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Sergio estacionó su carro en el primer cajón de aparcamiento disponible. Ambos hombres bajaron del vehículo y, a la par, entraron a la zona de paddock. Una explosión de color junto a un témpano de hielo.

En el camino a las instalaciones de Red Bull, Max reconoció a tres pilotos que pasaron a  centímetros de él; como Fernando Alonso, Nico Hülkenberg y Alex Albon. A pesar de su emoción, a ninguno interrumpió. El español llevaba audífonos puestos y gafas de sol,mas parecía tener la vista fija en el teléfono celular que sostenía a la altura del pecho; el alemán, cuestionado por una periodista, respondía mientras andaba; y, finalmente, el tailandés, firmaba la gorra de un niño que lo observaba con ojos brillantes. 

Al llegar, Sergio le pidió al castaño que esperara en la cafetería, donde algunos mecánicos disfrutaban de un aperitivo antes de trabajar. 

-Lamento que no pueda entrar conmigo- se disculpó el pelinegro- Generalmente, estas reuniones no suelen demorar mucho.

-No te preocupes- se sentó en la mesa más cercana a la salida- Estaré bien. 

Con un movimiento de cabeza, Sergio se despidió momentáneamente del neerlandés y se alejó. Subió una escalera y encontró la oficina abierta de Christian Horner. Se rascó la nuca antes de entrar. Dentro, Horner junto a Marko y otros directivos aguardaban por él. El mexicano cerró la puerta tras de sí.  

Con una sonrisa falsa, pero promesas honestas, Sergio consiguió, en treinta minutos,  lo que buscaba. Horner y Marko firmaron el acuerdo con la empresa de Pérez.  

Al salir, Horner acompañó de vuelta a la cafetería al mexicano; por amabilidad, no por gusto. La relación de Christian y Helmut con Sergio era únicamente profesional. A ellos no les agradaba el empresario, y Sergio no tenía intenciones de cambiar su parecer. La preocupación que compartían era de trato comercial, y eso era suficiente para sostener la línea delgada que los unía. 

 -¿Puede ayudarme en algo?- interrumpió el pelinegro. Christian hablaba de sugerencias sobre el futuro motor, mas la atención de Sergio se había enfocado en una sola persona desde que volvieron al café, Max.

-Dime.

-Le mencioné en la junta que  mi socio, Jo, no puedo asistir; así que le pedí a alguien más que me acompañara- señaló a un distraído Max, que escuchaba discretamente lo que platicaban unos mecánicos situados frente a él- Es muy fan de Daniel, y creí que quizá podría ayudarme a...

-Oh, claro. Vayan al garaje, seguro Daniel los atenderá- respondió desinteresado- Y si lo desean, pueden ver la carrera allí.

-Eso le encantará- Sergio asintió- Gracias.

Sin embargo, al terminar de hablar, Horner dio media vuelta y se marchó, sin escuchar el agradecimiento del pelinegro. Sergio puso la mirada en blanco, suspiró y regresó dónde se encontraba Max cotilleando.

-¿Listo?




Caminaron en silencio hasta el garaje, en el pit lane. Las pupilas del neerlandés se dilataron al ver el monoplaza. Dio un paso al frente, estiró la mano, queriendo tocar el automóvil de carreras; se detuvo, pensando que probablemente no era permitido. Sergio no pudo evitar soltar una risa suave. Recordó a su hijo, Chequito, cuando visitaban una juguetería y el pequeño hallaba un juguete que le fascinaba.

-¿Sergio Pérez?

-¿Sí?

-Horner se comunicó con nosotros- era un técnico- Síganme.

1 + 1 = DOS ENAMORADOS. [CHESTAPPEN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora