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-¿Seguro estás bien?- preguntó Max, a unos pasos de la puerta principal y cargando una mochila, con ropa y pertenencias necesarias para estar fuera de casa, en el hombro derecho.

Los docentes deben asistir a "cursos" para actualizar y perfeccionar sus conocimientos y habilidades. Max no era la excepción; dicha capacitación se brindaría en otra ciudad, y ese martes por la tarde se marchaba para estudiar el curso que le correspondía. En la escuela, un profesor sustituto lo reemplazaría en su ausencia.

-Estaré bien- aseguró Sergio con una sonrisa falsa, porque no podía confesarle la verdad, no podía decirle que no deseaba que partiera. Y quizá era una tontería, era el trabajo de Max y solo se iría por un par de días. Él mismo vivió las dos caras de la moneda, cada viernes al atardecer recogía a sus hijos y los llevaba a casa de sus padres y volvía con Max hasta el día domingo; asimismo, del otro lado, meses atrás, Carola y los niños se iban de visita con su familia, dejándolo solo, a veces por una semana completa. Era algo normal y cotidiano en su vida. Así que sintió estúpido, pero también le dolía. Quería saltar y esquivar el sofá y llegar a la puerta y bloquearle el paso a Max, aunque eso fuera egoísta, infantil e incorrecto; así que se limitó a respirar hondo y decirse mentalmente que estaría bien.

-No lo olvides, ¿vale?- Sergio no escuchó realmente lo que le dijo el neerlandés, pero asintió suponiendo que le había repetido, por doceava ocasión, las indicaciones del cuidado de su departamento.

Se miraron por unos segundos, en silencio. Parecía que Max esperaba algo, unas palabras o una acción y por primera vez, Sergio no supo cuál. Max suspiró, alzó la mano y la agitó en modo de despedida y abrió la puerta.

-Espera un momento- caminó hasta el castaño y se detuvo delante de él. Bajó la mirada a su muñeca izquierda, con movimientos ágiles por su mano contraria, se quitó su reloj dorado; sí, aquel que compró con sus primeras ganancias, aquel accesorio que usaba con tanto aprecio. Tomó la mano de Max, la no dominante, y con sutilidad, le colocó el reloj. Max sintió cosquilleo ante el tacto de las yemas suaves de Sergio sobre su piel, pensó que quizá estaba nervioso, aunque no era así.

-¿Qué haces?

-Quédatelo- le pidió el mexicano.

-¿Qué? No. Es tuyo- Max intentó quitarse el reloj, pero Sergio sujetó sus manos con fuerza, no brusquedad, la necesaria para impedirle retirar la prenda.

-Y ahora es tuyo- repuso. "Porque si lo llevas puesto, si lo llevas contigo, es como si una parte de mí te acompañara; y entonces, me siento más tranquilo", sin embargo, sus pensamientos no los pronunció. No podía aunque quisiera, se lo había prometido a Max- Quiero que sea tuyo, ¿de acuerdo?- al percatarse de la duda en Max, añadió- Considéralo el pago de alquiler por este último mes viviendo aquí- bromeó.

-El reloj vale probablemente más que un mes, Sergio- rió- Probablemente años de alquiler.

-Solo quédatelo, Max, por favor.

Max miró una vez más al reloj, y después a Sergio. Finalmente sonrió, iluminando la habitación. 




Una semana después de que Max regresará de viaje, se enfermó de gripe. Y aunque el neerlandés solía cuidarse comiendo bien, haciendo ejercicio y consumiendo vitaminas, la enfermedad debilitó su sistema inmune, sus defensas cayeron y la fiebre le impidió abandonar la cama. 

Sergio habló por teléfono con Jo muy temprano esa mañana para comunicarle que no iría a la oficina ese día. No quería dejar solo en cama a Max; aunque tuvo que hacerlo por media hora cuando fue a la farmacia a comprar medicamento.   

1 + 1 = DOS ENAMORADOS. [CHESTAPPEN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora