12.No todo está perdido

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Carolina

— ¿Por qué estás aquí?. —

— No confiaba en el correo, ¿Querías que las flores se torcieran o marchitaran?. — Acercó el ramo de margaritas.

— No tenías que hacerlo. —

— Pero quiero. — Ale me dio el ramo.

— Son mis favoritas. — Acerqué el ramo para olerlo.

— Lo sé. —

— ¿Qué?. —

— Me refiero a que me alegra que te hayan gustado. —

— Gracias, Ale. — No pude evitar dedicarle una cálida sonrisa.

— No las des. — Ale acercó su mano a mi mejilla, haciendo que un escalofrío recorriera mi cuerpo, hasta detenerse en mi abdomen.

— Carol... —

— Dime. —

— Cuando la última margarita se marchite, dejaré de sentir esto, por ti. —

— ¿Esto?. —

— Aún no lo diré, al menos no hasta que te sientas lista. — Ale me guiñó un ojo, antes de apartar su mano.

— Pero en cuanto lo estés, no dudaré en decírtelo una y otra vez. — Nuevamente se acercó a mí. — Te lo prometo. — Ale se inclinó lo suficiente como para que sus labios rozaran los míos.

— ¿Y si ya lo estoy?. — mis labios se entre abrieron al sentir su aliento de menta en mi rostro.

— ¿¡Carol!?. — Un fuerte sonido acompañado de un grito grave, se escuchó a lo lejos.

— Creo que debo irme. — Bajé la mirada a sus labios.

— Lo sé. — Ale puso su mano en mi mentón, para poder alzarlo y hacer que lo mire.

— Prométeme que cualquier cosa, me dirás. Y qué haremos llamada por las noches. —

— Lo prometo. —

Ale se alejó de mí, haciéndome desear atraerlo para besarlo, pero me temo que no era un buen momento. Ale alzó la mano para despedirse de mí y montarse en su auto; mientras que yo entraba en mi casa, cerrando la puerta y oliendo las margaritas.

Estaba por subir las escaleras, pero noté que la mitad de las margaritas eran artificiales. Ahora todo tenía sentido; la frase que me dijo... "Cuando la última margarita se marchite, dejaré de sentir esto por ti". Mi sonrisa se amplió al acariciar una de las margaritas artificiales, mientras que el dulce aroma de las reales, se mezclaba en el ambiente; al igual que su voz en mi mente.

— ¿Qué es eso?. — Una voz familiar se aproximó detrás de mí, haciéndome estremecer por el tono grave y la dureza en su voz, aunque no lo suficientemente alto como para despertar a mi madre.

— Harper... — Por alguna extraña razón, me quedé inmóvil.

— Mierda Carol, creí que te había quedado claro que no quería que te juntaras con el idiota de Alejandro. —

— Harper, creí que... —

— ¿Te las dio él?. — Señaló las margaritas con su mirada y desdén.

— Eso no te incumbe. — Dije con voz temblorosa, pero tratando de no mostrar debilidad.

— ¿Eres estúpida?. — Arrancó el ramo de mi mano, haciéndome unas pequeñas cortadas en las palmas de las manos, debido a la fricción.

— Son mías. — Me acerqué desafiante, pero me detuve al notar cómo se oscurecía su mirada y sus venas se marcaban más de lo usual.

— ¡¿De verdad crees que soy tan idiota como para dejar el tema?!. — Elevó la voz pero no lo suficiente como para despertar a nuestros padres.

46 KilómetrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora