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-Y, por supuesto, a preguntar como seguía usted. ¿Aún enfermo?- Max era genuino. Para él era importante mantener una relación cordial con los padres sus alumnos. Esto le aseguraba su colaboración en las actividades escolares, o también,  a una adecuada solución de posibles problemas con los menores.

Sergio no recordaba como era ser el centro de inquietud de alguien. Su matrimonio se había vuelto monótono después de la llegada de sus hijos. Para ambos, Carola y Sergio, la principal preocupación en sus vidas, eran sus pequeños. No obstante, ninguno, hasta el momento, se percató de ello. El pelinegro fue un hombre que mantenía su vida en privado, su corazón y mente enfocados en sí mismo; inactivos, sin nada o nadie que los despertara e hiciera reaccionar. Y Carola, bueno, larga historia...

-Estoy bien- limitó su respuesta.

Antes de que el neerlandés hablara de nuevo, el pequeño Checo corrió hacia él. En las manos sujetaba un frasco blanco, y gritaba su nombre. Su madre, lo seguía pasos atrás. 

-¡Profesor Verstappen!- el aludido se posicionó, a modo de sentadilla,  para quedar a la altura del niño- Me recetaron este jarabe- extendió sus manos, mostrando la botella de medicina- ¡Pero tiene una sabor horrible!- hizo una mueca exagerada, ante la que todos los adultos rieron.

-Te propongo un trato. Cuando termines tu tratamiento y regreses a clases, con autorización de tus padres, te regalaré una paleta enorme de caramelo, ¿te parece?

El niño movió la cabeza de arriba a abajo con vigor, aceptando la oferta de Max.

-¿Cómo averiguó dónde vivimos, profesor?- cuestionó Carola.

-Tengo expedientes con información personal y básica de todos mis alumnos. En caso de emergencia, es mi obligación saber a quién llamar o a dónde asistir.

-Claro. ¿Quizá le gustaría comer con nosotros? - ofreció con gentileza la mujer.

-Es usted muy amable, pero es tarde y debo preparar las clases de mañana.

Carola se despidió brevemente del castaño y se alejó en dirección al comedor, llevándose a su hijo con ella. En cuanto ambos varones estuvieron nuevamente solos, Max estiró los manos, ofreciendo tres libros y un chocolate al mexicano.

-Tome- Max sospechaba que el  malestar del moreno iba más allá que un simple dolor de estómago. Ningún niño actuaba así por un padecimiento físico. Sergio no era un infante, pero el maestro sabía que algunos comportamientos no cambian entre adultos y menores- El chocolate aumenta la serotonina, le animará.

Sergio sintió un cosquilleo de energía alterarle los nervios.

-Gracias.

-Y no dude en contactarme, sin importar la hora o el día, si necesita hablar con alguien- puso la mano sobre su hombro y apretó suavemente.




Sentado frente al escritorio, Sergio centraba su total atención en la barra de chocolate sobre sus manos. Con agilidad, la volteaba una y otra vez entre los dedos.
La abrió y mordió un primer bocado.
Cuando terminó, desechó la envoltura en el cesto de basura.
Al mismo tiempo, sonó un par de golpes en la puerta; su socio y amigo, Jo Canales, entró. Con una media sonrisa, arrojó un sobre de papel al escritorio.

-Llegaron las invitaciones al Gran Premio- informó- ¿Irás con tu familia ó quieres que pase a recogerte?

-Sabes la respuesta, Jo- usando un abrecartas, Sergio rasgó el papel- Como todos los años,  Carola preferirá llevar a los niños al cine o al zoológico. No le gusta ese deporte- tomó los pases- Además, debemos asegurar la renovación del contrato con RedBull.

1 + 1 = DOS ENAMORADOS. [CHESTAPPEN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora