8. Cambio

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La noche envolvía la ciudad de Tokio en un manto de oscuridad salpicado por las luces parpadeantes de los rascacielos y los neones de los anuncios publicitarios. En el dormitorio de la escuela de jujutsu, Ryo Mitaka se revolvía inquieto en su cama, su rostro contorsionado en una mueca de angustia mientras el mundo de los sueños lo arrastraba a sus profundidades más oscuras.

En su pesadilla, Ryo se encontraba en un callejón sombrío y húmedo, el eco de sus pasos resonando en las paredes de ladrillo manchadas de musgo. El aire estaba cargado de un olor metálico que reconoció inmediatamente: sangre. A medida que avanzaba, figuras espectrales comenzaron a materializarse a su alrededor, sus rostros distorsionados por el dolor y la ira.

"Asesino", susurró una voz a su izquierda. Ryo se giró bruscamente, encontrándose cara a cara con un hombre de mediana edad, su garganta abierta en una sonrisa macabra. "¿Te acuerdas de mí? Fui tu primera víctima".

Antes de que Ryo pudiera responder, otra voz lo llamó desde atrás. "¿Y qué hay de mí? Me torturaste durante días antes de acabar conmigo". Esta vez era una mujer joven, sus ojos vacíos fijos en él con una acusación silenciosa.

Uno tras otro, los fantasmas de su pasado comenzaron a rodearlo, cada uno recordándole los horrores que había cometido. Niños que habían quedado huérfanos por sus acciones, familias destrozadas, vidas truncadas prematuramente. Sus voces se mezclaban en un coro cacofónico de lamentos y acusaciones.

Ryo intentó escapar, pero sus pies parecían pegados al suelo. Las figuras espectrales se acercaban cada vez más, sus manos frías y etéreas atravesando su cuerpo, arrancándole gritos de agonía.

"¡Basta!", gritó Ryo, su voz quebrándose. "¡Déjenme en paz!"

Pero los espectros no mostraban piedad. Sus rostros se fundían unos con otros, creando una masa amorfa de dolor y sufrimiento que amenazaba con engullirlo.

Con un grito ahogado, Ryo se despertó de golpe, su cuerpo empapado en sudor frío. Se incorporó en la cama, su respiración agitada mientras sus ojos recorrían frenéticamente la habitación, buscando cualquier rastro de las figuras de su pesadilla.

Pero solo encontró la familiar penumbra de su dormitorio, iluminada tenuemente por la luz de la luna que se filtraba a través de las cortinas.

"Maldita sea", murmuró, pasándose una mano temblorosa por el cabello. "Eso fue... intenso".

Fue entonces cuando notó una presencia familiar en la esquina de la habitación. El espectro de la mansión flotaba allí, observándolo con sus ojos blancos y sin vida.

Ryo soltó una risa amarga. "Déjame adivinar, ¿esto es obra tuya?"

El espectro negó lentamente con la cabeza. "No necesito crear pesadillas para ti, Ryo Mitaka. Tus propios recuerdos son suficiente tormento".

Ryo se dejó caer de nuevo en la cama, su brazo cubriendo sus ojos. "Genial. Ahora ni siquiera puedo culparte por mis noches de insomnio".

"¿Te importa?", preguntó el espectro, su voz un susurro apenas audible. "¿Te importan las almas que atormentan tus sueños?"

Ryo se quedó en silencio por un momento, considerando la pregunta. Finalmente, con un suspiro cansado, respondió: "No es que no me importe. Es que... siempre están ahí. Despierto o dormido, sus rostros me persiguen. Supongo que me he acostumbrado".

El espectro flotó más cerca, su presencia fría haciendo que Ryo se estremeciera involuntariamente. "La costumbre no es lo mismo que la redención, Ryo".

"Lo sé", murmuró Ryo, su voz sorprendentemente vulnerable. "Pero, ¿qué se supone que haga? No puedo deshacer lo que hice. No puedo traerlos de vuelta".

Jujutsu Kaisen: El Dragón Azul Donde viven las historias. Descúbrelo ahora