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-Siempre intentamos que las separaciones se traten lo más amistosamente posible. Donde ambas partes lleguen a un mutuo acuerdo y conseguir una conciliación. Esto facilita demasiado el trámite tanto como para ustedes, como para los hijos e incluso para nosotros- explicaba el abogado de los Pérez. Carola lo escuchaba con atención; mientras que Sergio, por otra parte, miraba distraído como las gotas de lluvia resbalaban por los ventanales del bufete- Hablemos de la separación de bienes. ¿Qué les parece un cincuenta por ciento...

-No, iré al grano- interrumpió Sergio- Ella debe quedarse con la casa, los carros, los muebles, lo que sea. Incluso si deseas la mitad de la empresa,- se dirigió a ella- puedes quedártela. 

-Sergio, la empresa la consolidaste antes del matrimonio, así que no...- aclaró el abogado.

-No importa, si lo desea, yo no me opondré- el abogado bufó cansado- Lo único que pido son mis hijos. No pido la custodia completa, pero quiero verlos. Puedo ayudarte- exclamó- Seguir llevando a Chequito a clases, recogerlo y dejarlo en su casa- su tono de voz era calmado, aunque no se sentía así- Me gustaría ver a Carlota, por lo menos quince minutos al día, darle un beso en la mejilla para luego marcharme- explicaba ilusionado- Y quiero los fines de semana. A cambio,  se quedarán contigo en vacaciones o días festivos; de nuevo, no seré un obstáculo. Pero quiero verlos, todos los días, si es posible- no mentía. A Sergio no le interesaban los bienes materiales, desde un principio sabía que su única lucha, sería por sus hijos, por lo que realmente amaba.

Carola permaneció en silencio. Los dos hombres aguardando por su respuesta, uno más ansioso que el otro.

-Necesitaré pensarlo- contestó tras unos segundos.

-¿Por qué no lo intentan?- propuso el abogado antes de que Sergio pudiera debatir- Por un par de meses prueben esa idea. Sergio irá por el hijo mayor y lo llevará al colegio todos los días. Volverá por él a la salida y lo regresará junto a su madre. Estará con la bebé unos minutos y después se irá. Los días sábados, los tendrá, y el domingo por la mañana, volverán a casa- declaró- Si funciona, podríamos concertarlo en el trámite de custodia. ¿Entendido?

Sergio apretaba sus manos, una contra la otra, un acto de nerviosismo. Intentaba mantener el semblante serio, no mostrando más lo intranquilo que estaba.

-De acuerdo- accedió la mujer.

Sergio bajó las manos y sonrió.



Sergio guió al neerlandés a su habitación de hotel. Al entrar, notó que la recámara era un desastre. En el suelo, esparcidos por todo el cuarto, había juguetes; y, sobre la cama, ropa sucia de chocolate y papillas.

-Los niños estuvieron aquí- afirmó. Sergio asintió.

Max y Sergio habían discutido su... situación. Después del beso, Sergio le pidió al castaño que se quedara, no era relevante cómo, solo que permaneciera a su lado; y Max no pudo negarse, no cuando él también lo extrañó esas semanas que, aunque estuviera molesto con él, no le habló ni le vio. Además, Max no estaba completamente seguro de lo que sentía por el mexicano, ¿cómo encontraría la respuesta si renunciaba a su compañía?

Así que, acordaron seguir siendo amigos, con la condición de que no hubiera "boberías", como Max nombró a los actos de cariño, entre ellos. No por el momento, no hasta que ambos resolvieran sus "problemas". Algo que, con el transcurso de los días, descubrirían que sería casi imposible. Porque no podían retroceder en el tiempo, ni podían volver a ser los mismos "amigos" que alguna vez fueron. Aquellos hombres que habían ido juntos al gran premio y visto una carrera juntos, únicamente como amigos, no volverían. Porque la semilla se plantó, y ahora, solo crecería. 

