6. La Isla Maldita

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La noche se cernía sobre la mansión Zenin, el cielo oscuro rasgado ocasionalmente por relámpagos que iluminaban brevemente las antiguas paredes de madera. La lluvia caía implacable, golpeando con fuerza contra las ventanas y creando un tapiz sonoro de gotas y truenos distantes.

En medio de este escenario tormentoso, un joven Ranta Zenin, de no más de ocho años, corría por los pasillos de la mansión, sus pequeños pies descalzos resonando en la madera pulida. Su corazón latía con fuerza en su pecho, una mezcla de miedo y confusión nublando sus pensamientos infantiles.

"¡Mamá!" gritaba, su voz apenas audible sobre el rugido de la tormenta. "¡Mamá, espera!"

Finalmente la alcanzó en el vestíbulo principal. Su madre, una mujer hermosa de largo cabello negro, estaba de pie junto a la puerta, con un bulto envuelto en mantas en sus brazos. Sus ojos, normalmente cálidos y llenos de amor, ahora brillaban con una determinación feroz y una tristeza profunda.

"Ranta, cariño", dijo ella, su voz suave pero firme. "Vuelve a la cama. No deberías estar despierto a esta hora".

"Pero mamá", protestó Ranta, sus ojos fijos en el bulto que sostenía. "¿A dónde vas? ¿Por qué llevas a Natsu?"

Su madre se arrodilló frente a él, equilibrando cuidadosamente al bebé en un brazo mientras con el otro acariciaba la mejilla de Ranta. "Te amo mucho, mi pequeño. Nunca lo olvides. Pero tengo que irme, por el bien de Natsu".

"¿Pero por qué?" insistió Ranta, las lágrimas comenzando a formarse en sus ojos. "¿Cuándo volverán?"

Su madre no respondió. En cambio, le dio un beso rápido en la frente antes de ponerse de pie. Con un movimiento fluido, abrió la puerta, dejando que el viento y la lluvia entraran en el vestíbulo.

"¡No!" gritó Ranta, el pánico apoderándose de él. "¡Mamá, no te vayas! ¡Natsu!"

Pero ella ya había salido, su figura perdiéndose rápidamente en la oscuridad y la lluvia. Ranta corrió tras ella, ignorando el frío y la humedad que empapaban su pijama. Sus pies resbalaban en el barro del jardín mientras gritaba una y otra vez.

"¡Mamá! ¡Natsu! ¡Vuelvan!"

De repente, sus pies se enredaron en una raíz oculta por la oscuridad. Cayó de bruces en el barro, el impacto sacándole el aire de los pulmones. Mientras yacía allí, empapado y cubierto de lodo, escuchó una voz familiar detrás de él.

"Maldita sea", gruñó su padre. Ranta se giró para verlo de pie en la entrada de la mansión, su figura iluminada por un repentino relámpago. De su boca brotaba un aliento de fuego azul, las llamas danzando desafiantes bajo la lluvia. "Esa mujer... llevándose a Natsu. ¡Malditos sean!"

El rugido de su padre se mezcló con el trueno, y de repente...

Ranta se despertó de golpe, su cuerpo cubierto de sudor frío. Se incorporó en la cama, su respiración agitada mientras sus ojos recorrían frenéticamente la habitación, tratando de orientarse. Poco a poco, la realidad se asentó. Estaba en su habitación en la mansión Zenin, ya no era un niño, y aquella noche tormentosa había quedado años atrás.

Con manos temblorosas, Ranta alcanzó la fotografía que descansaba en su mesa de noche. La luz de la luna que se filtraba por la ventana iluminaba suavemente la imagen: él mismo de niño, sonriendo ampliamente; su madre, hermosa y serena, con su largo cabello negro enmarcando su rostro; y en sus brazos, un bebé de brillantes ojos azules y cabello oscuro.

Ranta pasó su pulgar sobre la imagen del bebé, un nudo formándose en su garganta. "Natsu", murmuró, su voz apenas un susurro en la quietud de la noche. Pero entonces, como si una pieza de un rompecabezas largo tiempo olvidado encajara repentinamente en su lugar, una revelación lo golpeó con la fuerza de un trueno.

Jujutsu Kaisen: El Dragón Azul Donde viven las historias. Descúbrelo ahora