Vamos a una clase diferente. Esta está llena de zonas de cocina. Nos enseñan diferentes recetas, y las cocinamos. Todo está muy bueno, como todo lo que hacen por aquí.
Atenea está toda la clase muy callada, y no participa mucho. Nadie parece darse cuenta, o no les importa.
Cuando terminamos nos dejan llevarnos a casa lo que hemos cocinado. Yo he hecho unas galletas de avena, y Atenea no ha terminado lo que sea que estaba haciendo.
Volvemos juntos a casa, pero cuando casi llegamos oímos a alguien que nos llama.
Es la curandera, que está fuera de la enfermería. Nos hace un gesto con la mano para que vayamos.
Entramos, y Némesis está ahí.
- Hola chicos. Quería avisaros de que he traído a Luz a la enfermería, se encuentra muy mal, así que la curandera le está echando un vistazo. No he podido preparar nada para comer, ¿podréis haceros algo vosotros mismos? - nos dice Némesis.
- ¿Qué le pasa a Luz? ¿Está muy mal? - le pregunta Atenea, preocupada.
- Tranquila, no creo que sea nada grave, pero dice que le duele muchísimo la barriga. Nos preocupa que pueda tener apendicitis, pero la curandera ya ha quitado varios apéndices, así que no hay de qué alarmarse. Así qué, ¿cocinaréis algo? No sé a qué hora volveremos.
- Sí, Atenea y yo prepararemos algo. ¿Puedo ver a mi madre primero? - le pregunto.
Némesis asiente, y yo entro en la habitación donde se encuentran las camas. Como siempre a esta hora, mi madre está comiendo, así que podré hablar un poquito con ella.
- Hola hijo, ¿cómo estás? - me dice mi madre, con una sonrisa forzada.
Me quedo en shock, tiene un aspecto terrible. ¿Cómo ha empeorado tanto en tan poco tiempo? ¿Qué le pasa?
- Hola mamá, estoy bien. Vengo del colegio. ¿Y tú, cómo te encuentras?
- Ya estoy mejor querido, solo necesito descansar un par de días más, y entonces podremos irnos. ¿Sabes cuándo vendrán los abuelos a verme?
¿Los abuelos? Nunca conocí a mis abuelos por parte de madre, murieron antes de que yo naciera. No sé qué contestar.
- Ya le he dicho a tu madre que ahora mismo tus abuelos están ocupados, y no podrán venir, pero pronto vendrán a verla. ¿Verdad, Haziel? - dice la curandera.
- Sí, claro - miento. Supongo que en un rato no se acordará. ¿Se olvidará de mí también?
Le doy un abrazo. Está adelgazando muy rápido. Me da un poco de asco notar sus huesos.
Se duerme en mis brazos.
- ¿Mamá?
- Déjala descansar, lo necesita. - dice la curandera, dejando el plato de comida a un lado. Está casi lleno.
- Pero aún no ha terminado de comer.
- Tranquilo, luego se lo comerá. Ahora necesita descansar, y yo debo encargarme de Luz. Venga, vete a tu casa con Atenea.
¿Mi casa?
Atenea y yo preparamos algo de comer, e intento hacerla reír. No me gusta verla triste. Funciona. Poco a poco su ánimo mejora.
Comemos en el sofá, viendo su película favorita.
- Si mi madre nos pilla comiendo en el sofá, nos mata.
- Bueno, esperemos que tarde un rato más en llegar. - ella me sonríe, y sigue comiendo. Debo admitir que no es la mejor cocinera del mundo, y yo tampoco. Pero es comestible, y la película es buena.
Terminamos de comer, y lavamos los platos juntos, mientras pausamos la película. Después me cura la herida, y volvemos al sofá para terminar de ver la película. Atenea se abraza a mí.
- ¿Te molesta? - me pregunta.
- No, me gusta. - Yo la rodeo con el brazo, un momento muy romántico, aunque la película de asesinatos que estamos viendo, llena de sangre y cosas asquerosas, no es que acompañe a la situación. Ella se acurruca aún más.
La película termina, y yo estoy muerto de sueño. Una siesta me haría muy feliz ahora mismo.
- Toca hacer los deberes, y después ir a lavarnos. Creo que también nos tocará preparar la cena, y estoy bastante cansada.
¿Deberes? Yo quiero dormir...Vamos a hacer los malditos deberes. Casi me duermo encima del escritorio, pero Atenea me da un codazo de vez en cuando.
- ¡Al fin hemos terminado! Me muero de sueño.
- Pero si lo he hecho todo yo. - me dice Atenea. Los dos nos reímos. - Venga, vamos a ducharnos. Coge el pijama, yo te llevaré una toalla.Nos vamos a las duchas públicas, y me quiero morir. Está lleno. Las mujeres comparten las duchas, y se ayudan a ponerse jabón las unas a las otras en la espalda. Venga Haziel, no te quedes mirando como un asqueroso.
Me desvisto, y me tapo con la toalla mientras espero a que alguna ducha quede vacía.
Atenea está sentada a mi lado, en unos bancos de madera. No me parece buena idea meter madera en un sitio con tanta humedad, pero parece que esta madera no se hincha.
- Oye, no sé si deberías taparte. Queda raro. - me dice Atenea. - No te tiene que dar vergüenza.
- No, no es eso, es que tengo frío - le miento. Hace calor. Ella levanta una ceja, y luego se ríe.
