Extra 2

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La casa era un caos, un completo caos.

— ¡Ven aquí!

El grito de Osvaldo se escuchó por toda la casa, seguido de escandalosas risas infantiles. El alfa corría detrás de la niña que desnuda huía de él, saltando por los sillones y riéndose del desespero de Osvaldo por atraparla.

Habían estado así hacía ya un buen rato, cuando el alfa le quitó las prendas para poder bañarla, pero la niña había huido tan rápido como sus cortas piernas se lo permitían, sólo volviendo loco al chico que trataba de agarrarla para que dejase de exhibirse por toda la casa.

— ¿Qué pasa? —Félix entró a la sala principal, donde Osvaldo seguía correteando detrás de la cachorra. En sus brazos sostenía un bebé, quien chupaba tranquilo de un biberón lleno de tibia leche. Lo mecía con cuidado, arrullándolo.

— ¡Tu hija no quiere bañarse! ¡Dile algo!

Félix rodó los ojos ante el desespero de Valdo, quien se dejó caer en el sofá a mirarle cansado por todo el ejercicio que la cachorra le hizo tener.— Sofía, ¿qué te he dicho sobre molestar a papá Osvaldo?

La aludida dejó de correr para lentamente acercarse a su papá Félix, bajando la cabeza y moviendo el pie en un gesto tímido.

La niña era una tierna combinación entre los ojos y labios de Samantha, junto al tono de piel y la nariz de Félix, además de ese cabello negro con salvajes rulos que le caía desordenado por sus hombros, y un fleco que apenas llegaba a rozar sus cejas levemente tupidas.

La niña era adorable, pero sin duda también era un pequeño demonio de tres años. Se la vivía molestando principalmente a Osvaldo, porque era un blanco perfecto al caer tan rápido en sus pequeños trucos de manipulación. ¡Pero no podían culparlo! Era débil cuando la pequeña ponía sus ojitos brillantes de cachorrito y le hablaba con ese gestó infantil tan bonito.

— No molestar a papá Valdo poque es senshibe —respondió en voz baja, un tono digno de un infante.

— ¡Oye! —el aludido se quejó ofendido, aunque ninguno lo tomó en cuenta.

— ¿Qué más?
— Cuidar a papá Valdo poque puede hacerse daño.

— ¡Se supone que es al revés! —volvió a quejarse, otra vez siendo ignorado.

— Así es, bebé, ahora dale un abrazo a papá Osvaldo.

El aludido refunfuñó como un niño pequeño, pero de todas formas abrió los brazos para dejar que la chiquilla se abrazara a él, envolviendo su pequeño cuerpo desnudo. Así que aprovechó, alzándose con ella en brazos, gritando;— ¡Te tengo, ahora a bañarse! —corriendo hacia el cuarto de baño, escuchando las quejas dramáticas de la pequeña alfa.

Félix negó con la cabeza, mirando al bebé en sus brazos, quien había dejado de tomar su leche para comenzar a mover sus extremidades sin orden alguno, mirándole con esos grandes ojos marrones decorados con pestañas largas.

Oliver era un bebé bonito, con la tez muy pálida, y lacios cabellos marrones, una tierna nariz como la de Samantha y labios como los de Osvaldo. Un bebé alfa de nueve meses.

Era tranquilo, pero desde el momento en que llegó a sus vidas les había dado problemas; el mini alfa no lloraba cuando tenía hambre, ni cuando ensuciaba su pañal, lo único que sabía hacer era balbucear y mover sus extremidades sin control. Tuvieron que hacerle de adivinos, porque al no hacer ruido ellos no podían saber qué era lo que necesitaba exactamente.

Cuando Samantha no estaba en la casa, todo era un desastre. Ambos adultos podrían ser alfas, pero la omega estaba al mando, podía controlar a los mocosos en cuestión de segundos y arreglar los desastres que todos esos alfas creaban con tan sólo cruzarse de brazos y mirarles con las cejas fruncidas en irritación.

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⏰ Última actualización: Oct 11 ⏰

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