15.- Querer y amar son cosas distintas

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Tengo la teoría de que del amar surge algo..., solo que no se que es.


[...]


La gente, sombras pasajeras, iba y venía. Los veía como figuras borrosas, llenas de sonrisas ajenas a mi rostro, a mi cuerpo. Caminaban por las calles, se detenían en los puestos como si en sus manos se guardara el secreto de la alegría. Ellos sabían lo que yo nunca supe. Y en el centro de todo, la palabra: soledad.

El festival se repite cada año, un ciclo interminable de luces, risas, y yo, a la deriva, igual que siempre. El vacío, como una niebla densa, me impide disfrutar de lo que otros llaman vida. No soy de este mundo, no sé lo que es pertenecer.

—Debí quedarme en casa —murmuré, con el sabor agrio de una certeza que no termina. Entonces, el sonido de un clic me hizo girar. Allí estaba él, tan alto como el silencio, con cabellos oscuros que contrastaban con una sonrisa que de algún modo me recordaba al olvido.

 Allí estaba él, tan alto como el silencio, con cabellos oscuros que contrastaban con una sonrisa que de algún modo me recordaba al olvido

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—Vine a capturar el festival, pero encontrarte... eso es arte —dijo, mostrándome la fotografía. La imagen era una especie de espejo roto, donde me veía, y no me veía. Como siempre.

—¿Quién eres? —pregunté, más por curiosidad que por necesidad.

—T/n, fotógrafo por un día, lo justo para seguir pagando cuentas. ¿Y tú?

—Aika Nakano.

—¿Nakano? —pareció sorprendido—. Las Nakano son famosas aquí, por ser lo que yo nunca seré: perfectas. Ichika, la actriz; Nino, la cocinera; Yotsuba, la atleta; Itsuki, la sabia.

—¿Y la tercera? —susurré, interrumpiéndolo. Su silencio fue más ruidoso que sus palabras. Aunque nunca me contestó.

El festival continuaba, y por primera vez en mucho tiempo, no estaba sola. Pero estar con alguien no elimina la soledad, solo la disfraza. Me reí, me permití un respiro, pero demasiado es siempre peligroso.

—¿Qué aspiras a ser? —me preguntó, sus palabras como un bisturí que corta la piel sin dolor.

Me quedé callada. Busqué una respuesta que no existía, una que nunca ha existido.

—Quiero ser feliz —contesté, con la misma voz hueca con la que uno habla al vacío.

Él se rió, una risa que arañaba el aire.

—¿Eso es todo? —preguntó—. La felicidad... ¿No la sientes?

—No —dije, sincera como solo se es cuando ya no importa—. Es como si algo me faltara. Como si mi boca solo conociera el sabor de la tristeza. Un vacío que me devora desde adentro.

—Deberías ser poeta —respondió, con una sonrisa que no entendí.

Siempre he sabido que soy estúpida por querer convertir las heridas en palabras. Pero él, en lugar de reírse, me dio una palmada en la cabeza, ligera, casi cariñosa.

AikaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora