12.

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Alex

¿Quién me mandaría a beber tanto? Tengo la cabeza como un bombo, enserio, parece que tenga vida propia y vaya a explotar. Además, me siento como un vampiro al ver la luz del sol del mediodía, quema, duele, arde.

Voy a la cocina desesperadamente por agua, hacen falta dos vasos y varias aspirinas para sentirme persona de nuevo. Intento pensar que sucedió anoche, tengo recuerdos inconexos: Bella agarrada de la mano de un chico, Chloe llorando y Ethan hablándome de vete tú a saber qué.

La casa está hecha un desastre, vasos por el suelo, los muebles desordenados, extrañas manchas marrones en la pared y un olor extraño precedente del sillón, a saber qué habrán hecho en mi pobre sillón. Posiblemente debería empezar a recoger porque apenas quedan unas horas para que lleguen mis padres, pero la pereza me supera y en su lugar cojo mi tabla de surf y me encamino hasta la playa.

Hace un calor de la hostia por la hora que es y por si eso no fuera suficiente, además está petado el spot, justo lo que más detesto. Pienso en irme a otro lugar, pero otra vez, la pereza me supera. Entro y trato de coger el máximo de olas posibles, ignorando las miradas de desaprobación y los gritos que me dedican los demás. Salgo unas dos horas después, con los músculos entumecidos del esfuerzo y algo más tranquilo.

Me siento en la arena a contemplar el paisaje, la arena blanca contrasta con el color turquesa del mar, observo que hay un grupo de niños jugando en la orilla, parece que están haciendo un concurso de castillos de arena, se ven despreocupados y felices. Añoro esa época en la que me pasaba así el día en la playa con mis amigos, el verano se hacía eterno y mi mayor preocupación era llegar a tiempo para ver esa serie que tanto me gustaba en la televisión.

Suspiro al darme cuenta de que, por mucho que quiera, no puedo volver al pasado. Así que agarro mi tabla y me encamino en un principio a la cafetería donde trabaja Chloe, pero conforme me voy acercando me doy cuenta de que no me apetece verla, por lo que acabo dando la vuelta y encaminándome hacia mi casa.

—¡¿Se puede saber dónde estabas?!— Grita mi hermana histérica cuando abro la puerta—. Los papás están al llegar y mira como está esto, todo un desastre. Ni se te ocurra escabullirte de esta.

—Vale, vale, tranquila, ¿qué necesitas que haga?

—Trae la aspiradora, un par de bolsas de basura y ganas de trabajar, vamos, vamos.

Ponemos un disco de one direction -que jamás admitiré en voz alta que en verdad me gustan- y nos ponemos manos a la obra; tiramos todos los vasos y restos de comida que hay en el suelo, limpiamos las manchas del sillón de olor desagradable, colocamos los muebles en su sitio, fregamos el suelo que estaba mugriento y conseguimos tener todo impecable en tiempo récord. Nos tumbamos derrotados en el sillón después de un buen par de horas limpiando.

—¿Puedo hablar contigo de una cosa?— La pregunta de mi hermana me resulta extraña y me asusta un poco, nada bueno sale después de esas palabras.

—Si es por lo de anoche, de verdad que no quiero hablar de eso— respondo a la defensiva.

—No, no tiene que ver con eso— eso si que me resulta extraño, me esperaba un sermón por haber bebido tanto y haber hecho el ridículo—. Quería preguntarte, ¿has notado algo diferente en Ethan últimamente?

Frunzo el ceño, no entiendo a qué viene esa pregunta.

—No— titubeo— lo veo igual que siempre. ¿Por qué lo preguntas?

—Verás es que…

No puede continuar, porque en ese momento suena la campanita de la entrada indicando que nuestros padres acaban de entrar.

The summer of loveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora