VIII

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Louis se encontró en una especie de limbo, una semana que transcurrió de manera tan diferente a lo que había llegado a considerar normal, que no podía evitar sentirse desconcertado. Cada día parecía una paradoja, como si viviera en una versión alterna de su propia vida. Max, el colosal Max, no había causado ningún problema en toda la semana, un hecho tan inusual que a Louis le costaba creerlo. El gigante de 2.30 metros, que solía atraer problemas como un imán, había mantenido un perfil bajo, casi demasiado bajo.

Max no había sido suspendido en la universidad, un evento que en otras circunstancias hubiera sido motivo de celebración, pero Louis no podía evitar sentir una inquietud persistente. Su hijo tampoco había asistido a fiestas, aquellas noches de desenfreno que solían terminar con él tambaleándose de vuelta a casa, apestando a una mezcla de alcohol, drogas y el perfume barato de alguna chica que apenas conocía. Y sin embargo, esta semana, el aire en la casa estaba sorprendentemente limpio, sin rastro de esos aromas que se habían vuelto tan familiares.

Louis meditaba en el jardín, practicando yoga en un intento de despejar su mente. Pero incluso en medio de su respiración controlada y sus posturas cuidadosamente alineadas, no podía dejar de pensar en el extraño silencio que se había instalado en la casa. El rugido de la voz de Max, su tono normalmente tan fuerte que parecía sacudir las paredes, había sido reemplazado por un murmullo bajo, casi tímido. No más gritos de rabia, ni carcajadas fuertes que resonaban desde su habitación. Y lo que más perturbaba a Louis, no más gemidos provenientes del cuarto del gigante, donde solía llevar a cabo sus aventuras nocturnas sin preocuparse por quién pudiera escucharlo.

Lo más desconcertante de todo fue cuando, una tarde, Louis decidió subir al cuarto de Max, esperando encontrarlo en su habitual estado de caos. Pero lo que vio lo dejó boquiabierto. Allí estaba Max, sentado en su escritorio, inclinado sobre un libro de texto con una expresión de concentración intensa. Sus manos, tan grandes que podrían aplastar una pelota de fútbol con facilidad, sostenían un bolígrafo con sorprendente delicadeza mientras tomaba notas. Los músculos de sus brazos, que parecían cincelados de granito, se flexionaban ligeramente con cada movimiento. Louis observó en silencio, incapaz de creer lo que veía.

Max levantó la vista y vio a su padre en la puerta. "¿Todo bien, viejo?" preguntó, su voz profunda y resonante pero sin la habitual arrogancia que solía acompañarla. Había una calma en sus ojos, un cambio que Louis no había visto en él antes. Max, el gigante que solía depender de otros para hacer su trabajo, estaba haciendo su tarea. Sin ayuda, sin amenazas, solo él y su esfuerzo.

Louis asintió lentamente, sin saber qué decir. Su hijo no solo había dejado de causar problemas, sino que de alguna manera había mejorado su promedio académico lo suficiente como para no solo mantenerse en la universidad, sino también ser aceptado en el equipo de fútbol americano. Louis sabía lo mucho que ese equipo significaba para Max, lo veía en la forma en que su hijo miraba el casco y las hombreras que guardaba con reverencia en su habitación. Pero lo que no entendía era cómo había logrado revertir sus pésimas notas en tan poco tiempo. Era como si Max hubiera despertado de un largo sueño y hubiera decidido que era hora de cambiar.

Esa noche, mientras Louis meditaba en la tranquilidad inusual de la casa, reflexionó sobre los cambios en su hijo. No podía evitar sentir una mezcla de alivio y preocupación. Alivio porque Max finalmente parecía estar tomando el control de su vida, y preocupación porque no sabía cuánto de esto era real, cuánto duraría. Pero una cosa estaba clara: Max estaba cambiando, y no solo en lo académico. El silencio en la casa, la falta de ruido y desorden, eran señales de que algo más profundo estaba ocurriendo en el gigante de 2.30 metros.

Louis se quedó allí, sentado en el jardín, sintiendo la brisa suave sobre su rostro, el silencio de la casa envolviéndolo como una manta. Se sorprendió al descubrir que, por primera vez en mucho tiempo, no estaba esperando el próximo desastre. En cambio, se permitió sentir un rayo de esperanza, esperando que este nuevo Max, el Max que se esforzaba, que se preocupaba, que había decidido ser mejor, fuera real y duradero. Porque a pesar de todo, Louis nunca había dejado de querer a su hijo. Y ahora, más que nunca, deseaba que Max encontrara su propio camino, uno que lo llevara a ser el hombre que siempre tuvo el potencial de ser.

Dudas [terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora