Ser la primera en levantarse y vestirme a oscuras, mientras el duerme, parece ir en contra de todos mis instintos. Sin hacer ruido, saco mi ropa de la cómoda y la dejo caer en mi maleta. Mi pasaporte está justo donde el dijo que estaría, en el cajón superior, y, por algún motivo, ese detalle desgarra la delgada envoltura que aún me mantiene en pie.
Dejo aquí casi todos mis cosméticos. Si los guardara en el neceser haría ruido, y no quiero despertarlo. Voy a echar mucho de menos la carísima crema facial que me he comprado, pero no creo que fuese capaz de dejarlo si estuviera despierto, mirándome en silencio o, peor aún, intentando disuadirme.
Las dudas son un goteo que quizá debería escuchar: puede que no sea la mejor idea que he tenido. Sin embargo, no lo escucho. Hasta evito mirarlo, tumbado sobre la colcha, casi totalmente vestido, mientras hago la maleta, me visto y busco en el escritorio del salón un trozo de papel y un bolígrafo.
Porque, si vuelvo al dormitorio y lo veo, ya no podré apartar la vista. Solo ahora caigo en la cuenta de que anoche no me paré a apreciar lo guapísimo que estaba. La camisa azul marino, cuyo corte ajustado se ciñe a su pecho ancho, a la estrechez de la cintura, está desabrochada justo debajo del hueco de la garganta, y noto la lengua ansiosa por succionar mis zonas favoritas: del cuello al pecho, del pecho al hombro.
Sus pantalones deslavados son perfectos, descoloridos por el tiempo en los mejores puntos, en los más familiares: el muslo, la bragueta de botones. Antes de dormir, ni siquiera se quitó su cinturón marrón favorito, que cuelga abierto sobre los pantalones desabrochados y un poco bajos. De pronto, mis dedos ansían para ver, tocar y saborear su piel solo una vez más.
Tengo la sensación de verle el pulso en la garganta. No me cuesta nada imaginar el sabor de su cuello tibio contra mi lengua. Sé que, si le bajara los bóxers, sus manos soñolientas se enredarían en mi pelo. También sé que asomaría un, sus ojos un enorme alivio si lo despertara ahora mismo, y no para despedirme de el, sino para hacer el amor por última vez. Para concederle mi perdón sin palabras.
Sin duda, el sexo de reconciliación con Tom sería tan maravilloso que olvidaría bajo sus manos que alguna vez nos hemos distanciado.
Y ahora que estoy aquí, esforzándome por no hacer ruido y marcharme sin despertarlo, empiezo a asimilar que no podré tocarlo antes de irme. Trago saliva para deshacer el nudo que tengo en la garganta, para ahogar un sollozo que escaparía de mi boca en forma de grito, como vapor a presión saliendo de una tetera. El dolor es como un puño en mi estómago que me golpea una y otra vez hasta que me entran ganas de devolverle el golpe.
Soy una idiota. Pero el tampoco se queda corto.
Tardo muchos segundos en apartar los ojos de su cuerpo tendido en la cama y clavarlos en el bolígrafo y el papel que tengo en las manos.
¿Qué demonios se supone que voy a escribir? No es un adiós; no lo creo.
Conociéndolo como lo conozco, a pesar de lo que ocurrió anoche, sé que no dejará que todo esto quede en unas pocas llamadas telefónicas. Y varios correos electrónicos. Querrá volver a verme. Pero me estoy marchando mientras duerme y, dada su situación, con la gira, puede que no lo vea en unos cuantos meses si me quedo. En cualquier caso, este no es exactamente el momento adecuado para escribirle una nota que diga "nos vemos pronto". Más bien sería un cordial " Hasta nunca".
Así que opto por lo más fácil y sincero, aunque mi corazón parece retorcerse en un nudo dentro de mi pecho mientras lo escribo:
Esto no es un hasta pronto, si no un hasta nunca, se feliz. Que si tú lo eres yo lo seré, que créeme que me has dado un gran motivo para serlo, gracias por todo. Me gustas mucho, y te querré por el resto de mi vida.
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Mein Heiliger ♰ (Tom Kaulitz)
FanfictionLas dos mejores amigas de Scarlett Jones han decidido celebrar su graduación de las chicas y a su amiga darle una monumental despedida ya que insiste en iniciar un nuevo camino y ese será el de dios. Ellas planean en llevarla ala ciudad del pecado...