Al fin un par de mujeres dejan una ducha vacía. Nos levantamos para ir a ducharnos, y aunque las mujeres me ignoran, las pocas adolescentes que hay sí se me quedan mirando, algunas disimulando más que otras.
- Tranquilo, solo sienten curiosidad, en cuanto se acostumbren ya no te mirarán más. - dice una señora de unos cincuenta años, que está en la ducha al lado de la nuestra.
- G-gracias... - qué vergüenza. Atenea intenta disimular una risita.
- Venga, deja que te lave bien la herida. He traído la pomada y las vendas, así no tenemos que hacerlo al llegar a casa. - dice Atenea, poniéndose gel de cuerpo en la mano.
Me doy la vuelta, y empieza a frotar la herida. La pomada hace efecto, ya no me duele tanto.
- Está mejorando rápidamente. - me dice. Espero que la curandera pueda quitarme los puntos pronto.
Mierda. Veo a Afrodita entrar. Lo que me faltaba. Me doy la vuelta, y Atenea me mira confundida.
- ¿Qué te pasa? ¿Te he hecho daño?
Le hago un gesto con la cabeza, y ve a Afrodita.
- Como si no me bastara con verla en clase... - me dice.
- Ignórala, ¿vale? Ya casi hemos terminado. - le digo. Paso de más peleas.
- Sí, yo ya estoy. Solo tengo que acabar de lavarte la espalda y podemos irnos, pero primero tengo que ponerte la pomada.
- Está bien, pero date prisa, por favor. - le pido.
Vuelvo a girarme, y Atenea sigue lavándome. Ojalá se diera más prisa, pero entiendo que debe ir con cuidado.
Y nuestras miradas se encuentran. La cara de Afrodita cambia totalmente, que falsa. Cambia de amargada a seductora. Encima está muy buena, físicamente. Más que Atenea, pero nunca lo admitiría en alto. Gracias a Dios no me empalmo, hay demasiadas viejas que me ayudan a no ponerme cachondo. Gracias abuelitas.
- Hola Haziel, bonito cuerpo. ¿Quieres que te ayude con tu herida? Te aseguro que te gustará. - no tiene la más mínima vergüenza.
- Ya se encarga Atenea, pero gracias por la oferta - le digo.
- Oh, hola Atenea, no me había dado cuenta de que estabas aquí. ¿No te cansas de pegarte a Haziel como una garrapata todo el día? Pobrecito, que pesada eres chica. - Atenea no dice nada. Sigue limpiando la herida, sin prestarle atención. Parece que a Afrodita esto no le gusta.
- Cállate Afrodita, y ve a ducharte de una vez. - dice la misma señora de antes, que ya ha terminado. La quiero señora.
- Está bien, me ducharé aquí mismo si ya has terminado. - abre el agua y empieza a lavarse. - Haziel, puedes mirar todo lo que quieras.
- Atenea, ¿queda mucho? - pregunto nervioso.
- No, ya está, ponte debajo del agua para quitarte el jabón. - me quito todo el jabón, y nos vamos a secar.
Nos vestimos, pero yo no me pongo la parte de arriba. Atenea me seca bien la espalda, y empieza a ponerme la pomada. Sigue doliendo cuando la aplica, aunque no tanto como las primeras veces.
Aun así, suelto un pequeño quejido de dolor.
- Que poco tacto tienes. Se hace daño salvándote la vida, y se lo agradeces curándole como una bruta.
- Vaya, Afrodita, sí que te has dado prisa. ¿Has tenido tiempo de lavarte bien el culo? - le dice Atenea.
Se pone roja. ¿De vergüenza, o de rabia?
- Zorra - y se va.
- Esa ha sido buena - le digo, y nos reímos.
Termina de curar la herida, y nos vamos a casa. No hay nadie, así que preparamos la cena.
- ¿Quieres que hagamos una tortilla con patatas? Me apetece, y se me da bien. - le digo.
- Nunca lo he probado - me dice Atenea.
- ¿Lo dices en serio? Pues ahora mismo te hago una. Ayúdame a pelar unas patatas. Ya verás que buena me sale.
Preparo la mejor tortilla que he hecho en mi vida. Es de los pocos platos que me salen bien.
- Dios mío, ¡esto está buenísimo! ¡Me encanta! - dice Atenea, que repite dos veces. Estoy orgulloso de mí mismo.
- Me alegra que te guste. Es uno de mis platos favoritos.
Cuando terminamos de comer, Némesis y Luz aún no han vuelto. No sé si preocuparme, pero doy por hecho que si fuera grave nos habrían dicho algo.
- ¿Me das papel y algo para escribir? Dejaremos una nota a tu madre, para que sepa que hay tortilla en la nevera para cenar.
Dejo la tortilla en la nevera, y Atenea escribe la nota para su madre. Nos lavamos los dientes, y nos vamos a dormir. Tengo tantísimo sueño que, es tocar la cama y dormirme al instante. Me pregunto cómo estará Luz, y si mi madre se recuperará pronto.

ESTÁS LEYENDO
La Isla: Infernum
Random¡Libro completo disponible en Amazon! Haziel y sus padres naufragan en una isla habitada solo por mujeres. Al principio todo parece normal, aparte de la ausencia de hombres, pero poco a poco Haziel va descubriendo todos los secretos y mentiras que...