III

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Max permaneció en silencio, paralizado por la confesión de Louis. Su enorme cuerpo, tan acostumbrado a moverse con fuerza y propósito, se sentía de repente torpe y pesado. Los músculos que solían ser su orgullo, su armadura, se tensaron hasta doler, como si intentaran contener la avalancha de emociones que ahora lo abrumaban. Su corazón, oculto tras un pecho tan macizo como una muralla, latía con fuerza, resonando en su interior como un tambor de guerra.

La habitación parecía más pequeña de lo habitual, o tal vez era Max quien se sentía más grande. Su altura, sus 2.30 metros de pura imponencia, no le ofrecían consuelo. Al contrario, lo hacían sentirse desubicado, como un gigante en una casa de muñecas. Se movió hacia el espejo del salón, sus pasos resonando en la madera como truenos lejanos. Cada paso hacía vibrar el suelo, recordándole su peso, su poder, y ahora, su vulnerabilidad.

Frente al espejo, Max vio a un desconocido. El hombre que lo miraba tenía los ojos enrojecidos, su rostro endurecido y fuerte ahora reflejaba una mezcla de furia y dolor. Era el rostro de alguien que había sido traicionado, de alguien que había perdido su sentido de identidad. Max apretó los puños, los músculos de sus brazos hinchándose, las venas marcándose como ríos en un mapa. Podía sentir su fuerza, esa fuerza que siempre había considerado su mayor activo, y sin embargo, ahora se sentía inútil.

Dejó escapar un grito, un rugido profundo que resonó en toda la casa, haciendo vibrar las ventanas. La voz de Max, normalmente imponente, ahora era un torrente de emociones contenidas, un eco de su confusión y rabia. "¡Maldita sea, viejo!" gritó, su voz retumbando como un trueno. "¿Por qué no me lo dijiste antes? ¿Por qué esperar hasta ahora?" Su voz se quebró al final, algo que jamás había sucedido antes. Max, que siempre había sido tan fuerte, tan seguro de sí mismo, se sentía desmoronar.

Se giró, golpeando una pared con su puño. El impacto fue brutal, los músculos de su brazo se tensaron, la madera crujió bajo la fuerza del golpe, dejando una grieta profunda. Max respiraba con dificultad, su pecho subiendo y bajando como si acabara de correr una maratón. Sentía el peso de su cuerpo, de su tamaño, como nunca antes. Toda su vida había sido un titán, un gigante que no temía a nada ni a nadie. Pero ahora, por primera vez, se sentía pequeño, insignificante, incapaz de controlar su propio destino.

Las palabras de Louis resonaban en su cabeza, como un eco que no podía silenciar. “Nunca fui tu padre biológico... soy gay…” Max siempre había despreciado la debilidad, y había considerado a su padre un hombre débil. Ahora entendía que había sido un idiota, un ciego. Louis había llevado un peso que Max no podía siquiera imaginar, había soportado insultos y desprecios sin flaquear. ¿Quién era el débil en realidad? Max sintió un nudo en la garganta, una sensación desconocida para él, como si algo dentro de su pecho estuviera a punto de romperse.

Se dejó caer en el sofá, su enorme cuerpo hundiéndose en los cojines, que parecían demasiado pequeños para contener su volumen. Sus manos, tan grandes y poderosas, temblaban ligeramente. Nunca había sentido algo así; era como si una tormenta hubiera estallado en su interior, una tormenta que ni toda su fuerza física podría calmar. Max se llevó las manos a la cara, cubriéndose los ojos, intentando bloquear las lágrimas que amenazaban con caer. Sus hombros anchos se sacudieron con un sollozo que no pudo contener. Era una imagen surrealista, el titán de 2.30 metros, siempre rudo y desafiante, ahora reducido a un hombre vulnerable, perdido en su propia desesperación.

Max recordó todas las veces que se había burlado de Louis, todas las palabras hirientes que le había lanzado. Se sentía asfixiado por la culpa. ¿Cómo había sido tan ciego? ¿Tan insensible? Su tamaño, su fuerza, no eran nada comparados con el dolor que ahora sentía. No era suficiente ser grande, no era suficiente ser fuerte. Había algo más, algo que Louis siempre había tenido y que Max apenas comenzaba a entender: el verdadero coraje de ser uno mismo, de enfrentar la verdad, sin importar lo dolorosa que fuera.

Max respiró hondo, llenando sus pulmones de aire, sintiendo cómo sus músculos se relajaban lentamente. Sabía que tenía que encontrar a Louis, que tenía que hablar con él. Tenía que disculparse, tenía que entender. Por primera vez en su vida, Max, el gigante, se sintió pequeño. Pero también se sintió más humano, más real, más vivo. Y eso era un comienzo.

Dudas [terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora