11. Mansión

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Haerin estaba sentada en el porche de la casa de la playa, con las piernas estiradas, pintándose las uñas de los pies. El suave sonido de las olas rompiendo en la orilla era relajante, pero no conseguía llenar el vacío que sentía por dentro.

Sus dedos iban pasando lentamente la brocha sobre sus uñas mientras su mente divagaba, pensando en May.

Extrañaba salir con sus amigas, tener cosas básicas como ir a comer y simplemente hablar. Quería una presencia femenina con quien hablar y pasar el tiempo.

John era un hombre fascinante, de eso no había duda. Tenía la habilidad de mantener largas conversaciones sobre la vida, la música y el sentido de todo lo que les rodeaba.

A veces, hablaban durante horas, y ella se sentía entendida de una forma casi mística. Pero a pesar de esas charlas, Haerin necesitaba algo más. Echaba de menos las risas espontáneas y ligeras que compartía con May.

Mientras Haerin seguía sumida en sus pensamientos, la puerta se abrió suavemente y John apareció frente a ella, con una mirada tranquila, su clásica silueta resaltada por la luz cálida del atardecer.

Llevaba un cigarrillo en la mano, del que dio una última calada antes de soltar el humo lentamente, dejándolo escapar entre sus labios.

Haerin lo miró en silencio, un gesto cansado pero familiar en su rostro.

Él se inclinó hacia ella, sin decir una palabra, y la besó con ternura, como solía hacerlo, esa conexión que, por más soledad que sintiera, siempre lograba calmar algo dentro de ella.

Después del beso, John se sentó a su lado en la barandilla del porche, mirando junto a ella hacia el horizonte, donde el sol empezaba a desaparecer bajo el agua.

El sonido de las olas rompía el silencio entre ambos, y aunque no habían dicho mucho, había una quietud en ese momento que casi se sentía reconfortante.

—Sabes—hablo John rompiendo la calma con su voz suave y pausada—. Mick Jagger me ha invitado a su mansión por unos días—hizo una breve pausa y suspiro—. No para trabajar... bueno, sí, un poco. Pero también para pasarla bien.

—¿Cuantos días estarás afuera?

John la miró y sonrió.

—Iremos juntos, no voy a dejarte sola.
Iremos a pasarlo bien, conocerás gente. Me dijo que abran chicas.

—¿Prostitutas?

John rió y pellizco su mejilla.

—Claro que no, pero hay que irnos.

♫⋆。♪ ₊˚♬ ゚.

Haerin terminó de cerrar su pequeña maleta con un suspiro, asegurándose de que todo lo esencial estuviera adentro. La mansión de Mick era un lugar misterioso.

Desde su ventana, ya podía ver el sol escondiéndose, tiñendo el cielo con tonos naranjas y púrpuras. Sabía que era casi de noche y que no había tiempo que perder.

Al bajar las escaleras, se encontró con John esperándola en la entrada. Él estaba apoyado contra la pared, con una sonrisa tranquila dibujada en el rostro, como si todo estuviera bajo control.

Cuando la vio aparecer, sus ojos brillaron con una chispa familiar de complicidad.

—Déjame llevar eso—dijo él, acercándose para tomar la maleta de sus manos antes de que ella pudiera protestar.

—Gracias—respondió Haerin suavemente, sintiendo el alivio de no tener que cargar el equipaje.

El tiempo apremiaba. Sabían que debían llegar a la mansión antes de que la oscuridad cayera por completo. Sin decir mucho más, ambos salieron rápidamente hacia el coche.

John abrió la puerta del copiloto para ella, y luego se acomodó en el asiento del conductor. El motor rugió suavemente cuando lo encendió, y pronto estaban en la carretera.

El viaje transcurría en silencio, pero no era incómodo. Había algo en la atmósfera de esa noche que hacía que todo pareciera más intenso.

Los árboles a los lados del camino se alzaban como sombras alargadas bajo la luz tenue del crepúsculo, y el cielo se volvía cada vez más oscuro.

A lo lejos, una brisa fresca comenzaba a levantarse, como si anunciara que algo importante estaba por suceder en la mansión de Mick.

Al llegar a la entrada de la mansión, el coche de John y Haerin se detuvo frente a un imponente portón negro, alto y macizo, con una M dorada en el centro que brillaba débilmente bajo la luz de la luna.

El lugar parecía casi irreal, con una atmósfera de elegancia y misterio. Sin que John tuviera que tocar nada, las puertas comenzaron a abrirse lentamente, como si los estuvieran esperando.

El auto se deslizó hacia el interior del vasto terreno, cruzando un camino de grava que crujía bajo las ruedas.

Frente a ellos se alzaba la mansión blanca, enorme y majestuosa. Los focos cálidos, distribuidos estratégicamente por el jardín, iluminaban suavemente el césped perfectamente cuidado, que parecía aún más verde bajo la tenue luz de la tarde.

Una fuente en el centro del jardín lanzaba destellos de agua que caían con delicadeza, añadiendo un sonido relajante al ambiente.

Frente a ellos se alzaba la mansión blanca, enorme y majestuosa. Los focos cálidos, distribuidos estratégicamente por el jardín, iluminaban suavemente el césped perfectamente cuidado, que parecía aún más verde bajo la tenue luz de la tarde.

Una fuente en el centro del jardín lanzaba destellos de agua que caían con delicadeza, añadiendo un sonido relajante al ambiente.

John apagó el motor y se giró hacia Haerin, intercambiando una mirada de complicidad antes de salir del coche. El aire era fresco y limpio, y había un silencio casi absoluto, roto solo por el burbujeo constante de la fuente.

Mientras ambos bajaban del vehículo, una figura apareció en la entrada de la mansión.

Era Mick, esperando como siempre, con una sonrisa en los labios. Llevaba un abrigo elegante y su presencia irradiaba la confianza de alguien que estaba acostumbrado a recibir visitas importantes.

De repente, John, sin pensarlo dos veces, corrió hacia él. La sonrisa de Mick se amplió cuando lo vio venir, y en cuanto John llegó, ambos se fundieron en un abrazo sincero y efusivo, como dos amigos que no se habían visto en mucho tiempo.

Haerin observó la escena desde una corta distancia, sonriendo levemente. Sabía lo importante que era Mick para John; la amistad que compartían iba más allá de lo común.

—¡Ha pasado mucho tiempo!—exclamó Mick, dándole una fuerte palmada en la espalda a John mientras ambos reían. Sus ojos brillaban de genuina alegría.

—Demasiado—respondió John, apartándose ligeramente para mirarlo—. Pero al fin estamos aquí.

Haerin se acercó con calma, y cuando llegó a la entrada, Mick la saludó con un asentimiento amistoso.

—¿Le operaste la cara a Yoko? Se ve más linda.

John le dio un codazo y tomo a Haerin de la mano.

—Ella no es Yoko—aclaro su garganta—. Es Haerin, mi novia.

Mick asintió y se hizo a un lado para que la pareja pueda pasar.

—Luego los empleados llevarán sus maletas en sus habitaciones, ahora vamos a comer, beber, fumar.. y ya.

♫⋆。♪ ₊˚♬ ゚.

Y la que actualice después de dos años.

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