Michael.

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Era un sereno y soleado domingo por la tarde, con el cálido sol bañando el paisaje verde del jardín de la hermosa casa de campo donde Michael se afanaba podando el césped. El zumbido rítmico de la cortadora de césped llenaba el aire, mezclándose con el aroma fresco de las flores en floración.

—Mantente alejado de mis tulipanes —advirtió la esposa de Michael, Linda, apareciendo en el umbral de la puerta con un vaso goteante de jugo de naranja recién exprimido.

Michael levantó la mirada, una sonrisa traviesa jugueteando en sus labios sudorosos. —Oh, ¿tus preciosos tulipanes? No te preocupes, cariño, estoy practicando mi precisión.

—¿Precisión para qué, exactamente? —inquirió Linda con una ceja alzada, mientras extendía el vaso hacia él.

—Bueno, para asegurarme de no cortar ninguno accidentalmente... —respondió él, aceptando el vaso con una sonrisa de complicidad—. O quizás solo estoy probando tu sentido de la aventura.

Un destello de incredulidad cruzó el rostro de Linda antes de que se transformara en una risa ligera. —¡Oh, tú! ¡Eres imposible!

—Lo sé, pero ¿no es por eso que me amas? —replicó Michael con un guiño, antes de tomar un sorbo del jugo fresco y refrescante.

Linda rodó los ojos con una sonrisa indulgente. —No te creas tanto, señor. No vayas a pensar que tus bromas me distraen de mis preciosos tulipanes.

—Oh, claro que no, cariño. Tus tulipanes están a salvo conmigo —aseguró él, con una reverencia exagerada antes de sujetarla de la cintura suavemente.

—Debería estar preocupada por mis flores contigo cerca —bromeó Linda, permitiendo que él la girara en un suave vals improvisado en medio del jardín soleado.

La voz del locutor de la radio irrumpió en la tranquila habitación de Michael, sacándolo bruscamente de su dulce sueño. Con un suspiro resignado, apagó la alarma y se sentó en el borde de la cama, dejando que la realidad se filtrara lentamente en su conciencia.

Michael era un hombre de rutinas simples y vida modesta. Había pasado toda su existencia en el mismo vecindario, con sus calles familiares y sus rostros conocidos. A los catorce años, había dejado la escuela para unirse al gremio Warrior, ansioso por encontrar su lugar en el mundo. Sin embargo, su breve carrera en el campo de batalla terminó rápidamente después de su primera misión. Descubrió, con un pesar creciente, que por más que se esforzara, la naturaleza zen requerida le resultaba inalcanzable.

Ahora, con veinticuatro años, Michael trabajaba en el mismo supermercado al que se había unido desde los dieciséis. La muerte de su madre, cuando él apenas era un adolescente, lo había dejado sin un centavo y con una sensación de responsabilidad abrumadora. Desde entonces, había asumido el papel de proveedor, trabajando duro para mantenerse a sí mismo y para sostener los hilos de su existencia cotidiana.

El sonido del agua corriente llenó el baño mientras Michael se sumergía en un largo baño, dejando que el calor relajante abrazara su cuerpo tenso. Una vez se sintió renovado, se vistió con su atuendo característico: una camisa blanca nítida, una corbata azul marino perfectamente ajustada, unos jeans de mezclilla desgastados y un par de botines de un vibrante color mostaza que destacaba entre la monotonía del día.

Saludó a su viejo auto con una sonrisa irónica mientras se deslizaba detrás del volante. Con un par de intentos y algunos gruñidos mecánicos, logró que el motor ronroneara a la vida, dispuesto a enfrentar otra jornada.

Con la carretera extendiéndose ante él, Michael activó la radio con la esperanza de añadir algo de compañía a su viaje solitario.

—Cambiando de tema, tenemos una noticia bastante fuerte, así que les sugerimos que saquen a los niños de la habitación o cambien de estación —anunció el locutor del noticiero, su voz cargada de gravedad, instando a los oyentes a prestar atención.

LYRA Temporada 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora