Capitulo 5

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Cuando Vox llegó a la sala de estar de la planta baja que conducía al sótano en el que esperaba encontrar a Alastor, descubrió que alguien lo había dejado en su silla de ruedas junto a una ventana tapiada. A propósito, le había conseguido un modelo de silla antigua y dura que era casi imposible de mover para él, al menos mientras tuviera el hombro dislocado como todavía lo tenía. De modo que lo más probable era que Val lo hubiera abandonado allí con intención, quién sabía hacía cuánto tiempo.

Sin embargo, Alastor se veía sereno como de costumbre. Miraba hacia el frente, como si pudiera discernir el paisaje a través de los ladrillos macizos. Incluso sonreía un poco. Debía de estar viendo películas en su mente o quizás intentaba imaginar el mundo exterior. Vox esperaba que no sintiera mucha curiosidad al respecto, aunque comprendía que era una esperanza vana tratándose del demonio de la radio.

—¡Pero qué agradable sorpresa que ya hayas llegado, querido!

Vox no pudo más que sonreír ante ese recibimiento. Se acercó dando pasos largos.

—¿Me extrañaste mucho, bomboncito? —exclamó, poniendo el acento en aquel apodo cursi que Alastor odiaría desde el fondo de su corazón—. ¿Qué hiciste de interesante hoy?

—Oh, no mucho, ya te imaginarás, vi algo de televisión, comí mis verduras... pero ¿sabes? Necesitaba cambiar de aire al menos por unos minutos. De modo que amablemente ese amigo tan particular que tienes me trajo hasta aquí.

Era evidente que Alastor sabía el nombre de Valentino, aunque por algún motivo siempre ponía distancia en su manera de mencionarlo. Vox se apoyó sobre el respaldo de la silla de ruedas y señaló hacia la ventana.

—Bueno, no es la mejor vista de la casa, ¿no prefieres que te lleve hasta alguna de las televisiones? En el sótano hay una realmente grande.

Alastor se apuró a levantar el brazo sano para negar enfáticamente con un movimiento de la mano.

—No, no, por favor. No te tomes esto personal, querido, pero mis ojos precisan descansar un poco de las pantallas.

—Es difícil no tomarse eso como personal, Al.

Riéndose, Alastor dejó caer los dedos sobre el antebrazo de Vox y lo miró con coquetería.

—Mi devoto esposo no irá a dudar de mis sentimientos solo por unas retinas cansadas, ¿no es cierto?

De nuevo, Vox sentía la urgencia de responder con una sonrisa. Era terriblemente difícil mantener el control con ese bastardo. Con esfuerzo, decidió que era un buen momento para acariciarle una de sus orejas, ya que la tenía a la mano. Le generaría una incomodidad y él tendría la satisfactoria sensación de su pelaje en las yemas, era un ganar-ganar.

—Yo nunca pondría en duda nada sobre ti, amor.

Tuvo que abrir muy grandes sus ojos cuando oyó un leve ronroneo. ¿Acaso... ese había sido Alastor? Pero no llegó a corroborarlo porque, simulando acomodarse el cabello, el demonio apartó la cabeza y cortó los mimos.

—Y tienes mi agradecimiento por eso. Ahora, ¿crees que podría hacer una pequeña pregunta?

Ah. Ya se veía venir algo como esto. "Veremos en qué lío me metes con tu pregunta", pensó, intranquilo. Luego puso su expresión amante de siempre.

—Por supuesto, pregunta lo que necesites.

—¿Por qué están tapiadas las ventanas de todas las habitaciones a las que puedo acceder? ¿Y por qué mi habitación está en el sótano? ¿Esa siempre fue nuestra habitación matrimonial? No es muy cálida que digamos.

Claro. Sobre eso eran sus dudas. Ja. Como era evidente, "solo así puedo ocultarte de la maldita princesa Morningstar" no era una respuesta adecuada.

—Oh, eso... —Puso su mejor expresión de compasión—. Lo siento tanto..., no quise decírtelo antes para no sumar más desgracias, ya sabes, estás soportando tantos sufrimientos físicos...

—¿Y eso qué tendría que ver exactamente?

—Bueno..., el aire afuera... —Debía pensar rápido, vamos—. ¡El aire afuera está contaminado! ¡Eso es! Está contaminado a niveles terribles en verdad.

Alastor lo observó con suspicacia.

—No he visto que tú ni tus amigos utilicen mascarillas ni nada semejante...

—Es que... es que estamos acostumbrados, y como somos muy sanos..., podemos sobrellevarlo. Pero tú..., incluso antes del accidente, tu salud ya era frágil. Con solo unos minutos de estar afuera, empezabas a marearte. Y, ahora, con esas heridas... no hay manera de que salgas, Al. Sería muy peligroso para ti.

—Ya veo...

—Y por eso bajé allí nuestra habitación. Para protegerte.

—Mm-Hnn...

—¡No te preocupes, sé qué te cambiará esa cara larga!

Con entusiasmo forzado, Vox rebuscó en su maletín una caja de bombones que había comprado en el camino de regreso. Lo había hecho, al igual que otras veces, porque sabía que Alastor detestaba los dulces, pero ahora le parecía que también podían servir de distracción de este tema insoportable. Dejó la caja en su regazo, sonriendo como si le hubiera traído una cabeza de venado, y se quedó expectante de la reacción que generaría.

Alastor se demoró un momento inspeccionando el objeto solo con la mirada. Sin embargo, luego juntó las manos y habló con un tono dulce que Vox apenas si podía reconocer como suyo.

—¡Pero qué espléndida idea! Eres siempre tan atento, ¿quién diría que justo yo tendría al mejor marido de este mundo?

El impacto que generó en él la sincera ternura de su comentario no podía explicarse en palabras. El sistema operativo de Vox estaba al borde del colapso. A estas alturas, tuvo más de una ocasión para comprobar que los gustos del demonio de la radio se mantenían tal cual eran antes de perder la memoria. Era imposible que realmente le gustase la idea de comer dulces, ¡por completo imposible! Eso significaba que, por alguna causa insondable para él, Alastor... ¡estaba intentando darle una alegría! Hablaba de ese modo para mostrar su agradecimiento, para hacerle saber cuánto valoraba sus atenciones. Como si en verdad se sintiera en deuda con él (con él, ¡quien había permitido que se le dañara de forma permanente la pierna y por quien todavía no podía caminar sin ayuda!).

Alastor alzó despacio un bombón y lo acercó a su boca. Mierda, se veía tan sexy haciéndolo, eso solo añadía capas de sentido imposibles de procesar para Vox. Mordió apenas el borde, era evidente que se estaba esforzando por tragar aquel cúmulo de azúcar y colorantes, y sin embargo sonrió simulando satisfacción.

—Oh, vaya, incluso están más deliciosos que los últimos que habías traído.

La pantalla de Vox continuaba congelada, de modo que Alastor se preocupó por él. Le tocó el brazo con un dedo, dubitativo pero aún con esa especie de flirteo tan propia de él.

—¿Se apagó la TV? ¿Necesitas que te enchufe, quizá?

No, no, Vox no podía mostrar esta debilidad ante él. Sacudió la cabeza hasta recuperar la movilidad de su rostro. Cuando consiguió volver a fijar los ojos en Alastor, le ofreció su mejor sonrisa suave, una que ni siquiera sabía con claridad que tenía en su repertorio. Entonces, dijo una de esas cosas que últimamente surgían de su garganta antes de que pudiese discernir sus implicancias.

—Solo pensaba... que el que tiene el mejor marido del mundo soy yo. En eso no vas a ganarme, bastardo.

Querida Amnesia {StaticRadio}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora