Lidiar con la realidad de que la única amiga que tienes te odie intensamente por algo que nunca hiciste no se compara con el desafío de enfrentarse a un asesino. Es una batalla interna, más aguda y punzante, que golpea más profundo en el alma.
Estando en casa, sin nada en particular para ocupar el tiempo, decidí aventurarme y bajar una aplicación de citas. Fue un impulso momentáneo, una forma de distraerme de la soledad que me embargaba. Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que una avalancha de mensajes comenzara a inundar mi perfil. Hombres sin pudor, sin respeto, desplegando sus intenciones crudas y desnudas.
Sabía que si aceptaba la invitación de uno de esos hombres, cruzaría un umbral del cual no podría regresar. Mi vida, ya marcada por la soledad, se tornaría en algo aún más vacío y desolador. El pensamiento de aceptar una de esas tantas propuestas me convertía, en mi mente, en un mero objeto sexual. Un objeto que sería usado hasta el hartazgo, hasta que no tuviera más valor o uso, y luego desechado sin miramientos.
Esta perspectiva me llenó de un miedo profundo, una tristeza que no pude ignorar. El acto de considerar siquiera tal cosa daba testimonio de mi desesperación, de mi necesidad urgente de conexión, de significado en medio de un torrente de soledad y desarraigo.
Cada mensaje que leía, cada proposición indecente que recibía, era un recordatorio punzante de mi vulnerabilidad, de cuánto anhelaba compañía, pero no a cualquier costo. Guardar mi dignidad, mi integridad y mi esencia se convirtió en la lucha silenciosa dentro de las interacciones triviales de una aplicación de citas. Aun en medio del vacío, elegí mantenerme firme, sin comprometer lo que soy, buscando algo más profundo, más verdadero.
Más allá de la razón y el entendimiento, algo me impulsaba a estar frente a la casa de Logan aquella noche. Era como si una fuerza instintiva, casi primitiva, hubiera tomado el control, anhelando saciar una necesidad que ni siquiera lograba comprender plenamente. Me encontraba allí, justo frente a su puerta, con la mano extendida hacia el timbre, incapaz de detenerme.
La puerta se abrió y Logan me observó, evidentemente perplejo al verme de pie en su umbral. —Sam, ¿Qué haces aquí? — preguntó, su voz teñida de confusión.
—Quiero tener sexo, ¿puedo pasar? — respondí, sin ningún atisbo de vergüenza, dejando que la lujuria dictara mis palabras.
—Claro,— respondió Logan, abriéndome paso hacia el interior. Apenas la puerta se cerró detrás de nosotros, me lancé hacia él, mis labios capturando los suyos con una urgencia frenesíaca. Los besos eran intensos, una mezcla intoxicante de deseo y desesperación. Su aroma, su sabor, la sensación de sus manos explorando mi cuerpo; todo conspiraba para enloquecerme.
Nos despojamos de la ropa con una rapidez febril, impacientes por saciar esa pasión abrasadora que nos consumía. Me guio hasta su habitación, donde me arrodillé ante él, contemplando su erección con un deseo insaciable. Lentamente, con una devoción casi religiosa, tomé su pene en mi boca, cada movimiento una mezcla de adoración y ansia, cada instante una renuncia total al control, entregándome completamente al placer desenfrenado.
La intensidad de ese instante lo envolvía todo, la habitación, nuestros cuerpos, nuestras almas. Nada más existía, solo el deseo crudo e incontrolable que nos unía en un frenesí de pasión. Cada caricia, cada beso, cada suspiro, eran una sinfonía de placer que nos conducía más y más al abismo del éxtasis.
Después de una apasionada ronda de sexo oral, me puse de pie y lo arrojé contra la cama, quedándose allí tumbado. Desde esa perspectiva, podía observar cada detalle de su cuerpo. Sin más preámbulos, me subí sobre él y con una de mis manos acomodé su pene en la entrada de mi ser, comenzando a bajar poco a poco.
No podía evitar gemir sin parar mientras sentía cómo su pene se deslizaba lentamente hacia adentro. Los sonidos de nuestros gemidos eran la única cosa que se oía en esa habitación, nuestra pasión era desbordante como nunca antes lo había sido.
Después de un tiempo en el que mantuve el ritmo de la cabalgada, él me volteó bruscamente, colocando mis piernas sobre sus hombros y comenzando de nuevo una intensa penetración que nos dejó a ambos sin aliento.
La habitación se llenó del sonido de nuestras respiraciones entrecortadas y los gemidos que marcaban el compás de esta fogosa danza. La conexión entre nosotros se sentía más fuerte que nunca, como si fuéramos dos almas unidas en un mismo propósito, buscando el éxtasis más profundo.
Cada movimiento, cada contacto de nuestros cuerpos aumentaba la intensidad de la experiencia, llevándonos a alturas de placer indescriptibles. En ese momento, éramos el uno para el otro, inmersos en una vorágine de sensaciones que parecía no tener fin.
Cada caricia y suspiro nos impulsaba más allá de cualquier límite previo, explorando cada rincón de nuestro deseo. La conexión emocional y física era tan palpable que parecía casi tangible, envolviéndonos en un manto de pura pasión.
Finalmente, después de un clímax explosivo, nuestros cuerpos exhaustos se encontraron abrazados, respirando al unísono, sintiendo el latido de nuestros corazones como una melodía conjunta. En ese instante, supimos que habíamos compartido algo más allá del placer físico: una profunda unión que quedaría grabada para siempre en nuestras memorias.
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Diario de un Adolescente
Kort verhaalLa novela narra la cautivadora historia de Sam Miller, un joven de 17 años que se enfrenta al desafío de vivir solo en casa debido a los constantes viajes de sus padres. Durante su último año de preparatoria, Sam conoce a un hombre que cambiará su v...