Esa mañana, Max invitó al pelinegro a comer. No como una "bobería", no.  Sergio se atrasó un poco en el trabajo, y la comida se convertió en cena. Por lo que tuvieron que realizar una visita rápida al hotel donde se hospedaba Sergio para tomar un par de abrigos y no resfriarse en aquella noche fría.

A mitad de la cena, en el restaurante, después de una plática trivial donde Sergio habló de lo feliz que había sido volver a ver a sus hijos y de que Max le contara sobre su día de trabajo en el instituto, el neerlandés recordó la habitación de hotel de Sergio, y sin pensarlo demasiado, soltó la idea.

-Deberías mudarte conmigo- sugirió, logrando que Sergio casi se atragantara con un trozo de carne que masticaba.

-¿Eh?

-No es una "bobería"- aclaró- Los amigos se apoyan y,- Sergio sonreía vacilante- probablemente estás pagando demasiado por la habitación.

-Tu apartamento solo tiene una recámara, Max- Sergio contenía, sin mucho éxito, una risa- ¿Dónde dormiré?

-Tengo un sofá muy, pero muy cómodo- se encogió de hombros y finalmente, ambos rieron.



Padeciendo de sueño ligero, a las cinco de la mañana, un leve sonido provocó que el neerlandés abriera los ojos. No despertó molesto, a pesar de la interrupción de su descanso. Confundido, se levantó de la cama, frotó sus ojos y siguió el sonido hasta descubrir su origen. ¿De dónde provenía? O, en este caso, ¿de quién provenía?

Salió de la habitación, dio un par de pasos y entró a la pequeña sala de su apartamento. No hubo necesidad de buscar demasiado. En el sofá, cubierto por una manta, con un pie caído del diván y el brazo extendido hacia fuera, la mano flotando en el aire, Sergio Pérez dormía plácidamente, y roncaba.

La última pareja de Max, según recordó éste, no se parecía en nada al mexicano, ni siquiera al dormir. Lo recordó con su cabello perfectamente peinado, increíblemente se despertaba con, quizá, únicamente tres o cuatro hebras capilares desaliñadas. No se movía por las noches, como si su cuerpo se congelará al reposar. Sus labios permanecían cerrados, no hablaba al dormir; su arco de venus, perfectamente formado, en total quietud. Su pecho, al respirar, subiendo y bajando en perfecta sincronización, pero sin emitir ruido alguno. Y cuando despertaba, lo hacía lentamente, sus pestañas realizando una danza majestuosa al abrir aquellos ojos castaños.

Mientras que Sergio...

Sergio se hallaba totalmente despeinado; Max, de manera ficticia pensó, que un diminuto tornado había pasado por su cabeza. Por la posición en que se encontraba era notorio que Sergio se removía inquieto por las noches. Apretaba los párpados al dormir, y por consecuencia su ceño se fruncía, como si estuviera, cómicamente, enojado. Y sus labios estaban ligeramente abiertos, por donde aquel sonido salía. Era un ronquido, extrañamente, suave, de bajo volumen; un silbido áspero gracioso proveniente de la garganta.

Y Max luchaba contra sí mismo por no reír. Porque aquella imagen era, para él, sumamente hilarante; y, al mismo tiempo, para él, aquella imagen era más perfecta que sus recuerdos. Todo ese caos, parecía más bello que la calma de la persona del pasado.

Entonces, suspiró. Una sonrisa enorme en su rostro, la típica suya. Se acercó más al pelinegro y se detuvo frente a él. Con sumo cuidado, alzó el brazo y pasó la mano por la cabellera de Sergio, acariciando su cabello. Sergio calló, sus ronquidos desapareciendo por unos segundos; sin embargo, no despertó. Resopló y luego siguió roncando. Aunque pareciera imposible, Max agrandó su sonrisa. Y no por gracia, era dulzura.

En silencio, regresó a su recámara y se metió bajo las sábanas. Antes de cerrar los ojos e intentar recuperar el sueño, en la mente, se repitió unas diez veces: "No son boberías".




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⏰ Última actualización: 4 days ago ⏰

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