Adagio IV

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"Quien se oculta tras una máscara, no sólo engaña al mundo, sino a sí mismo..."


He vivido dos vidas: una social y otra en el seno de mi soledad. Tal afirmación, que parece reveladora, es en realidad el reflejo del intento de buscar la aceptación que creí necesitar. Imagina ser rechazado constantemente por la sociedad, imagina ser cuestionado únicamente por ser alguien ligeramente diferente, por preferir el silencio o la soledad antes que el bullicio de las urbes; imagina tener sueños y que te digan que son solo ilusiones estúpidas propias de alguien con complejo mesiánico.

Podría imaginar muchas cosas, y de hecho lo hice, pero en la soledad de mi mente me vi obligado a crear a alguien que fuera la antítesis de aquello que yo sabía que era. No fue tan difícil fingir, y no lo es todavía. Difícil es aceptar que me adapté tanto a este ser que, en períodos prolongados de tiempo, es el único que existe. Es fácil observar el patrón: actúa de forma irracional y llamarás la atención; haz que se rían, no importa que sea de ti, haz que se sientan bien con ellos mismos, y cuando se sientan culpables por hablar sólo de sí mismos, sigue haciéndoles preguntas. ¿Quién no ama hablar de sí mismo?

Pero en la lejanía, la verdad era evidente: te aceptarán mientras les digas lo que quieren escuchar. Me tomó pocos intentos darme cuenta de ello y cómo lentamente, sorprendidos, se preguntaban "¿Qué te pasa?" o, si la actitud seguía, cómo lentamente se iban alejando de ti. Nunca juzgué el trabajo de los payasos, pues me parece una profesión muy noble, y me lo parece más desde el día que decidí convertirme en uno de ellos. En mi mente siempre resuena aquella aria famosa interpretada por Pavarotti, cuando decía: "Vesti la giubba..."

Se convirtió en rutinario actuar e interpretar a cabalidad el papel que me correspondía, y en cada intento de liberar al ser original, que en este momento está encadenado en la profundidad de mi mente, más visualizo lo que ocurrirá...

¿Por qué recurrir a esto? Un mecanismo de defensa, una forma de evitar la constante alienación a la que me veía sometido. Eso no lo sabrán, y aunque lo dijera, dudo que de verdad les importe. He vivido bajo el prisma de dos personalidades, y en ambas, me sigo sintiendo miserable. Cada acción duele el doble; cada equivocación repercute dos veces más. Está claro que fue una mala idea, pero algún día te dejaré ir, Pagliacci...

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