LA ÚLTIMA CANCIÓN

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Londres, 16 de Octubre de 2000.

Desde la noche en que Alex y Cloe se habían besado en el semáforo, había sido inevitable querer pasar el máximo tiempo posible juntos. No resulto muy difícil porque salvo en dos clases, coincidían en todas las asignaturas y prácticas. Habían salido con la pandilla pero también habían quedado los dos solos para ir al cine y a cenar un par de noches. Cloe llevaba desde entonces durmiendo en casa de Alex y compartiendo sus desayunos con Aston y Henry, lo que se había convertido en una especia de ritual. Esta noche tenían la recepción que la Universidad organizaba para que todos los Erasmus tuvieran la oportunidad de conocerse. La pandilla había quedado a comer en una de las cafeterías del campus y ultimaban los detalles.

—Casi hacen la recepción en Navidad —dijo Marta —Menos mal que nos hemos conocido antes porque si no, no sé que habríamos hecho.

—Bueno —dijo Gonzalo —El año pasado ya fue así. Y no creas que es fácil conocer gente en Londres, es demasiado grande. De hecho yo fui solo. Pero es verdad que en esa fiesta conocí a todo el mundo y se agradece que hagan estas cosas porque la gente está muy dispersa.

—Ya, nosotras como veníamos juntas no teníamos tanta sensación de soledad, pero claro, si vienes solo... —dijo Alejandra —Se pasa más de un mes antes de que puedas conocer a alguien. Es cierto que no hay tantas oportunidades de coincidir con otros españoles, ya no digo de otras nacionalidades.

Cloe estaba sentada mirando el sandwich que tenía en el plato. No le gustaba nada la comida inglesa. Estaba harta del pepino y la mantequilla que ponían en los bocadillos. Alex estaba pagando su comida, cogió la bandeja y caminó decidido, sentándose en la silla que estaba vacía frente a Cloe.

—¿No tienes hambre? —preguntó Alex.

—No mucha, pero es que estoy harta de esta comida, me comería con gusto una sopa de cocido.

—Lo peor es sin duda la comida —dijo Marta —Y vosotros estáis en pisos, podéis cocinar, pero Alejandra y yo en la residencia imaginaos el percal. Todos los días las judías esas con tomate y los huevos y para cenar salmón o hamburguesa. Una cruz...

—Bueno... —dijo Gonzalo —Al lio, ¿Cómo quedamos esta noche?

—Lo más fácil es quedar directamente en la fiesta —respondió Alex.

—Alex, ¿No quedamos antes para tomar unas cervezas? —preguntó Gonzalo.

—Gon, tío, es que la fiesta empieza a las 6, ¿Quieres empezar con las copas ya, ahora?—dijo Alex riendo.

—Pues es una opción —dijo Gonzalo riéndose también.

Finalmente quedaron en encontrarse en la fiesta que tendría lugar en el rectorado de la Universidad. Se levantaron de la mesa y fueron hacia los jardines del campus. Alex de manera autómata, sin ser muy consciente de lo que estaba haciendo, rodeó con el brazo a Cloe y le dio un beso en la comisura de los labios bajo la mirada perpleja del resto de la pandilla.

—¡Joder! —exclamó Marta con una sonrisa maléfica, mirándoles —¿Eso ha sido lo que creo que ha sido?

—Sí —respondió Alex con una sonrisa —Os lo íbamos a contar, pero no ha habido ocasión. Cloe y yo estamos juntos.

Cloe lo miró sorprendida haciéndole un gesto de resignación con los ojos, porque no habían hablado nada de nada y la confesión de Alex la había pillado tan de sorpresa como al resto. Todos se alegraron por la noticia y no les extrañó en absoluto.

—Sabía que acabaríais juntos, si es que solo había que veros. Esas miradas... —dijo Marta —Era cuestión de tiempo.

—Bueno, ya —dijo Cloe —tampoco es para tanto.

DESTINOS CRUZADOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora