Capitulo 13

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Vox se acomodó el suéter frente al espejo. Era la primera vez que permitía a Alastor elegir su atuendo y se sentía entre emocionado e incómodo. El otro había rebuscado en los estantes de su armario hasta dar con las últimas piezas de la vestimenta que solía llevar hacía más de 9 años. Los ojos de Alastor se habían iluminado en cuanto las encontraron. ¿Acaso recordaba algo? Le aseguró que no, que simplemente le transmitían una sensación agradable.

—¿Por qué lo preguntas?

Vox había estado a punto de inventar una historia según la cual llevaba puesto eso la primera vez que se le había declarado. Bueno, no era un invento por completo. Pero tampoco era la verdad y Vox ya no tenía ánimos para agregar mentiras a su repertorio, de modo que descartó la pregunta con un gesto y cambió de tema.

En esta noche especial, la renovación de sus votos en honor de haberse cumplido ya 6 meses de supervivencia y recuperación para Alastor, Vox se veía tan similar como era posible al antiguo Vox enamorado que una vez había perdido al demonio de la radio para siempre. ¿Qué mejor símbolo de un nuevo comienzo? Esta vez, las cosas serían distintas.

Había preparado una cena que contenía los platos que Alastor realmente disfrutaba —y otros para sí mismo, porque, por muy sanguinario que fuera, Vox no disfrutaba de la carne cruda—, había apagado todas las pantallas de la sala, había sacado de su viejo baúl de recuerdos un tocadiscos con varios discos de jazz y había organizado una fiesta para Val y Velvette del otro lado de la ciudad, para asegurarse de que no fueran a interrumpir nada de esto.

El regalo estaba oculto debajo del mantel, de su lado de la mesa, y esperaba encontrar el mejor momento para dárselo. Se trataba de la radio que había comprado con anticipación, en cuya plataforma de madera había hecho tallar "eternamente tuyo", una frase que consideró lo suficientemente ambigua y, a la vez, lo suficientemente directa. No podía esperar a ver la reacción de su esposo cuando lo viera.

Revisó su reloj. Ya era la hora acordada, por lo que se apostó junto a la mesa, cubierta con velas y colorados pétalos de rosa, dispuesto a aguardar lo que hiciera falta.

Cuando Alastor apareció en el marco de la puerta, la mandíbula de Vox se desencajó. Se veía enteramente increíble. Llevaba una camisa color vino que le marcaba su preciosa cintura. A diferencia de su preferencia habitual, en esta ocasión había decidido dejar abiertos los botones superiores —sin duda para complacer a Vox, cuyos gustos anticipaba con una extraordinaria facilidad— e incluso asomaba por allí algo del suave vellón de su pecho. Había cambiado su peinado, atando algunos mechones en una coleta alta, lo cual dejaba descubierta su nuca, en la cual ahora crecía una pelusa rojiza que, por suerte, aún no había intentado rapar. Por último, el ajustado pantalón de cuero negro y las botas de tacón resaltaban no solo su elegancia natural sino, también, aquel extraño aire de seducción que había estado cultivando recientemente.

Alastor sonrió, evidentemente consciente del efecto que causaba, caminó hasta él con los pasos silenciosos de un ciervo y ubicó un índice debajo del mentón de su marido.

—Deberías cerrar la boca, ¿o acaso quieres manchar la alfombra con tu baba, después de haberte esmerado tanto en limpiar y adornar la sala?

El hecho de que le hablara tan cerca no ayudaba en nada, de modo que Vox tuvo que sacudir un par de veces la cabeza para entrar en razón.

—Es que, diablos, Al, te ves bellísimo.

—Por supuesto, ¿de qué otro modo podría verme?

¡Ah, la tradicional petulancia de su amado esposo! Nunca sabría por qué amaba que tuviera el ego más grande de todo el infierno, pero así es como era.

Querida Amnesia {StaticRadio}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora