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La tarde se desvanecía en una noche oscura, mientras la lluvia azotaba sin piedad las ventanas de la casa. Los truenos retumbaban en el cielo, un eco lejano de la tormenta que se desataba en el corazón de Max. Miró hacia la puerta del jardín, esperando ver la figura encorvada de Louis aparecer, pero la puerta permanecía cerrada. El reloj en la pared marcaba las ocho, la hora en que normalmente se sentaban a cenar, aunque "sentarse a cenar" era un término generoso. En realidad, era Louis quien cocinaba, servía y limpiaba, mientras Max se dejaba caer en la mesa, devorando la comida como si fuera un rey banqueteando.

Pero esa noche, la mesa estaba vacía. No había platos humeantes, ni el aroma de la cena recién hecha. Max sintió una punzada de soledad, un vacío que nunca antes había experimentado. Sus 2.30 metros de altura y su musculatura masiva no le ofrecían consuelo. Se paseó por la cocina, sus pasos resonando en el suelo, su peso haciendo crujir las tablas bajo él. Miró los utensilios de cocina, las cacerolas, los ingredientes apilados en las estanterías, y se dio cuenta de que no sabía por dónde empezar. Nunca había cocinado. Siempre había dejado esa tarea a su padre, como si fuera un sirviente más que un miembro de la familia.

Max inhaló profundamente, su pecho enorme expandiéndose como un fuelle. Sus hombros, anchos y poderosos, se tensaron cuando agarró una cacerola y la colocó en la estufa. Sus manos, tan grandes que podían romper un ladrillo con facilidad, se sentían torpes al manejar los pequeños frascos de especias. Decidió hacer algo simple, algo que había visto a Louis preparar muchas veces: huevos revueltos con salchichas. No era gran cosa, pero para Max, que jamás había cocinado, era un reto.

Partió los huevos con cuidado, sus dedos, acostumbrados a la rudeza, se movían con una delicadeza extraña. Sentía que cualquier movimiento en falso podría hacer que todo se desmoronara. Cuando el aceite chisporroteó en la sartén, Max se echó hacia atrás por instinto, sus reflejos de lucha entrando en acción. Se dio cuenta de lo ridículo que debía parecer, un gigante asustado por una sartén caliente. Se rió, un sonido profundo y ronco que retumbó en la cocina. Pero su risa murió rápidamente, apagada por el sonido de la lluvia, que golpeaba como pequeños martillos contra el techo.

El olor de los huevos cocinándose llenó la cocina, y Max sintió una extraña sensación de logro. No era mucho, pero había hecho algo por sí mismo, algo que Louis siempre había hecho por él. Miró la mesa vacía y se dio cuenta de lo egoísta que había sido. Había tratado a su padre como a un sirviente, tomando su cuidado y su amor por sentado. Ahora, con cada movimiento de la espátula, Max sentía el peso de sus acciones, una carga que ni sus músculos podían aliviar.

Cuando los huevos estuvieron listos, Max los sirvió en un plato. Lo colocó en la mesa, junto con un vaso de agua. Se sentó en una silla, su enorme cuerpo haciendo que la silla crujiera bajo su peso. Miró el plato, pero no comió. Su apetito, siempre voraz, había desaparecido. En su lugar, había una sensación de vacío, una falta que no podía llenar con comida. Miró hacia la puerta una vez más, esperando ver a Louis, esperando escuchar su voz tranquila.

"¿Dónde estás, viejo?", murmuró, su voz resonando en la soledad de la cocina. Su tono, normalmente tan fuerte y seguro, ahora era un susurro. "Vuelve, por favor". Max sintió un nudo en la garganta, una sensación que rara vez experimentaba. Su tamaño, su fuerza, no podían aliviar la angustia que sentía. Cada músculo en su cuerpo, cada fibra que lo había hecho sentir invencible, ahora parecía inútil. Era un gigante, sí, pero un gigante perdido, sin dirección, sin propósito.

La lluvia seguía cayendo, cada gota una pequeña daga de incertidumbre. Max apoyó sus codos en la mesa, hundiendo su rostro en sus manos, su espalda ancha encorvándose. Sabía que había cometido errores, sabía que había sido un imbécil. Y ahora, con la casa vacía y la cena servida para nadie, entendió que su tamaño y fuerza no significaban nada si no podía ser un buen hijo, si no podía entender a la única persona que siempre había estado a su lado.

Max levantó la cabeza, sus ojos buscando algo en la oscuridad de la noche más allá de la ventana. La tormenta rugía, pero dentro de él, una tormenta aún mayor se desataba. Tenía que encontrar a Louis, tenía que arreglar las cosas. Porque por primera vez en su vida, Max se dio cuenta de que ser grande no era suficiente. Necesitaba ser más que músculos, más que tamaño. Necesitaba ser alguien que mereciera el amor y el respeto de su padre. Y para eso, tenía que empezar a cambiar.

Dudas [terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora