Capitulo 2

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Cuando Vox se apareció por la mansión que compartía con los Vees llevando a un Alastor inconsciente en brazos como si fuera una princesa, Valentino le dirigió una mirada que bien podía ser de preocupación o de espanto.

—¡No me digas que vas a embalsamarlo! Por favor, no lo dejes en tu habitación, no quiero tener que verlo mientras cogemos, Voxxy.

Vox rodó los ojos.

—Está vivo, Val. —Enseguida esbozó una expresión perversa y divertida—. Y de una manera extraordinaria. Ha perdido la memoria. Podemos hacerle creer lo que queramos... ¡Al fin el maldito demonio de la radio estará a nuestro servicio!

—Uy, eso no suena tan mal como lo del cadáver embalsamado, me encanta. ¿Le diremos que es nuestro esclavo sexual? ¿Le haremos vendernos su alma con alguna excusa tonta?

—Ah, bien, esas son buenas ideas, pero... —Sonrojado, Vox avanzó a zancadas hacia la sala de huéspedes del sótano, apretando el cuerpo contra su pecho. Lo siguiente lo masculló rápido y en voz baja—. Pero ya le dije que es mi marido.

Mientras Vox desaparecía por las escaleras, Valentino permaneció inmóvil, intentando descifrar el significado de las murmuraciones que el otro había soltado. Hasta que entendió.

—¿¡Que tú hiciste QUÉ!?

Tras meterse en la sala de huéspedes y cerrar la puerta de un empujón, Vox recostó al herido sobre el acolchado. Quedaría por completo arruinado por la sangre y el polvo, pero no le importaba incinerarlo más tarde y comprarse otro. Acomodó con cuidado su cabeza sobre la almohada, no fuera a ser que otro golpe le devolviera la memoria. Le gustaría revisarlo de inmediato, para comprender la profundidad de sus heridas (más allá de tener un boquete en el pecho, el hombro dislocado y la rodilla pulverizada, que era lo que se comprobaba a simple vista), pero ¿qué pasaría si despertara y lo encontrara toqueteándolo sin muchos miramientos? Su farsa no iba a mantenerse por demasiado tiempo si actuaba con ese descuido.

Entonces, arrastró una silla hasta el borde de la cama y se sentó allí, observándolo de la manera exacta en la que siempre lo hacían los enamorados en esas películas tontas que él solía producir y en la que el pecador protagonista padecía cáncer o perdía un bebé o lo que fuera. De algo le tenía que servir toda su experiencia produciendo ficción audiovisual: en su haber se encontraban toda clase de posturas, frases y costumbres codificadas en torno al personaje que en estos momentos le interesaba reconstruir.

Ahora que estaba en la pose adecuada para recibir a Alastor en caso de que volviera a abrir los ojos, lo contempló dormitar. Su respiración era irregular y unos gruñidos ocasionales, junto con el modo en que se fruncía su ceño, daban a entender que sufría picos de dolor físico. E incluso así... se veía hermoso.

Sacudió la cabeza, en un intento por concentrarse. Tenía decisiones que tomar. Evidentemente, ni él ni la servidumbre que era capaz de contratar podrían curar de manera óptima todo aquel daño. Si quería que Alastor se recuperara, la opción más razonable sería llevarlo al hospital. Pero... ¿quería que Alastor se recuperara? ¿Qué tal si conseguía sanar rápido y obtenía la fuerza necesaria para rebelarse o, peor aún, para escapar? ¿Qué tal si la delirante princesa del infierno lo estaba buscando y se enteraba de que había ingresado a una institución médica? Y, sobre todo..., ¿qué tal si algún científico pecador encontraba la forma de devolverle la memoria?

No, nada bueno podría salir de ese camino. Debían quedarse aquí. Él le daría los cuidados mínimos para asegurarse de que no muriera. Además, si Alastor lo veía cambiar sus vendajes o lavar sus heridas, sin dudas lo tomaría como una prueba de su amor y dedicación. Podría ir variando la estrategia sobre la marcha, según qué aspectos de la desafiante personalidad del demonio de la radio se hicieran presentes. Si hacía falta, podría dejar que se le infectara la pierna quebrada y cortársela. Similar destino podría correr el brazo. Con menos extremidades y sin su micrófono vudú, sin dudas su poder se vería mermado.

En todo caso, el primer paso sería revisarlo bien y eso no podía empezar a hacerlo mientras hubiera riesgo de que el venadito fuera a notarlo. Sacó su celular y puso algunas preguntas en el buscador. Luego, escribió a su secretario la lista de cosas que necesitaba y que necesitaba YA. Solo dos horas después ya tenía consigo todo lo indispensable para conectarle al herido un suero mezclado con morfina que lo tendría echado varios días. Incluso le agregaría algo de agua bendita —era increíble lo que se conseguía en el infierno con dinero— para mantener a raya sus poderes, si es que descubría cómo volver a usarlos.

Con el asunto esencial resuelto, se dispuso a proseguir con su plan. Trajo toallas, baldes con agua, vendas. Una vez que todo lo que pudiera precisar estuvo a su alcance, por fin apartó las manos que Alastor conservaba sobre su pecho y comenzó a quitarle el chaleco. Intentó ignorar el hecho de que su corazón latía a mil y las mejillas se le habían sonrojado. ¡Estaba desvistiendo a Alastor, por todos los cielos! Ni en sus fantasías más locas eso ocurría. Bueno, sí, en sus fantasías más locas sí, pero siempre las supo inverosímiles. Ahora tenía a Alastor dormido y vulnerable, en su propia casa, disponible para él... uff.

Requirió de todo su autocontrol limitarse a la revisión de daños que se había propuesto. Para completar la tarea, tomó una esponja húmeda y acarició con ella la piel manchada hasta borrar uno a uno todos los rastros de la batalla. De pronto, se volvieron visibles las viejas cicatrices, el delgado ombligo, lo esponjoso del vello animal que por la sangre y el sudor antes estuviera pegoteado y endurecido.

De súbito, Vox comprendió que ya se había aprendido de memoria todas las heridas relevantes y que sin embargo no conseguía apartar los ojos de aquel cuerpo y la tonalidad levemente mate de su piel. ¡Dios! Nunca se cansaría de verlo.

Por fin, lo desinfectó superficialmente y lo vendó, pero no lo cosió ni reacomodó sus huesos.

Aquella semana, Vox lavó y desinfectó a Alastor cada día. Se dijo a sí mismo que debía hacerlo, para corroborar la evolución de su estado y para ganarse su confianza haciéndole creer que era un amoroso cuidador, si llegaba a recuperar la consciencia. Pero lo cierto era que sí estaba siendo un amoroso cuidador, aunque hubiera algo de traición (o mucho) en no acudir a un profesional. ¡Es que aquella actividad era tan íntima!

Vox interrumpía estos pensamientos intrusivos enlistando posibles torturas a las que podría someterlo cuando ya no estuviera al borde de la muerte. ¡Lo molestaría de mil maneras! ¡Le exigiría estar de acuerdo con él en todo! ¡Ah, iba a ser tan divertido!

Valentino y Velvette lo observaban ir y venir por la mansión con jabón, esponjas y otras cosas.

—Este hombre tiene cada vez hobbies más extraños, ¿verdad, Vel? Ese es el problema de tener tanto dinero. Tarde o temprano empiezas a gastarlo de forma estúpida.

Querida Amnesia {StaticRadio}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora