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El lunes por la mañana, Max sintió cómo la vergüenza lo consumía por completo. Nunca antes había experimentado algo similar. Louis, su padre, rara vez se involucraba en su rutina diaria. Trabajaba desde casa, conectado a su oficina a través de una computadora, y jamás había tenido motivos para acompañar a Max a la universidad. Pero ahí estaba, sentado al volante del viejo sedán, conduciendo por las calles que llevaban al campus. Max, encogido en el asiento del copiloto, sentía que cada mirada curiosa de los transeúntes atravesaba la ventana, apuntando directamente a él.

El trayecto fue silencioso, cada segundo llenando de tensión el aire dentro del coche. Max, normalmente relajado y confiado, ahora parecía un niño castigado. Su enorme cuerpo apenas cabía en el asiento, sus rodillas golpeando el tablero mientras sus manos, tan grandes y fuertes, descansaban sobre sus muslos con una torpeza inusual. Sus músculos se veían tensos bajo la camiseta, cada movimiento suyo haciendo crujir la tela con la promesa de fuerza contenida.

Al llegar al campus, Louis estacionó el coche y se volvió hacia su hijo, dándole una mirada que no aceptaba discusión. "Hoy estaré contigo todo el día," dijo, su voz calmada pero firme. Max asintió sin decir palabra, su imponente figura encogida en el asiento, resignado a lo que vendría.

Entraron al edificio principal, los pasillos llenos de estudiantes que se detenían a mirar. La vista de Max, el gigante que normalmente dominaba esos pasillos con una presencia casi intimidante, caminando al lado de su padre como un niño obediente, era una escena fuera de lo común. Louis, delgado y tranquilo, parecía casi insignificante al lado de su hijo de 2.30 metros, pero la autoridad con la que se movía era innegable.

En el salón de clases, Max se sentó en su silla, ocupando más espacio del que le correspondía, su presencia imposible de ignorar. Los otros estudiantes lo observaban, algunos con asombro, otros con una sonrisa de diversión oculta. Max, que usualmente se inclinaba hacia atrás con arrogancia, con los brazos cruzados sobre su pecho ancho, ahora se mantenía derecho, sus ojos clavados en el escritorio. Sus músculos, por lo general relajados, ahora parecían tensos, como si cada fibra estuviera esperando el momento de relajarse pero sin atreverse a hacerlo. Parecía un león domado, una fuerza de la naturaleza contenida por la mera presencia de su padre.

Mientras tanto, Louis se dirigió a la dirección. Había visto suficiente en casa para saber que su hijo necesitaba más supervisión de la que había estado dispuesto a admitir. Al entrar, saludó a la secretaria y solicitó hablar con el director. Mientras esperaba, su mente revisaba los eventos de la noche anterior, la droga que había encontrado, el miedo que había sentido. No iba a permitir que Max siguiera por ese camino. Cuando finalmente fue recibido, Louis explicó la situación y pidió un cambio de salón para Max, lejos de las malas influencias que lo habían rodeado hasta ahora.

El director, sorprendido por la presencia de Louis, accedió a sus peticiones, pero también le mostró algo que Louis no esperaba: una carpeta llena de citatorios, informes de mala conducta y notas sobre las ausencias de Max. Eran tantas que Louis no podía creer que su hijo siguiera inscrito. Cada página que pasaba delante de él era un recordatorio de cuánto había dejado pasar, de cuánto no había querido ver. Max, el chico que parecía tener todo bajo control, había estado a un paso de ser expulsado.

De regreso en el salón, Max sentía las miradas sobre él como un peso físico. Sus músculos, que usualmente se movían con la fluidez de un atleta, ahora estaban tensos y rígidos. Cada mirada era un golpe, cada susurro una bofetada invisible. Nunca se había sentido tan pequeño, a pesar de su tamaño imponente. Su voz, normalmente resonante y fuerte, ahora estaba atrapada en su garganta. El jefe de los pasillos, el chico rudo que todos respetaban o temían, ahora se sentía expuesto, vulnerable.

Cuando Louis regresó, lo hizo con una expresión seria. Max levantó la vista, esperando encontrar enojo o decepción, pero lo que vio fue algo más complejo: una mezcla de preocupación y determinación. Louis se acercó a él, su figura delgada contrastando con la enorme presencia de Max, y se inclinó para susurrar en su oído. "Sé lo que has estado haciendo, Max. Sé con quién te has estado juntando. Esto tiene que cambiar, y va a cambiar. No permitiré que te destruyas a ti mismo."

Max asintió, su voz apenas un murmullo. "Lo siento, papá. No quería... no quería que lo descubrieras así."

Louis colocó una mano en el hombro de su hijo, sintiendo la tensión bajo su piel, los músculos duros como roca. "No es solo por mí, Max. Es por ti. No quiero perderte. Así que desde hoy, todo va a ser diferente."

Max miró a su padre, viendo la determinación en sus ojos. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que no estaba solo en su lucha. Que alguien estaba dispuesto a pelear por él, a pesar de todo. Y aunque el camino hacia adelante no sería fácil, sabía que no tendría que recorrerlo solo.

Dudas [terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora