Max era un titán de hombre. Su presencia dominaba cualquier habitación. Con 2.30 metros de altura y músculos que parecían esculpidos en mármol, su figura imponía respeto, o al menos, temor. Su voz resonaba como un trueno cada vez que hablaba, profunda y autoritaria, haciendo temblar a cualquiera que se atreviera a contradecirlo. A Max le encantaba su tamaño y poder; disfrutaba de la forma en que la gente retrocedía un paso al verlo. Los músculos de sus brazos eran tan grandes que parecían dos rocas macizas, su pecho era un muro impenetrable, y sus piernas, columnas de pura fuerza. Cada paso que daba era un recordatorio de su dominio, su poder.
En contraste, su padre Louis era un hombre delgado, frágil, y callado. Apenas alcanzaba el metro setenta y su voz era tan suave que a veces parecía que sus palabras se las llevaba el viento. Louis siempre había sido reservado, un hombre de pocas palabras y muchos pensamientos. Su rostro, aunque marcado por las arrugas de los años, conservaba una calma que a Max le enfurecía. Louis no alzaba la voz, ni siquiera cuando regañaba a su hijo, lo que, irónicamente, hacía que sus palabras dolieran aún más.
La relación entre Max y Louis siempre había sido tensa. Max no soportaba la actitud tranquila de su padre, su falta de reacción ante sus constantes provocaciones. Louis, por su parte, no entendía por qué Max se empeñaba en ser tan problemático y despreocupado. Discutían por cualquier cosa, desde lo más trivial como la manera en que Max dejaba sus enormes botas tiradas por la casa, hasta temas más serios, como la vida desordenada que llevaba el gigante, con mujeres diferentes cada noche y un desprecio por cualquier tipo de responsabilidad. Max se burlaba de la debilidad de Louis, de su falta de experiencia con mujeres, de su aparente cobardía.
"¿Por qué no eres un hombre de verdad, viejo? A tu edad, yo ya habría estado con media ciudad", le espetaba Max, su voz retumbando en las paredes de la casa como si fuera a derrumbarlas. Louis, sin embargo, se limitaba a suspirar, una sombra de tristeza pasando por sus ojos antes de apartar la mirada.
Pero todo cambió el día en que Max cumplió dieciocho años. Louis, con su voz usualmente tranquila, rompió el silencio de una manera que Max jamás había esperado. Esa noche, Louis se sentó frente a su hijo, sus manos temblaban ligeramente y su mirada estaba perdida, como si buscara las palabras adecuadas para lo que estaba a punto de decir.
"Max...", comenzó, su voz quebrándose, algo que jamás había pasado antes. Max se tensó al escuchar a su padre así. Jamás había visto a Louis tan vulnerable, casi al borde de las lágrimas. "Hay algo que necesitas saber. Algo que he guardado todos estos años, algo que... que ya no puedo seguir callando".
Max, por primera vez en su vida, sintió una extraña sensación de incomodidad. Su enorme cuerpo, normalmente tan confiado y relajado, se tensó, sus músculos endureciéndose como si esperaran un golpe inminente. "¿De qué hablas, viejo?", preguntó, su voz profunda sonando más suave de lo habitual.
Louis respiró hondo, tratando de mantener la compostura. "Max... tú no eres mi hijo biológico. Nunca lo fuiste". Las palabras cayeron como un peso sobre los hombros de Max, tan pesadas como si de pronto el mundo entero se le hubiera echado encima. "Tu madre... ella te abandonó. Yo te encontré cuando volvía del trabajo. Intenté contactarla, pero me colgaba cada vez que la llamaba".
Max se quedó en silencio, asimilando la revelación. Todo su mundo, su sentido de identidad, se tambaleaba. "¿Entonces... por qué me criaste?", preguntó finalmente, su voz apenas un susurro.
Louis cerró los ojos, luchando contra las lágrimas. "Porque te quería. Porque, aunque no seas mi hijo de sangre, siempre fuiste mi hijo en el corazón. Pero... también hay algo más". Louis tragó saliva, su voz temblando de nuevo. "Max, soy gay. Y cada vez que te burlabas de mí, de que no me acostara con mujeres como tú lo haces, me dolía. Porque no podía decirte la verdad. No podía enfrentar tu desprecio".
Max sintió que el suelo se abría bajo sus pies. Nunca había imaginado que su padre pudiera guardar un secreto así. Siempre lo había visto como un hombre débil, incapaz de enfrentarse a la vida. Pero ahora... ahora entendía que Louis había llevado un peso enorme, uno que él nunca habría podido soportar.
Por primera vez en su vida, Max no supo qué decir. Su voz, normalmente tan poderosa y resonante, se había quedado muda. Frente a él, Louis parecía más pequeño y frágil que nunca, pero también, de alguna manera, más fuerte y valiente de lo que Max jamás había sido. En ese momento, Max entendió lo que significaba ser realmente fuerte, y no tenía nada que ver con los músculos o la altura.
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Dudas [terminada]
Short Story¿Qué pasa cuando el mundo que conoces cambia en una noche? los cimientos caen cuándo la verdad aparece. Ninguna mentira es para siempre, y Max tiene que aceptarlo.