, no llegó a hacer nada. Porque Alastor alzó una mano, acarició su mejilla rectangular y soltó una risilla suave.

—A veces te preocupas demás, querido. Está bien. No saldré al exterior. No volveré a ir a la estación de radio. —La caricia se convirtió en una palmadita y por un segundo los párpados de Alastor bajaron de modo tal que su mirada obtuvo el toque seductor y dominante que solía caracterizarlo—. Ni siquiera voy a pedirte copia de la llave con la que tu amiguito me deja encerrado aquí abajo cada día.

Un escalofrío recorrió a Vox. ¿Por qué sabía eso? ¿Cómo lo sabía? Se suponía que Val sería sutil, que nunca iba a notarlo. Pero lo más extraño era... ¿¿por qué se estaba comprometiendo a no pedirle la llave??

Mientras él intentaba procesar lo que había ocurrido, Alastor lo soltó y regresó su atención a la televisión.

—Ahora que hemos aclarado ese punto —continuó, sin mirarlo—, déjame disfrutar un poco más de la música. Seguramente no lo sabes, ¡pero es completamente excepcional que este canal funcione durante tanto tiempo!

Vox se desparramó en su silla y lo contempló tararear una melodía. Dios, Alastor era tan hermoso. Y podía perderlo. De un momento a otro podría perderlo. Porque Alastor sabía. Sabía que lo tenía secuestrado.

Aunque ¿para qué había dicho lo que había dicho? ¿Para hacerle saber que podría irse, si quisiera? ¿O para... hacerle saber que permanecía allí por su voluntad?

Estiró el brazo debajo de la mesa, buscando la mano que Alastor tenía apoyada en una pierna. La tomó a tientas, aguardando por el rechazo. Pero Alastor le permitió tomarla e incluso le dio un apretoncito amigable, sin apartar la vista de la pantalla frente a él.

Absurdamente más calmado ahora, Vox se dejó hundir en el jazz.

Vox revisaba una cámara de seguridad tras otra mientras atendía una llamada telefónica insufriblemente larga. Su secretario estaba otra vez revisando las fotos que creía tomarle a escondidas (como si alguien pudiera fotografiar al maldito demonio de los medios de comunicación sin su consentimiento), Velvette había tirado por la ventana a un empleado (nada fuera de lo común) y Valentino tonteaba con ese actorcito que le gustaba tanto, el tal Angel Dust. Alastor estaba solo, en uno de esos extraños y largos periodos en los que fingía dormir. Estaba recostado boca arriba, con las manos entrelazadas sobre el vientre. Durante un minuto de delirio, Vox se preguntó cómo se vería si pudiera estar embarazado. Casi escupe el café de la impresión que le generó su propia mente. Pero luego oyó algo que llamó su atención y pasó con el dedo las distintas cámaras hasta volver a la del cuarto de Valentino.

El sonido de todas las cámaras entraba en su circuito a la vez, en volumen bajo, para poder entender la llamada telefónica. Pero ahora subió el de la habitación de Valentino y bajó todo lo demás.

—¿Puedes dejar de hablar de ese maldito demonio de una vez? ¡Ya he tenido suficiente de él!

—¡Solo lo mencioné recién, Val, no sé a qué te refieres! Charlie está enviando esta solicitud a todos los overlords, llevamos meses sin encontrar a Sonrisitas pero ella había hecho un pacto con él, por lo que puede sentir que aún está vivo.

—¿Y a mí qué mierda me importa si ese puto creepy fue secuestrado por su adorador secreto o lo que carajos sea? Aunque tuviera la puta llave de la cárcel en la que tuvieran a ese sádico del carajo nunca te la daría, ni a ti ni a la princesa esa de mierda.

Angel Dust obviamente se había dado cuenta de que Valentino le estaba ocultando algo. Ese imbécil. ¿Y ahora le iría con el cuento a Charlie Morningstar? ¿Qué era ese papelucho que estaba enviando a todo el mundo? También a él le había llegado, pero no lo había querido mirar todavía.

Rebuscó entre sus documentos del día. Vaya. Era una orden real. Mmm. El lado bueno era que la persona que lo hubiera escrito no era tan hábil como él diseñando contratos. Había lagunas por todas partes. Debía de haber sido la misma princesa, esa cabeza hueca era demasiado buena como para prever los malos usos que podían darse a sus palabras. De modo que él encontraría cómo escabullirse de la exigencia de dar información sobre el paradero de Alastor.

El lado malo era que... lo estaban buscando. Todavía lo estaban buscando. ¿Qué pasaría si lo encontraban? ¿Qué iban a decirle todos esos fenómenos a Al respecto a él y al tiempo que llevaban juntos? Iban a negar su matrimonio, iban a negar lo felices que eran. Pero ellos ¿qué mierda sabían? Este era el lugar adecuado para Alastor, siempre lo había sido.

Apretujó el documento con rabia, mientras buscaba alguna cámara que enfocara a la princesa. Al parecer, estaba en su nuevo hotel, en una animada charla con su padre. ¡Ja! Después de todo, no necesitaba a Alastor para llevar adelante sus planes delirantes de redención. Ahora, el mismo Lucifer se encargaría de proveerle de los fuegos artificiales que precisara. ¡Que no jodiera, entonces!

Porque él sí precisaba a Alastor. Precisaba llegar a casa y que lo recibiera y darle un beso en la frente y poder incluso acariciar sus orejas. Precisaba darle su baño y recorrer sus cicatrices con el dedo y verlo acostumbrarse lentamente a su cercanía. Precisaba escuchar su voz y ver su sonrisa y sentir que en aquella situación inverosímil habían construido alguna forma de la confianza.

Vox ni siquiera podía soportar la idea de que le quitaran a Alastor. No..., nunca podría permitir algo así. Nunca.

Querida Amnesia {StaticRadio}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora