02. Trago dulce

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Temí por muchos años abrazarlo.
Y aunque fui acercándome de a poco a él, al objeto de mis sueños y todo tipo de pensamientos y sentimientos, nunca tuve el valor de abalanzarme como deseaba sin importar que fuésemos ya una pareja. Aún en contra de los deseos de mis padres, de algunos fanáticos del deporte y de mis propias creencias.

Pero la historia se repetía aquella temporada. Las emociones estaban a flor de piel y mi energía solo quería dispararse por todas partes como mínimo. Grité con fuerza al conseguir mi cuarto título y con ayuda de mi prometido, de Sergio. De la persona que me dio libertad y yo lo arruinaba con mi lado posesivo fuera y dentro de la cama.

Pocas veces me reprochaba por alguna intensa e innecesaria escena de celos.

Bajé del monoplaza, levantando mi mano hecha puño y agitándola con energía y vehemencia. Inmediatamente lo busqué.

Mi corazón latía con fuerza, tanto que dolía. O quizás era el temor a recibir otra muestra de afecto vacía e insignificante, dolorosa.

Sergio estacionó el auto en el segundo lugar, yo le miré sin poder moverme de a un costado de mi monoplaza. Él bajó y al verme, sonrió tan amplio que sus ojos se hicieron una fina línea, trotó hacia mí.

Él fue a mí.

Abrí mis brazos a la par que él y me abalancé en su dirección, golpeando accidentalmente un poco nuestros cascos.

Intentó abrir sus brazos del ancho de mi cuerpo. Asegurándose de cubrir tanto como sus extremidades superiores se lo permitieran.

El calor que emanó de su cuerpo cubrió el mío inmediatamente, no hubo frío.

Me aferré a Sergio con fuerza. Él se aferró a mí, pero sin llegar a lastimarme.

Rogué internamente por el que me abrazara más fuerte, que me atrapara y sí así lo quería, que me hiciera parte suyo y su existencia. Y como si fuera capaz de leer mis pensamientos y descifrar mis emociones, me apretó contra él, tanto que me era complicado respirar.

Me importó poco. Respirar estaba sobrevalorado.

Y como si me fuese necesario, le apreté y suspendí un momento en el aire para poder desahogarme y mostrarle cuanto lo necesitaba y amaba para subsistir.

Mi energía pareció no querer golpear a nadie más tiempo, solamente, recobrar una línea simple y continua... estaba en paz. Satisfecho.

Lo bajé y avergonzado, me fui soltando de él. Nuestras miradas se encontraron.

Sus ojos me gritaron todo lo que necesitaba y requería, amor verdadero y sin expectativas.

El amor de mi vida y existencia me demostraba que así como él era el mío, yo era el suyo. A partir de entonces, comprobé que era el hombre más feliz y afortunado de la tierra y existencia.

No había más que temer.

No había más que temer

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𝐀𝐍𝐓𝐎𝐋𝐎𝐆𝐈́𝐀: 𝐜𝐡𝐞𝐬𝐭𝐚𝐩𝐩𝐞𝐧 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora