Capítulo I

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A veces me detengo a reflexionar sobre mi lugar en el mundo y me pregunto: ¿serían las personas más felices si yo no estuviera en sus vidas? Este pensamiento surge de una nube de incertidumbre que no me permite ver con claridad lo que realmente soy. Vivo envuelto en una rutina de días que pasan sin que logre apreciarlos, inmerso en una existencia que parece transcurrir sin dejar huella. Es como si me encontrara en una encrucijada existencial, una suerte de limbo en el que me cuesta encontrar mi propósito.

He tenido momentos oscuros donde la vida parecía un laberinto sin salida, donde cada paso carecía de sentido. Sin embargo, a medida que el tiempo avanza, me doy cuenta de que esta percepción puede no ser el reflejo de la realidad. Tal vez la vida tiene un significado que aún no he descubierto, quizá hay una belleza oculta esperando ser encontrada si solo permito que mi mente se abra a nuevas posibilidades.

Vivimos en un mundo repleto de complejidades y, a menudo, nos dejamos llevar por la inercia sin cuestionar nuestro propio valor. Pero es necesario entender que cada persona, incluido yo mismo, tiene un papel insustituible en esta vasta trama de la vida. Cada interacción, cada emoción y cada experiencia nos conforman y nos definen, incluso cuando creemos que estamos perdidos. Así que sigo buscando, tratando de entender, deseando encontrar un sentido más profundo a mi existencia. Porque al final del día, la verdadera felicidad podría no estar en cómo los demás me perciben, sino en cómo yo soy capaz de ver y valorar a los demás y a mí mismo. Tal vez, en esa búsqueda, descubra que la vida tiene mucho más que ofrecer de lo que jamás pude imaginar. La vida es un viaje eterno de autodescubrimiento y aprendizaje. Y aunque a veces me sienta como una sombra en el fondo de una escena, sé que mi presencia tiene un propósito, aunque todavía me cueste verlo.

Cada mañana, a las seis en punto, tomo el autobús que me lleva a la escuela. Es un ritual casi sagrado en mi rutina diaria. Me siento junto a una ventana, siempre la misma, y miro al mundo exterior con una curiosidad infinita. Observo a las personas que cruzan mi visión efímera y me dedico a imaginar sus vidas, sus sueños, sus luchas y sus triunfos. Hay algo mágico en esos momentos fugaces, en ese vaivén constante del transporte público. Quizá porque en ese espacio compartido, todos somos iguales, meros pasajeros en el viaje de la vida. Conecto mis audífonos al móvil apenas me siento. La música me transporta a mundos lejanos, a lugares donde las emociones son más intensas y los sueños más vívidos. En esas melodías encuentro refugio, una forma de escapar sin moverme del asiento.

A través de las notas y los acordes, siento emociones que quizás el mundo real me niega. Es un viaje introspectivo, una travesía hacia lo intangible, allí donde las *realidades imaginadas* se entrelazan con los anhelos más profundos. Y así, mientras el autobús avanza, yo también me desplazo, no solo físicamente, sino en el alma, buscando siempre un poco más de lo que la vida tiene para ofrecer.

Muchas personas en la escuela me consideran extraño, diferente, una singularidad en un mar de conformidad. Sin embargo, cuando me miro en el espejo, solo veo a un chico de diecisiete años, uno que no es comprendido por nadie. Me observo, me analizo y me doy cuenta de que, en realidad, no sé quién soy ni cuál es mi propósito en este vasto mundo. Todos los días se convierten en una repetición monótona de rutinas, sin cambios, sin sorpresas, sin aventuras que le den sentido a mi existencia. A veces, para escapar de esta realidad insípida, me pierdo en un mundo alterno, un universo paralelo que me recibe con los brazos abiertos. Es un lugar donde me entienden, donde mi alma inquieta encuentra reposo y mi mente vuela libre. En ese mundo ajeno, soy más que un adolescente incomprendido; soy un ser completo, en sintonía con mi esencia y propósitos. Pero, como ocurre con los sueños más preciados, eventualmente tengo que regresar. El despertar es abrupto y doloroso, un choque brutal con la realidad que no admite escapatoria. La realidad es una prisión de la que no puedo salir, encadenado a un día a día lleno de normalidad y repetición. En ese regreso forzado, el mundo de aquí me recuerda cruelmente la crudeza de la incomprensión y la soledad. Y así, continúo mi viaje, navegando entre dos realidades: una que entiendo y que me entiende, y otra que me desconcierta y me excluye. La dualidad de mi existencia me hace cuestionar constantemente quién soy y qué hago aquí, buscando respuestas en un mundo que todavía tengo que descifrar.

Diario de un AdolescenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora