Alkadar.

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El día 8 de julio, el autobús de prisioneros avanzaba pesadamente por la rugosa carretera que serpenteba a lo largo de la isla Alkadar. El sol del mediodía ardía implacablemente sobre el paisaje árido y desolado que rodeaba la prisión de máxima seguridad. El aire vibraba con una tensión palpable mientras el vehículo se aproximaba al puente que conectaba la isla con el estado "Allen".

Dentro del autobús, el silencio era opresivo. Los prisioneros, cada uno marcado por su propia historia de delito y desgracia, estaban hundidos en sus propios pensamientos sombríos. Algunos murmuraban entre sí en voz baja, intercambiando palabras de resignación o especulaciones sobre su destino incierto.

El puente se alzaba imponente ante ellos, una estructura de acero y concreto que parecía simbolizar la barrera entre la libertad y el confinamiento perpetuo. A medida que el autobús avanzaba sobre el puente, el sonido metálico resonaba debajo de sus ruedas, como un eco ominoso del destino que les esperaba al otro lado.

Al llegar a la entrada de la prisión, el autobús se detuvo con un chirrido agudo de frenos. Las puertas se abrieron lentamente, revelando a los guardias armados que aguardaban afuera, con expresiones impasibles y miradas frías que barrían a los prisioneros con desdén.

—¡Todos fuera! —ordenó uno de los guardias, su voz rígida y autoritaria resonando en el aire cargado de tensión.

Los prisioneros obedecieron en silencio, bajando del autobús y formando una fila desaliñada mientras eran registrados y escoltados hacia el interior de la prisión. Algunos murmuraban entre ellos, intercambiando miradas nerviosas o lanzando miradas furtivas a los guardias que los rodeaban.

Los pasajeros del autobús fueron conducidos con mano firme hacia el imponente edificio principal de la prisión, donde les esperaba su rutina diaria de control y sumisión. Allí, en un sombrío laboratorio, les aguardaba la inyección de la temida sustancia "Bix". El líquido espeso, una especie de veneno para el alma, se introducía en sus venas con una eficacia cruel, suprimiendo cualquier destello de poder que pudieran haber poseído en sus anteriores vidas fuera de aquellas paredes.

Una vez "tratados", los prisioneros fueron conducidos hacia el desolado comedor de la prisión, donde el olor rancio de la comida rellenaba el aire opresivo. Allí, entre mesas desgastadas y bancos de metal frío, les asignaron sus celdas. Para su sorpresa, Same y Gabriella quedaron asignados en la misma celda. .

—Entonces, ¿cuál es el plan? —inquirió Gabriella, su voz apenas un murmullo tenso en el aire cargado.

Same, con la determinación marcada en cada línea de su rostro, respondió entre bocados de puré de patatas. —Ahora que nos dejen ir a las celdas, voy a revisarlas una por una. Si no está ahí, me fugaré en la noche para revisar en los demás pabellones.

La mirada de Gabriella reflejaba una mezcla de preocupación y escepticismo. —Han pasado veinte años, ¿no crees que pudieron hacerlo en secreto? —expresó, su voz titubeante revelando las sombras de duda que acechaban en su mente.

Pero Same no vaciló en su convicción. —No, Guss sigue con vida... puedo sentirlo —declaró con una solemnidad que cortaba a través del velo de incertidumbre. En sus palabras resonaba una fe inquebrantable, una conexión más allá de la razón que le guiaba en su búsqueda desesperada.

—Hola, hermosa. Solo venía a decirte que me esperes en los baños y no lleves ropa —ordenó Tyron, un hombre musculoso, alto y barbudo, su voz resonando con una autoridad que no admitía réplica, mientras golpeaba con fuerza la mesa de metal con un estruendo ominoso.

Same lo encaró con una mirada que ardía con la promesa de violencia. Pero Tyron, lejos de amilanarse, soltó una carcajada burlona, como si la idea de enfrentarse a aquel hombre feroz le resultara risible.

LYRA Temporada 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora