15. Las Vegas

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En la tranquila cocina de la casa de Mick, John estaba sentado, relajado, con una mano sosteniendo un cigarrillo encendido y en la otra una taza de café negro, tan fuerte como le gustaba.

Con cada sorbo, hacía una mueca, pero no dejaba de beber. Tenía el periódico desplegado delante de él, revisando las noticias del día con aire despreocupado.

En ese momento, Mick entró en la cocina, se quedó parado a un lado de la puerta y observó a John en silencio, con una expresión fija, casi de desafío.

Al sentir esa mirada clavada en él, John alzó la vista con una ceja levantada y soltó, sin moverse ni un centímetro:

—¿Qué?

Mick no respondió de inmediato. En cambio, se acercó y, sin más, le arrancó el periódico de las manos, doblándolo con un golpe seco y dejándolo a un lado de la mesa.

John frunció el ceño, claramente molesto, y antes de que pudiera abrir la boca para protestar, Mick habló con una chispa de emoción en sus ojos.

—Vamos a Las Vegas—dijo Mick con voz firme y decidida—. Quiero revivir nuestro pasado, como cuando nos juntábamos a hacer locuras. Es hora de darle un poco de vida a nuestras vidas, ¿no crees?

John lo miró por un segundo, procesando la idea, y luego soltó una carcajada sarcástica, mientras apagaba el cigarrillo.

—Eso suena peligroso… —dijo, con una sonrisa traviesa apareciendo en sus labios—. Hay que hacerlo.

Mick asintió con determinación y, tras un último vistazo a John, murmuró:

—Hablaré con las chicas.

Subió las escaleras de dos en dos y se dirigió directamente a la habitación de Lily. Sin molestarse en tocar, abrió la puerta y entró. Lily que estaba leyendo una revista en su cama, levantó la vista sorprendida y frunció el ceño ante la inesperada interrupción.

A su lado, Haerin, que estaba sentada en el suelo revisando unas fotos, lo miró en silencio, esperando una explicación.

Mick se quedó en el umbral, con una chispa de emoción en los ojos y una sonrisa que no se molestó en disimular.

—Prepárense—anunció con un tono de complicidad, aunque sin dar muchas explicaciones—. Esta noche vamos a Las Vegas.

Lily y Haerin intercambiaron miradas, claramente confundidas, pero antes de que alguna de las dos pudiera decir nada, Mick ya había salido de la habitación, dejándolas con una mezcla de dudas y curiosidad.

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Haerin se dirigió a su habitación y, al abrir la puerta, se encontró con John, que ya estaba concentrado en meter sus cosas en una maleta, seleccionando cuidadosamente entre camisetas, chaquetas y un par de objetos al azar.

Al verla, John dejó lo que hacía y se acercó para darle un beso corto pero lleno de complicidad.

Después, con una sonrisa traviesa, le dio una suave palmada en el trasero, provocando una risa espontánea en Haerin.

—Veo que tú también te estás preparando para la locura de Mick—dijo Haerin mientras comenzaba a meter sus propios vestidos y accesorios en la maleta, con una expresión divertida en el rostro—. A veces pienso que es un hombre que toma decisiones demasiado apresuradas.

John soltó una carcajada mientras se acomodaba en el borde de la cama, observándola con una sonrisa cómplice.

—Entonces no lo has conocido borracho—respondió, divertido, recordando las muchas ocurrencias de Mick en el pasado.

Ambos estallaron en carcajadas, imaginando lo que podía depararles esa noche en Las Vegas.

John observó a Haerin mientras ella guardaba algunas cosas en la maleta, y de repente, con un tono serio y un toque de curiosidad, le preguntó:

—¿Yoko ha vuelto a llamar?

Haerin levantó la vista, encontrándose con los ojos de John, y negó con firmeza.

—No—respondió rápidamente, casi con alivio en la voz.

John esbozó una sonrisa de satisfacción y, soltando un suspiro de alivio, murmuró:

—Gracias a Dios.

Sin decir más, se acercó a Haerin y la rodeó con sus brazos, inclinándose para besarla nuevamente, esta vez con más intensidad y ternura.

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Los cuatro amigos habían llegado a un lujoso hotel en Las Vegas, de esos que brillaban intensamente bajo las luces de la ciudad y que quedaban a pocos pasos de los clubes y la vida nocturna que tanto habían venido a buscar.

El viaje los había dejado un poco cansados, pero el entusiasmo de estar allí les daba energía suficiente para seguir con sus planes sin perder tiempo.

Después de dejar las maletas y preparar la ropa que iban a usar esa noche, todos se miraron con una sonrisa cómplice, conscientes de la locura que estaban a punto de vivir. Se organizaron en fila para usar el baño y tomar una ducha antes de salir, ya que el cuarto solo tenía una.

—¡Oye! Si tardas más de una hora, te tiramos la puerta abajo—dijo Mick en tono de broma, aunque con una pizca de amenaza real.

Los demás rieron, imaginándose el caos que podría armarse si uno de ellos intentaba acaparar el baño.

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Haerin y Lily ya estaban casi listas para salir, concentradas en maquillarse y arreglarse el cabello frente al espejo del baño compartido.

La emoción de la noche por venir se notaba en sus sonrisas y en el ambiente divertido que llenaba la habitación.

De repente, escucharon a Mick en el pasillo, llamando desde la puerta del baño donde John se estaba duchando.

—¡Eh, John! ¿Te importa si me baño contigo para ahorrar tiempo?—preguntó Mick, fingiendo inocencia.

—¡No!—respondió John rápidamente, cerrándole la puerta en la cara de golpe.

Haerin y Lily no pudieron evitar soltar una carcajada en voz baja, intentando no llamar demasiado la atención, pero lo suficientemente fuerte como para que Mick las escuchara.

Con una sonrisa divertida, Mick entró en la habitación donde ellas estaban arreglándose, y se acercó al tocador.

Sin decir nada, tomó el rizador de pestañas, mirándolo con una mezcla de curiosidad y precaución.

—¿De verdad usan esto?—preguntó, alzando el rizador y examinándolo de cerca—. Seguro que en cualquier momento te puede arrancar un ojo.

Haerin y Lily se rieron más fuerte, divertidas con la reacción de Mick, que lo dejó rápidamente en su lugar como si le quemara los dedos.

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