Nozomi y Kiyomi.

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La noche del 27 de julio, el aire en la pequeña cafetería del centro de la Ciudad del Zen estaba impregnado de un aroma a café recién hecho y a limpieza reciente. Nozomi, con su franela y un frasco de jabón líquido desinfectante en mano, daba los toques finales a su turno, limpiando meticulosamente las mesas.

—Qué bueno que apareciste, Nozomi. Desde que falleció nuestra antigua camarera, teníamos mucho trabajo pesado —comentó la dueña del local, una mujer de mirada aguda, mientras calculaba las ganancias de la semana con un lápiz entre los dedos.

Nozomi asintió con una sonrisa cansada. —¿Hablas de Linda, verdad?

La dueña asintió solemnemente. —Sí, la perdimos cuando hubo esa ola de asesinatos orquestados por esa horrible mujer que quería convertirse en restrisora.

El cocinero, que había estado atento a la conversación mientras colgaba su delantal en el perchero, se unió al diálogo.

—Que Yavhe la tenga en su santa gloria, era una buena alma.

Nozomi asintió con solemnidad. La atmósfera se tornó un tanto sombría por un momento antes de que la dueña rompiera el silencio.

—Cambiando de tema, ¿soy yo o esta temporada de lluvias ha durado más de lo normal? —preguntó, su mirada fija en las gotas de lluvia que golpeaban con insistencia los ventanales del local—. Nozomi, cuando termines con esa mesa, puedes irte.

—Sí, señora. Qué bueno que traje mi paraguas —asintió Nozomi.

La dueña asintió y sacó un sobre de su caja registradora. —Aquí está tu pago de la semana, son seiscientas lanas. Disfrútalas. Está lloviendo bastante fuerte. Si me esperas unos diez minutos, te puedo llevar en mi auto —ofreció con amabilidad.

Nozomi agradeció con una sonrisa, pero sus gestos delataban cierta prisa. Tomó el sobre con su paga y lo guardó en su billetera con cuidado.

—Estaré bien con mi paraguas, gracias, señora Ramona.

La dueña asintió comprensivamente, observando cómo Nozomi se despedía con un gesto rápido y salía apresuradamente por la puerta, desapareciendo en la lluvia que caía con fuerza sobre la ciudad.

Nozomi se adentraba en la noche lluviosa con pasos rápidos y determinados, el sonido de sus pisadas se mezclaba con el tamborileo constante de las gotas sobre el pavimento. Sin embargo, su ritmo se vio interrumpido cuando notó la presencia de un hombre tambaleante detrás de ella. A pesar de la incomodidad que le generaba, decidió mantener su rumbo y acelerar el paso, esperando dejar atrás al intruso.

El hombre, visiblemente ebrio, persistió en su persecución, aumentando el nerviosismo de Nozomi. Con el corazón acelerado, se concentró en su objetivo: llegar a la farmacia antes de que cerrara. Afortunadamente, divisó las luces del establecimiento a lo lejos y redobló sus esfuerzos, ignorando las risas descontroladas que resonaban a su espalda.

Cuando por fin cruzó el umbral de la farmacia, un suspiro de alivio escapó de sus labios. Se acercó al mostrador, donde un empleado atento la recibió.

—"Jarabe de acto impuro", casi nadie compra esto. En todo el tiempo que llevo trabajando aquí, solo he vendido cinco botellas —comentó el encargado mientras salía de la bodega con el pedido de Nozomi.

—Lo sé, estuve buscando en varias farmacias, pero esta era la única que tenía licencia para vender esto.

El empleado le tomó el frasco con una sonrisa compasiva, reconociendo la urgencia en la expresión de Nozomi.

—Bien, si solo es esto, serían dos mil quinientas lanas. ¿Prefiere pagar en efectivo o con tarjeta? —preguntó el empleado de la farmacia con amabilidad, mientras revisaba el precio en el sistema.

LYRA Temporada 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora