Trago amargo.

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Cuando Kiyomi despertó, estaba sentada y atada a una palmera. Las cuerdas mordían su piel, raspando cada vez que intentaba moverse. A su lado, Ik se encontraba en la misma situación, con la mirada fija en el suelo y el ceño fruncido de rabia contenida. La selva a su alrededor se sentía densa y opresiva, con la humedad del aire pegándose a su piel y el sonido de los insectos creando una cacofonía constante.

—Tus ojos, ¿por qué son así? —preguntó Peeky, agachándose a la altura de Ik y observando con curiosidad los párpados del joven, que estaban tintados de un negro profundo.

—Lo mismo que con mis uñas y labios, no lo sé. Un día se tornaron de ese color —respondió el chico, su voz cargada de enojo y desdén mientras trataba de evitar el contacto visual con la mujer que tenía enfrente.

—¿Por qué le has estado preguntando todo esto al chico, Peeky? —preguntó Mirna, sin levantar la vista mientras terminaba de vendar su herida con torpes movimientos. Su voz era un eco de cansancio y frustración, reflejando el dolor que trataba de ocultar.

—¿No lo has notado? Este niño tiene los ojos idénticos a los de Khal. Puede que sea el niño que Yin no pudo secuestrar —respondió Peeky, con una chispa de interés malsano en su mirada. Sus palabras parecían colgar en el aire, cargadas de un peso que hacía que el corazón de Ik latiera con más fuerza.

Al escuchar el nombre de Yin, Ik sintió un escalofrío recorrerle la columna vertebral. Trató de disimular su reacción, apretando los dientes y mirando hacia otro lado, pero no pudo evitar que una sombra de reconocimiento pasara por su rostro.

—¿Si crees eso, por qué no revisas si tiene la marca del Manautra en lugar de andar haciendo preguntas estúpidas? —sugirió Mirna, a lo que Peeky respondió enseñándole el dedo medio por hacerla sentir estúpida. Con un bufido, Peeky comenzó a levantar el cabello de Ik y, al ver los vendajes en su frente, decidió retirarlos sin delicadeza alguna.

—Oye, vaca, ¡tenías razón, es el hermano de Khal! —exclamó Peeky, sus ojos brillando con una mezcla de triunfo y sorpresa.

Mirna sonrió de manera siniestra mientras comenzaba a desatar a Ik, sosteniéndolo con fuerza del cuello. —Tenemos que llevarlo —dijo, sus dedos clavándose en la piel del chico.

—¿Y qué hacemos con la otra niña? —preguntó Peeky, levantando del suelo su gran roca, su expresión oscura y decidida.

—Aplasta su cabeza y ya —respondió Mirna con frialdad, sin un atisbo de compasión.

Kiyomi soltó un sollozo, sus ojos llenándose de lágrimas, el miedo palpable en cada línea de su rostro. La desesperación de Ik se intensificó al ver a su compañera al borde del llanto. —No, no, esperen. Si la dejan ir, yo las acompañaré sin intentar escapar —propuso Ik rápidamente, su voz temblando, pero decidida. Sabía que debía proteger a Kiyomi a toda costa.

Mirna levantó una ceja, mirando a Peeky con una sonrisa sardónica. —Mira eso, el niño está dispuesto a sacrificarse por su amiga. Qué conmovedor.

—Si aceptamos su trato, tal vez le sea más fácil a Khal hablar con él —le susurró Peeky a Mirna, quien aceptó el trato a regañadientes. Sin embargo, cuando estaban por irse del lugar, una extraña aura que hacía ver los colores en negativo rodeó a ambas mujeres, haciéndolas flotar por los aires.

—¡Nozomi, viniste! —exclamó Kiyomi, completamente aliviada al ver a su compañera.

Nozomi, con una expresión de concentración intensa, mantenía sus manos levantadas, manipulando la extraña energía que envolvía a las ladronas. —Ik, toma la roca, no se pueden defender —ordenó sin dejar de usar sus poderes. La atmósfera vibraba con la fuerza de su aura, los colores del entorno distorsionados por la influencia de su habilidad.

LYRA Temporada 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora