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A pesar de su corta edad, Max llevaba años dedicándose a lo que más amaba. Era una de esas personas que realmente disfrutaban de su trabajo.

Le agradaban demasiado los niños. Creía en ellos; en que, con la formación correcta, podrían cambiar y mejorar el futuro; y si él, por su labor, contribuía, se sentía orgulloso. Compadecía su inocencia, en como reían y eran felices con los hechos más simples de la vida.

Le encantaba enseñar y convivir con ellos, sentirse contagiado de su pureza y regocijo todos los días.

-Soy el profesor de tercer grado, mi nombre es Max Emilian Verstappen- se presentó con alegría- Escuchen con atención, por favor. Probablemente ustedes conozcan ya mi manera de trabajar- de su maletín sacó una tableta- Me gusta que los niños aprendan mediante juegos, dinámicas y manualidades- explicó moviendo exageradamente las manos- La mayoría de los materiales los otorgaremos nosotros, como plantel; sin embargo, necesitaré de su colaboración para adquirir algunos otros.

Comenzó a dictar, mientras leía por el dispositivo, los materiales que los niños requerirían. Los padres de familia iban apuntando en una libreta o tecleaban en sus propios móviles. La mujer sentada frente a Sergio dejó caer su bolígrafo por error, provocando un sonido tenue pero suficiente para hacer reaccionar al pelinegro. 

Éste pestañeó, y únicamente con el movimiento de sus ojos, miró alrededor. ¿Por qué estaban escribiendo? ¿qué están escribiendo? Sergio había escuchado al profesor, mas no con interés. No tenía idea de lo  pronunciado. Para él, fue saltar en el tiempo. Vio entrar al neerlandés, mantener la vista en el castaño y milésimas de segundo después notar que se había perdido lo hablado hasta el momento. Y no entendió el por qué.

-¿Necesita papel y lápiz...- revisó el nombre escrito en la banca "Sergio Pérez Jr."- Señor Pérez?- preguntó en voz baja, frente al mexicano. Max, delante del pizarrón, notó que uno de los presentes observaba confundido alrededor y no tomaba apuntes de lo enlistado. Caminó hasta él, se agachó un poco y preguntó.

-No- se sentía vagamente nervioso- Honestamente, no sé que ha dicho- confesó- No suelo asistir a estas reuniones y creo que me distraje.

Max se enderezó y rió por lo bajo- No se preocupe, ¿necesita papel y lápiz ó...?- repitió.

Sergio se imaginó en el desierto, su temperatura corporal elevándose, quizá por vergüenza, provocando ardor en  sus mejillas. Sacó su teléfono del bolsillo y se lo mostró a Max.

-Bien- agitó una mano frente a él- Les estaba enumerando los materiales que pido que adquieran para sus hijos. Repetiré para usted, ¿de acuerdo?- guiñó un ojo.

Sergio asintió.

En el resto de la asamblea, el mexicano intentó concentrarse. Pero siguió teniendo lapsos de tiempo en los que se perdía. No lograba evitar distraerse, y aunque él no supiera con qué, en realidad se trataba de con quién.

Tan pronto terminó la reunión, Sergio miró su móvil, había optado por grabar el discurso del profesor, evitando perder información importante; cerró la aplicación de voz, lo bloqueó y lo devolvió al bolsillo.

Algunos padres avanzaron al escritorio y cuestionaron al profesor. Rodeándolo y bloqueando levemente su vista.

Sergio se levantó y salió del aula, sin decir una palabra más y evitando el contacto visual con todos los presentes.
Una acción que no pasó desapercibida para el castaño.

Al llegar a casa, permitió a Chequito, como solía decirle a su hijo, mirar la televisión. Se dirigió al sanitario y lavó su rostro con agua fría. Frotaba la palmas de sus manos con fuerza contra el rostro. Pensando que de esa manera, todo lo abrumado que se sentía, se lo llevaría la corriente de agua.



1 + 1 = DOS ENAMORADOS. [CHESTAPPEN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora