4. Su cara, tan grande como la Vía Láctea

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Cuarenta minutos después, en el asiento trasero, Juliette ahogó mis penas en un biberón de leche caliente. Atrapado en la delicia de ese aromático líquido, mis párpados empezaron a cerrarse y perdí completamente la noción del mundo. En ese estado de semi-sueño, recuerdo un motor apagándose, y luego subir las escaleras siendo cargado a pie por alguien. Luego, el cerrar de una puerta y por último el fin de todo movimiento. Junto a eso, palabras y susurros de mis ex-alumnas/cuidadoras.

Cuando empecé a volver a despertar, sentí cómo unas finas manos me quitaban la ropa. Primero mi overol, luego la playerita, y por último mi pañal desabrocharse y la sensación de desnudez total.

Pero solo cuando me quitaron a la fuerza de los labios el pezón el de la mamila, abrió los ojos, alarmado. Vi que estaba totalmente desnudo y era cargado por Juliette hacia el baño.

—Ahí, Sandra —indicó Juliette—. La llave de la derecha.

El sonido de agua corriendo llegó a mis oídos cuando sentí a Juliette bajarme. Sandra metió una mano al agua para checar la temperatura y luego le abrió a la otra llave.

Sintiendo el peligro del agua acercarse, alcé la vista y vi arriba el bondadoso rostro de Juliette (la niña de la que me había enamorado) gobernando sobre mí con una radiante sonrisa, que me entibió por dentro, quitándome cualquier clase de miedo.

—Eso, bebé, eso... —dijo Juliette, mientras con ayuda de Sandra me tomaba en sus manos y empezaba a sumergirme en el agua lentamente.

Pataleé una y otra vez, aunque débilmente, mientras ambas niñas me ponían con comodidad en el agua tibia, y luego empezaban a echarme agua en la cabeza y a frotar todo mi cuerpo con jabón suave.

El agua estaba agradable pero no pude evitar sentirme aún más patético, con dos de mis alumnas lavando mi ahora frágil y diminuto cuerpo; con mi ridícula masculinidad expuesta a ellas, aun cuando no parecía importarles en lo más mínimo (desde luego, estaba demasiado lejos de representar cualquier amenaza para ellas, fuera de ser un lindo y chistoso juguete al cual mirar y reírse de él).

El baño fue lo bastante relajante para que terminara semi-dormido, y luego de que Juliette me secara y me pusiera un nuevo pañal limpio, le oí decir:

—Gracias por ayudarme a bañarlo. Nos vemos, Sandra.

—Nos vemos, Julie.

Juliette me acostó en una cama y mis ojos rápidamente se cerraron por entero.

Sandra se despidió y se fue por la puerta. Casi de inmediato, caí dormido. Y fue todo lo que supe ese día.

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A eso de las 8 p.m, empecé a despertar poco a poco. Y sentí... algo. Simplemente algo... al parecer mi pequeño cerebro de bebé ni siquiera alcanzaba a darse cuenta de qué pasaba, pero sabía que algo andaba mal. Y probablemente no era al recordar mi nuevo estado de bebé, simplemente supe que había algo que me causaba... incomodidad.

No pude evitar sentirlo palpitando en mi pecho, y conforme crecía la incomodidad, se volvió un pequeño gemido que surgió en mi garganta... luego creció hasta volverse un chillido, y por último un grito pelado a todo pulmón.

Estaba ahí solo en la cama, llorando y moviendo mis bracitos y piernas. Llevaba puesto solo un pañal y una playerita de bebé, sabía que algo andaba mal y mami no estaba cerca para arreglarlo. Me sentí la criatura más desolada y desesperanzada del mundo, solo quería que ella estuviera a mi lado.

De cualquier forma, no tuve que esperar mucho, pues en cuestión de segundos (que a mí me parecieron minutos enteros) Juliette salió del baño, cuya luz era lo único brillando ahí en la oscuridad. Llevaba puesto un camisón de dormir y todo parecía indicar que se había duchado o tomado un baño recientemente. Su rostro era puro, libre de todo maquillaje y miraba tan lozana y alegre que no pude evitar tomarla por una diosa, la más bella del mundo... o mejor dicho, ella era mi mundo entero.

Juliette se acostó a mi lado y pronto empezó a abrazar y acariciar cuidadosamente la pequeña cosita que era yo al lado de ella. Apoyé mi cabeza cómodamente sobre sus mullidos pechos y me perdí en su aroma. Ella se acurrucó contra mí y mientras sostenía mi cabeza, prendió el televisor. Muy pronto todo volvía a estar bien, tan tierno y tranquilo que creo que olvidé todo lo del día y solo me concentré en los sentimientos que ella me provocaba ahora.

Noté cómo Juliette sacaba una pequeña libreta y empezaba a garabatear tal vez algo sobre la escuela, sus planes de vida, mientras de tanto en tanto prestaba algo de atención al reality show de diseño de modas de la TV. Y de nuevo la consideré a ella, a mi percepción, lo mejor de la feminidad que podía encontrarse en la vida.

Habré pasado un par de horas recostado sobre ella, hasta que de nuevo empecé a sentir una incomodidad desconocida, e intenté rodar sobre la cama. Ella lo notó con rapidez y me abrazó un poco más fuerte.

—Ya, ya... —me susurró al oído.

Noté en su voz cómo ella también estaba cansada y empezaba a adormilarse. Eso solo me hizo acurrucarme más contra sus pechos, y ella se sacó uno. Su seno era precioso, perfectamente oval y suave, cubierto en una capa de vello más fino que el de un melocotón, algo que solamente un pequeño bebé como yo tendría el privilegio de estar tan cerca para notar.

—Su cena, Señor Bebé... —anunció.

Desde luego, instantáneamente ese pecho me atrajo y lo mordí con mis labios.

Un torrente de leche caliente, dulce como la miel, inundó mis sentidos mientras ávidamente tomaba mi cena, aferrándome a los pechos bien llenos de esa hermosa muchacha. Juliette me abrazó de ese modo, acariciando mi cabello hasta que mi barriga quedó llena con su caliente y nutritiva leche, y de nuevo, caí dormido. Juliette se quedó tan quieta como yo, y así, tuve el privilegio de pasar la primera noche durmiendo al lado de la joven que más amaba.

CONTINUARÁ...


En brazos de mi alumnaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora