10.

39 10 0
                                    

Max llamó a la pizzería y ordenó, a domicilio, una pizza grande de pepperoni. Era domingo, y su plan era descansar y jugar en la consola el resto de la tarde. 

Cuando llegó la comida, se tumbó en el sofá, frente al televisor, colocó la caja de pizza a su lado, subió los pies en la mesilla delante de él y encendió la videoconsola.

Sergio volvió de casa de sus padres media hora después. Había llevado a los niños con sus abuelos ese fin de semana. Al ver al neerlandés sonrió.

-¡Hey!- saludó, dejando su maleta de mano en el suelo junto a la puerta.

-¡Hey!- correspondió el castaño, pausando el juego y regalándole al mexicano una sonrisa sincera. Aunque no lo admitiera en voz alta, Max comenzó a acostumbrarse a la presencia de Sergio en su apartamento. Sergio no era un mal compañero de cuarto. Era higiénico, cocinaba el desayuno, era ordenado y callado y una excelente compañía. Y como una vez le dijo a Sergio, a él le gustaba estar solo; pero, desde que Sergio apareció, preferiría compartir su vida con él, y no extrañaba su soledad- ¿Quieres una rebanada?- señaló la pizza.

Sergio asintió. Se sentó a su costado, tomó una rebanada y le dio un mordisco. 

-¿Quieres jugar FIFA?- ofreció Max, sujetando en el aire el segundo mando de la consola.

-No sé jugar videojuegos- negó con la cabeza.

-¿Nunca has jugado?

-No- confesó.

-¿Quieres intentarlo?

El mexicano dejó la mitad de rebanada que le sobraba, se limpió las manos con una servilleta y agarró el mando. Max colocó sus manos sobre las de Sergio y le enseñó que botón pulsar según la acción que deseara, la palanca para mover a los jugadores y la palanca para mover la cámara, como cambiar de jugadores, cambiar el balón, etc. 

-¿Entendiste?- preguntó al finalizar. Sergio apretó los labios y volvió a asentir. 

El primer partido que jugaron, Sergio lo perdió. Max no le tendría piedad a nadie, ni siquiera a un novato como lo era Sergio, le dio una goliza. Pero ese partido a Sergio le sirvió para adaptarse a los controles; y a partir del segundo partido, a Max se le dificultaría ganarle al mexicano.  Divertido, Sergio descubrió un nuevo lado del neerlandés, su lado competitivo; pero a Sergio, no le desagradó, ni siquiera cuando Max, molesto porque Sergio lograba un gol, decía malas palabras.

-¡Has hecho trampa!- se quejó Max ante la victoria de Sergio en el último partido.

-Tú me enseñaste a jugar, Max- reprochó- Es imposible que hiciera trampa.

Max apoyó su cabeza en el respaldo del sofá, y cruzó los brazos sobre su cabeza, a la altura de los ojos.

-Además- añadió Sergio entretenido- Tú has ganado nueve de las diez partidas que jugamos- inconscientemente, posó su mano sobre la pierna de Max, cerca de la rodilla- Eres el campeón- dijo sarcásticamente.

Entre el tacto cálido de Sergio y las palabras, vacilantes, que mencionó, Max sonrió de medio lado y bromeó -Por supuesto que lo soy.

-Oh, por Dios- gruñó el pelinegro- Voy a comprarme una consola y voy a practicar todos los días solamente para vencerte, en la próxima, en dos partidos en lugar de uno- rió.

Max lo golpeó con un cojín.

 Y la tarde siguió entre risas.



Max fue a la empresa de Sergio al mediodía. Ese día no hubo clases y Sergio sabía que el neerlandés detestaba cocinar, así que decidió invitarle el almuerzo en su día de descanso.

1 + 1 = DOS ENAMORADOS. [CHESTAPPEN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora