II

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Louis lentamente se levantó de la silla, su cuerpo delgado temblando ligeramente. No miró a Max mientras salía de la habitación; sus pasos eran lentos, casi inaudibles, pero cargados de una pesadez que solo él podía sentir. Atravesó el pasillo de la casa en silencio, sus ojos fijos en la puerta del jardín. Abrió la puerta con cuidado, asegurándose de no hacer ruido, como si temiera romper el frágil silencio que los rodeaba. Una vez afuera, cerró la puerta detrás de él, su figura se desvaneció en la oscuridad de la noche.

La lluvia había comenzado a caer más fuerte, una tormenta que se había formado casi de la nada. Louis no se detuvo, no se cubrió de la lluvia. Caminó bajo el aguacero, cada gota fría sobre su piel sintiéndose como un bálsamo para el peso que llevaba en su corazón. No sabía a dónde iba, y no le importaba. Por primera vez en mucho tiempo, no tenía un rumbo fijo, no tenía que fingir ser alguien que no era. Se sentía libre, pero esa libertad traía consigo una abrumadora sensación de pérdida, de vacío.

Sin darse cuenta, Louis llegó a un parque al otro lado de la ciudad. Estaba desierto, como si el mundo entero se hubiera refugiado de la tormenta, dejando solo a Louis bajo el cielo gris. Sus piernas, agotadas por la caminata y la tensión de la noche, finalmente cedieron. Louis se dejó caer en el suelo húmedo, la hierba mojada empapando su ropa. Miró hacia el cielo, las gotas de lluvia cayendo sobre su rostro, mezclándose con las lágrimas que ahora fluían libremente.

Se sentía libre, sí, pero también se sentía como un barco a la deriva en medio de una tormenta. Había guardado su secreto durante tanto tiempo, temiendo el rechazo, temiendo la reacción de Max. Ahora que todo estaba al descubierto, no sabía cómo sentirse. La liberación de haber confesado era amarga; dolía más de lo que había imaginado. Recordó la mirada de Max, ese destello de incredulidad, de dolor, de confusión. Se preguntó si había hecho lo correcto, si había sido demasiado directo, si había herido a Max más de lo que lo había protegido.

Louis sollozaba en silencio, su cuerpo temblando con cada lágrima que derramaba. La lluvia lo envolvía, su constante golpeteo ahogando sus sollozos. Se sentía insignificante bajo la tormenta, como si el cielo mismo llorara con él. Había pasado toda su vida cuidando a Max, protegiéndolo, amándolo como si fuera su propio hijo. Y ahora, con su confesión, sentía que había roto algo irremediablemente.

Se preguntó qué pensaría Max de él ahora, cómo lo vería. Ya no era el viejo callado y reservado que Max solía despreciar. Ahora era alguien más, alguien que había guardado secretos, alguien que había sufrido en silencio. Louis se preguntó si Max podría entender, si podría perdonarlo. La incertidumbre lo carcomía, pero también sabía que ya no podía seguir viviendo con mentiras. Tal vez, al final, la verdad era lo único que tenía.

Louis cerró los ojos, dejando que la lluvia lo empapara completamente. Estaba solo, en medio de un parque desierto, bajo una tormenta que parecía no tener fin. Pero, por alguna razón, no le importaba. La lluvia era su compañera en ese momento, su consuelo. Por primera vez en mucho tiempo, Louis se permitió sentir, se permitió ser vulnerable. Y aunque el dolor era insoportable, también era liberador. Sabía que, de alguna manera, sobreviviría a esta tormenta. Porque, a pesar de todo, aún había amor en su corazón, amor por Max, amor por la vida. Y eso era lo único que importaba.

Dudas [terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora