Capítulo 10

18 7 15
                                    

Entramos a las duchas, y dejamos nuestra ropa limpia en unos bancos, y elegimos qué productos vamos a usar para ducharnos. Empezamos a desvestirnos. Cuando estamos desnudos, nos ponemos las chanclas.

Intento no mirarla, no quiero empalmarme. Delante de ella no.

- ¿Estás enfadado conmigo? No me has mirado ni dirigido la palabra en un buen rato. Sé que me he portado como una tonta, lo siento...

La miro, y veo que está llorando. Me rompe el corazón.

- No, Atenea, tranquila, no me pasa nada. Solo es que me duele la espalda, nada más. - le miento.

- ¿Seguro?

- Sí, seguro - le digo con una sonrisa que ella me devuelve. Parece aliviada.

Se acerca a mí, y me coge de la mano. Sigue sin parecer importarle que esté desnudo.

- Venga, vamos a ducharnos. - ¿Juntos? ¿Quiere que nos duchemos juntos juntos?

La sigo hasta la primera ducha. Abre el agua y se pone debajo. Su cuerpo empieza a mojarse. A ver, ya estaba mojado, pero ahora se moja más, si eso tiene sentido.

No puedo evitar mirarla, y mucho menos evitar una erección. Nunca he estado tan cerca de una chica desnuda. Todos mis amigos ya lo han hecho, y se ríen de mí por seguir siendo virgen. Solo tenemos dieciséis años, pero todos a mi alrededor ya se han estrenado, menos yo. No entiendo por qué le dan tanta importancia.

- Oye, ¿estás bien? - me pregunta Atenea.

- Sí, ¿por qué?

Y me pincha el pene.

- Oye, ¿pero qué haces? - le digo, dando un pequeño brinco hacia atrás.

- Perdón, ¿te he hecho daño?

- No, no es eso, es solo que... ¿Por qué me has tocado?

Me mira con cara confusa.

- ¿No te puedo tocar? No sé, he visto que tu vagina se había hinchado y pensaba que quizás estabas mal.

¿Mi qué?

- No es una vagina. La vagina es lo que tienen las mujeres, yo tengo un pene.

Ay, ya he dicho más de lo que debería. Némesis me va a matar.

- ¿Un pene? Nunca había oído esa palabra.

- Oye, Atenea, hazme el favor de no decirle a tu madre que te he dicho esto, ¿vale? Te lo ruego. - le suplico.

- Oh, ¿un secreto entre amigos? ¡Vale! Aquí casi nunca hay secretos, ¡qué emoción! - bueno, eso es lo que ella cree. Este sitio está LLENO de secretos y mentiras.

- Gracias. Y no se lo puedes contar a nadie, queda entre nosotros dos, ¿vale?

- ¡De acuerdo! ¿Pero por qué no tienes vagina?

Ay por Dios. ¿Por qué sí?

- No sé Atenea, simplemente es así. Al igual que las mujeres tenéis pecho más abultado y nosotros no. O, por ejemplo, los hombres normalmente podemos conseguir más músculo que las mujeres.

Me aprieta el brazo.

- Sí, tu brazo es bastante fuerte. ¿Cómo lo haces?

Ay, parece una niña pequeña pasando por la fase del porqué.

- Hago ejercicio. Levanto pesas en el gimnasio, salgo a correr... Cosas así.

- ¿Qué es un gimnasio?

- Pues un lugar donde hay muchas máquinas diferentes para hacer ejercicio, donde van todo tipo de personas, ya sean hombres, mujeres, jóvenes, viejos...

- Espera, ¿hay mujeres donde tú vives?

¿Cree que este es el único lugar con mujeres?

- Pues sí, hay hombres y mujeres. Nunca había visto un lugar en el que solo hay mujeres o solo hombres. Este sitio es único. Oye, ¿nos duchamos? No me encuentro muy bien.

- Ay, claro, perdona. Soy muy curiosa, y cuando empiezo a preguntar no paro. Mi madre siempre me regaña por eso.

Y que lo digas... No para de hablar, aunque me gusta. Hace honor a su nombre. Atenea, la Diosa de la sabiduría, entre otras cosas. Aunque no me acuerdo de qué más. Me gusta la mitología, la onomástica y todo eso, pero hay tantas cosas, que uno no puede acordarse de todo. Hay momentos en los que me pregunto si aquí casi todas tienen nombre de diosas o qué.


Procedemos a ducharnos, cada uno en una ducha, pero Atenea me ayuda a lavarme la herida de la espalda. Va a necesitar puntos, qué asco.

Nos vestimos y vamos hacia la cabaña de la curandera. ¿Cómo estará mamá?


- Hola chicos, ¿qué hacéis aquí? ¿No deberíais estar en clase? - nos pregunta la curandera.

- Hemos tenido un pequeño accidente. - Atenea procede a contarle lo sucedido.

- Ay por Dios, menos mal que estáis bien. Vamos Haziel, voy a curarte esa herida. Tu madre está durmiendo, pero quizás cuando termine con tu herida ya se habrá despertado. Hoy la he medicado un poco menos. - dice la curandera. ¿Eso significa que mi madre está mejorando?

Vamos a una de las camas vacías. Mi madre está durmiendo profundamente. Espero que se recupere pronto.

Me quito la camiseta.

- No tiene buen aspecto. Voy a tener que darte bastantes puntos. Atenea, debes asegurarte de que no se infecte. Toma, le vas a poner esta pomada 3 veces al día. Es una pomada muy fuerte, así que ponte guantes, y que solo le toque la herida.

Saca un tarro, que tiene un producto de color verde asqueroso. Atenea lo coge. Entonces la curandera procede a sacar aguja e hilo. ¿No me va a poner anestesia o algo así?

- Bueno, esto va a dolerte, pero no puedo ponerte nada para el dolor, lo siento.

- Está bien, no pasa nada.

Me mete la aguja, y ME CAGO EN LA PUTA, ¡QUÉ DOLOR! Grito sin querer, y mi madre se levanta de golpe.

- Hijo, ¿qué pasa? ¿Estás bien? - dice mi madre, que intenta levantarse.

- Señora, por favor, no se levante, o puede desmayarse. Tiene la presión muy baja. Su hijo está bien, le estoy poniendo unos puntos. - dice la curandera.

Atenea me coge de la mano y me la aprieta. Es tan buena conmigo, pero me da miedo hacerle daño. Su mano es pequeña comparada con la mía, y tengo mucha más fuerza que ella.

- No quiero hacerte daño Atenea.

- Tranquilo, estaré bien, y si no, te soltaré - me dice con una sonrisa.

La curandera sigue con su labor, y yo intento no volver a gritar. No quiero parecer un niño pequeño. Cada vez que noto el hilo me da mucho asco. Tarda mucho en terminar, pero es normal, la herida es muy larga.


- Bueno, al fin hemos terminado. ¿Estás bien?

- Sí. Me duele, pero estoy bien.

- De acuerdo. Ahora viene lo peor.

¿Lo qué? ¿Peor? ¿Peor que esto? ¿Por qué? ¿Es que me va a dar con un látigo en la herida?

- Te voy a poner la pomada, y duele mucho. Mucho más que los puntos. Quizás deberías soltar la mano de Atenea, a no ser que quieras rompérsela.

Enseguida le suelto la mano, que ya tiene roja.

- No, no pasa nada, puedes sujetármela.

Niego con la cabeza.


- No, ya has aguantado demasiado. No quiero hacerte más daño. - parece decepcionada.

- Bueno, allá voy. - y me aplica la pomada.


Nunca, pero jamás, había sentido tanto dolor. Me duele tanto que cierro los ojos. Intento no gritar. Cuando vuelvo a abrir los ojos, estoy tumbado. ¿Qué ha pasado?

- Hijo, ya te has despertado. ¿Estás bien?

La curandera está dando de comer a mi madre.

- Te has desmayado en cuanto te he puesto la primera gota de pomada. Te has echado una buena siesta. Las primeras veces dolerá mucho, pero en unos días será más soportable. - me dice la curandera. - He aprovechado para ponerte toda la pomada y taparte con una venda, y he decidido dejarte descansar. Debes evitar moverte mucho o se te dañarán los puntos.

¿Me he desmayado? ¿En serio? Qué vergüenza. Y delante de Atenea. Por cierto, ¿dónde está?

- Si estás buscando a tu amiga, se ha ido. Ha venido su madre para llevarla a casa. Ella no quería irse, se ve que te ha cogido mucho aprecio. - dice mamá. Ya no parece drogada, menos mal.

- Mamá, ¿cómo estás?

- Tranquilo, estoy bien, solo un poco cansada y adolorida. Por cierto, ¿sabes dónde está tu padre?

¿Qué? ¿Quiere saber dónde está el cuerpo de Papá?

- No lo sé, no me han dicho dónde está su c-

- Haziel, ¿podemos hablar? - me interrumpe la curandera. - Ahora volvemos, señora. Ven Haziel, te ayudaré a levantarte.

¿Qué pasa?

La curandera me ayuda a levantarme. Me duele bastante, pero la sigo hasta otra habitación.

- ¿Pasa algo con mi padre?

- No, tu padre está bien muerto y enterrado. El problema es tu madre. No se acuerda de que él está muerto. Y, bueno, no se acuerda de nada. Cree que seguís en vuestra ciudad, que está enferma y la habéis llevado a una curandera para probar algo diferente. Ya le he contado todo lo que ha pasado, pero sigue olvidándose, y no quiero seguir viéndola llorar una y otra vez. Así que, mejor no decirle nada, ¿vale?

- ¿Qué? ¿Tiene Alzheimer?

- No, no es eso. Creo que se ha golpeado muy fuerte la cabeza, y ha perdido parte de la memoria. No sé cuán grave es. Por ahora parece estar bien, pero no recupera la memoria.

- ¿Quieres decir que podría tener algo mal en la cabeza?

- No te voy a mentir. Sí, creo que podría tener algo grave, pero yo no tengo forma de diagnosticarla. - me dice con impotencia.

Dios mío. ¿Qué hago?

- Bueno, pues vamos a mi tierra, así la llevo a un hospital, tenemos muchos.

- Haziel... Tu madre no está bien como para viajar en barco. Además, nuestros barcos son lentos, tardaríamos mucho en llegar a las tierras más cercanas, y el trayecto no haría más que empeorar su situación.

- ¿Quiere decir que no va usted a hacer nada para ayudarla?

No dice nada. No me lo puedo creer.

- ¡Tiene que hacer algo! ¡Lo que sea! ¿¡Y si muere!?

- Sshh, no grites. Lo siento Haziel, pero no puedo hacer nada más, solo cuidarla y darle lo que tengo aquí.

- No, tiene que haber otra solución, y voy a encontrarla. - y salgo corriendo.

La Isla: InfernumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora