Max llegó a casa arrastrando los pies, molesto por haber sido echado de la casa de Emily. No estaba acostumbrado a que lo sacaran tan temprano, ya que en sus visitas anteriores a las casas de sus "amigos" solía quedarse hasta la madrugada, aprovechando para festejar sin límites. Sin embargo, esa noche había terminado diferente. Anthony caminaba a su lado, y aunque vivían en la misma cuadra, Max no dejaba de refunfuñar.
"¡No entiendo por qué me echaron! No estaba haciendo nada malo," gruñó Max, su voz reverberando como un trueno en la quietud de la noche. Anthony sonrió, acostumbrado a los desplantes del gigante.
"Tal vez porque hiciste demasiado ruido y no todos están acostumbrados a que un coloso de 2.30 metros esté merodeando por sus casas," respondió Anthony, su tono despreocupado. Max bufó, pero le revolvió el cabello al chico, dándole un abrazo tan fuerte que Anthony soltó un gemido de protesta.
“Nos vemos mañana,” dijo Max, soltando a su amigo antes de girarse y dirigirse a la puerta de su casa.
Entró con un aire pesado, casi llenando la entrada con su presencia imponente. Sus músculos tensos y marcados destacaban bajo la luz tenue del pasillo, cada paso resonando por el piso de madera. Louis lo esperaba en la cocina, sentado con una taza de té, su expresión calmada como siempre. Max gruñó un saludo y se dejó caer en una silla, el peso de su cuerpo haciendo crujir la madera.
“¿Qué tal tu día?” preguntó Louis, mientras miraba a Max con ojos atentos. Sabía que algo andaba mal cuando Max no lo miraba a los ojos. Era una señal, un tic que había aprendido a identificar a lo largo de los años.
Max se encogió de hombros. “Bien. Nada especial,” dijo, comenzando a devorar la comida que Louis había preparado. La carne desaparecía en su boca, su mandíbula trabajando con fuerza, los músculos de su cuello y sus hombros tensándose con cada mordida. Louis se acercó para revisar los bolsillos de Max discretamente, algo que se había vuelto una rutina desde que había descubierto su mentira. Sus manos encontraron un teléfono que no era el de Max.
“¿Y esto?” preguntó Louis, levantando el teléfono para que Max lo viera.
Max alzó la vista, tragando un bocado antes de responder. “Es de Emily, creo. Lo olvidó y pensé en devolvérselo mañana,” dijo, intentando sonar despreocupado. Louis levantó una ceja, pero no dijo nada. Si bien no era la primera vez que encontraba cosas ajenas en los bolsillos de Max, algo en su tono le hizo creer que al menos esta vez, decía la verdad.
Después de terminar su comida, Max sacó su tarea de la mochila y la dejó sobre la mesa. “Ya hice esto, ¿puedo irme al gimnasio?” preguntó, su voz vibrando con una energía contenida, como un volcán a punto de estallar. Necesitaba liberar su frustración de alguna manera, y levantar pesas siempre había sido su forma de canalizar toda esa fuerza bruta.
Louis revisó los papeles rápidamente y asintió. “Está bien. Pero recuerda, Max, nada de fiestas ni de juntarte con tus ‘amigos’,” advirtió, su voz firme pero tranquila.
Max se levantó, su figura llenando casi todo el espacio de la cocina. “Sí, sí, lo prometo,” dijo, su tono un poco más suave, aunque su impaciencia era palpable. Antes de salir, miró a su padre, una sombra de duda cruzando su mirada.
“Gracias, viejo,” murmuró, antes de salir por la puerta trasera y dirigirse al gimnasio.
El gimnasio era su santuario. Al entrar, el olor a hierro y sudor lo recibió como un viejo amigo. Max se dirigió a las pesas, cada una de ellas parecía pequeña en comparación con su tamaño descomunal. Comenzó su rutina, levantando enormes cantidades de peso con facilidad, sus músculos tensándose y relajándose con cada repetición. La camiseta ajustada que llevaba apenas podía contener la expansión de sus pectorales y bíceps, la tela estirándose con cada movimiento.
Mientras entrenaba, los demás en el gimnasio lo observaban de reojo. Su presencia era imposible de ignorar: la voz grave de Max resonaba en el espacio cada vez que dejaba caer las pesas con un estruendo, un recordatorio de la fuerza bruta que albergaba. Sin embargo, esa noche no buscaba impresionar a nadie. Cada repetición era un intento de calmar su mente, de olvidar las palabras de su padre, las miradas de Emily y Anthony, y la decepción que aún sentía.
Cuando finalmente terminó, Max estaba empapado en sudor, su piel brillante bajo la luz. Se miró en el espejo, su reflejo un recordatorio constante de su tamaño y fuerza. Pero más allá de los músculos, más allá de la imagen imponente, Max veía a un chico que aún buscaba su lugar, intentando reconciliar su identidad con las expectativas que todos tenían de él.
Con un suspiro pesado, recogió sus cosas y se dirigió a la salida. La noche estaba fría, pero no le importaba. Aún quedaba un largo camino por recorrer, y aunque no sabía a dónde lo llevaría, estaba dispuesto a seguir adelante, un paso a la vez.
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Dudas [terminada]
Short Story¿Qué pasa cuando el mundo que conoces cambia en una noche? los cimientos caen cuándo la verdad aparece. Ninguna mentira es para siempre, y Max tiene que aceptarlo.