Al final de las clases, Max estaba inquieto. Todo ese tiempo en los libros le había dejado la cabeza llena de números y teorías que no entendía ni le importaban. Miró a Emily y Anthony, quienes recogían sus cosas meticulosamente. Sin pensarlo dos veces, Max se puso de pie, su figura de 2.30 metros dominando la vista. Con una sonrisa pícara y un destello de travesura en sus ojos, decidió que ya era hora de sacudirles un poco la rutina a sus nuevos amigos.
“¿Qué tal si nos vamos de aquí?” dijo, su voz profunda retumbando como un trueno en el aula vacía. Antes de que pudieran responder, Max los alzó con facilidad, cargando a ambos en sus anchos hombros, una proeza de fuerza bruta que dejó a Emily y Anthony sin palabras. Las mochilas y libros colgaban de sus manos como si fueran plumas, un contraste ridículo con su imponente físico.
“¡Max, bájanos!” protestó Emily, su voz una mezcla de sorpresa y diversión. Anthony simplemente se aferró a la camiseta de Max, tratando de no perder el equilibrio.
“Nope,” respondió Max, guiñándoles un ojo mientras se dirigía hacia la puerta con grandes zancadas. Sus músculos se flexionaban y tensaban con cada movimiento, su paso tan poderoso que parecía hacer temblar el suelo bajo sus pies. Los otros estudiantes miraban con asombro, algunos sonriendo, otros murmurando, pero Max no prestaba atención. Él era el rey de estos pasillos, y hoy, sus súbditos iban a tener un día de campo, literalmente.
Al llegar a la salida, Emily y Anthony trataron de convencerlo de que tenían mucha tarea por hacer, pero Max simplemente les gruñó, una advertencia baja y juguetona que indicaba que no estaba dispuesto a aceptar un no por respuesta. “Vamos, sólo una pequeña diversión,” insistió, su voz vibrando con una energía que era difícil de resistir.
En cuestión de minutos, estaban en una plaza cercana, Max corriendo con sus dos amigos sobre los hombros. La gente se apartaba, sorprendida al ver a un gigante llevando a dos personas como si no pesaran nada. Emily y Anthony no podían evitar reír, contagiados por la exuberante alegría de Max. Aunque intentaban disimular, ambos disfrutaban del momento.
Más tarde, en casa de Emily, después de haber visto una película de casi tres horas, Max estaba tumbado en el sofá, sus brazos musculosos extendidos por detrás de la cabeza, ocupando más espacio del que debería. Anthony estaba sentado a un lado, repasando las notas, mientras Emily organizaba los libros en la mesa. Ambos lanzaban miradas reprobatorias hacia Max, quien sonreía despreocupadamente.
“¿Te das cuenta de que no terminaremos la tarea a tiempo, verdad?” dijo Emily, con las manos en las caderas, tratando de parecer severa.
Max encogió sus enormes hombros, su musculatura ondulando con el movimiento. “Bah, no es para tanto. Nos la arreglaremos,” respondió, su voz resonando en el pequeño espacio. “Además, ¿no se la pasaron bien?”
Anthony sonrió ligeramente, incapaz de mantener la fachada de disgusto. “Sí, estuvo bien,” admitió. “Pero...”
“Pero nada,” interrumpió Max, incorporándose. Sus músculos se tensaron bajo su camiseta, los pectorales sobresaliendo mientras se enderezaba. “A veces hay que vivir un poco, ¿saben? No todo es estudiar y tareas. Hay un mundo allá afuera, y no quiero que se pierdan de eso.”
Emily suspiró, pero no pudo evitar sonreír ante el entusiasmo inquebrantable de Max. A pesar de sus protestas, había algo refrescante en su manera de ver la vida, una libertad que ninguno de ellos había experimentado antes. Sí, era rudo, imponente y, a veces, demasiado seguro de sí mismo, pero también había una honestidad y una pasión en Max que era contagiosa.
“Está bien, Max,” dijo Emily finalmente, sus ojos brillando con una mezcla de exasperación y afecto. “Pero prométenos que la próxima vez, al menos intentaremos hacer la tarea primero.”
Max levantó una mano, en un gesto de promesa que parecía más una burla por su tamaño descomunal. “Lo prometo,” dijo, con una sonrisa que indicaba que, aunque podía no cumplir, al menos lo intentaría.
Mientras la noche avanzaba, Max se sintió en paz. Sus amigos, a pesar de todo, lo aceptaban por quien era. Y aunque sabía que debía encontrar un equilibrio, por ahora, estaba contento simplemente siendo Max: el gigante que no pedía disculpas por ser quien era.
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Dudas [terminada]
Short Story¿Qué pasa cuando el mundo que conoces cambia en una noche? los cimientos caen cuándo la verdad aparece. Ninguna mentira es para siempre, y Max tiene que aceptarlo.