13.- No tengo familia, amigos, corazón

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Es un dolor que me arranca el pecho, pero no sé si es mi corazón marchito o si esta maldita soledad por fin decidió acabar conmigo pero, ¿A quién le importa?, de cualquier forma a nadie le importa como estás.




Las cosas no van bien, pero no es conmigo; de mí es de quien menos deberían preocuparse. Es con la familia de mi madre con quien la tormenta arrecia, con quienes el dolor se cierne como una sombra implacable. Muchos dicen que la pérdida es un duelo que exige su tiempo, y estoy de acuerdo, pero ¿cómo se olvida a quien has tenido a lo largo de toda una vida?

Hay memorias que se clavan, palabras que son llaves de puertas funerarias, y la brisa del viento que susurra su nombre como un eco incesante...

—Aika, ¿quieres formar equipo conmigo? —me preguntó Aki, y al levantar la mirada lo vi de frente, recargado en mi pupitre, con esa sonrisa que solo alguien tan feliz puede ostentar.

—Ah, sí, claro —respondí, después de todo, ¿quién iba a estar conmigo?

Y te voy a confesar un secreto: no tengo amigos. No sé por qué, tal vez ignoro cómo se obtienen, o simplemente soy un ser despreciable.

Por Dios, ¿quién querría ser mi amigo?

Entonces él se fue, y de nuevo me encontré en ese laberinto de pensamientos, porque lo único que hago es pensar, pensar todo el día. A veces me pregunto, ¿por qué esta necesidad de reflexionar tanto? Y tras darle vueltas a la cuestión, creo que tengo una respuesta: porque nos atrae más la certeza de lo que está por venir que el vértigo de lo inesperado. La mente, en su afán de control, busca asideros en el futuro, mientras el presente se escapa entre los dedos.

Nadie puede soportar ese tipo de noticias, esas tragedias que ocurren en un instante, dejándonos vacíos.

Bueno, creo que me estoy divagando. Sigamos...

Después de clases, Aki me llevó a su casa para el proyecto. No era mi lugar favorito; tantas caras mirándome simultáneamente, con ese mismo sentimiento en la mirada, era más doloroso que una herida profunda.

—Espera aquí, iré a buscar los libros de papá —me dijo, y yo asentí, resignada. Miré entonces los rincones de la habitación, y me hallé sumida en un malestar incómodo que me hacía preguntarme: ¿qué habría sucedido si mamá estuviera aquí?

Y lo pienso y digo: no es real. Pero lo deseo y pienso: ojalá que lo fuera.

De todos modos, me moví por los estantes, deslizando la mirada sobre cada uno de ellos, eran cientos, muchos más de lo que yo poseo, pero que él tiene en abundancia.

Las fotos, dispuestas junto a sonrisas inquietantes, me incomodaban. Me acerqué al espejo más cercano y me miré. Tomé mis labios con fuerza y los forcé a formar la sonrisa que deseaba.

Pero el recuerdo se me clava...

—Mami, ¿soy bonita? —le pregunté una tarde en visita, y ella me miró con una frialdad que se me antoja insuperable:

—Es la sonrisa más horrible que he visto —me dijo, y yo me callé. Y lo hice durante tanto tiempo.

Dejé mis labios y me tendí en la cama, observando el lugar, tan cálido, tan bueno, tan hermoso.

Pero volví a mi realidad cuando escuché voces ajenas a la habitación, ellos, que no me querían aquí, ni en ningún otro momento.

Tenía dos opciones: quedarme y sumirme en los mismos insultos de siempre, hundiéndome en mi tristeza, o salir de allí y refugiarme en otro lugar.

Decidí hundirme en mi tristeza.

Hay días en los que me siento curada, como si pudiera enfrentar el mundo con una fuerza renovada, pero también hay días en los que no soy nada. Gran parte de mi vida está conformada por ellos, por sus palabras, por sus miradas, por sus desaires.

Era lo mismo de siempre, mi padre reprochando que no sabía que mi madre se había disfrazado de Yotsuba, y la otra mujer, esa que nunca me ha aceptado, diciendo que no pertenezco aquí.

No lo entiendo, ¿sabes? La gente teme a la traición, cuando el amor debería ser la confianza en el otro. Supongo que nadie está listo para amar de verdad.

—Ella no es mi hija, es de Miku, pero no mía —dijo mi padre con una frialdad que se me antoja cruel.

—Tú no eres mi hija —dijo mi madre, sin mirar atrás.

Entonces, ¿de quién soy? ¿dónde pertenezco? ¿quién soy?

¿Para qué sirvo?

Aprendí a no desahogarme con cualquiera, por más que mi pecho se reviente por gritar el dolor que siento, porque a la gente no le importa cómo estás ni adónde vas. Así que es fácil andar por ahí, cargando con tu vida y con la miseria que te carcome.

—Ya vine —dijo Aki cuando entró en el cuarto. Lo miré mientras él dejaba las cosas en el escritorio, aparentemente preparando todo.

Técnicamente, él es mi hermano, pero no estoy segura de si lo sabe.

Creo que nadie lo sabe.

Pasamos gran parte de la noche haciendo el proyecto, nada que no fuera de lo mío, y solo cuando terminamos pude irme.

Era mil veces mejor afuera que adentro, de eso estaba segura.

—¿Estás segura de que no quieres que te lleve? —me preguntó papá, y yo me negué.

¿En serio le importaba?

—Está bien —dijo, y se metió de nuevo en la casa.

Supongo que no le importó.

—¿Te veo en la escuela? —me preguntó Aki, y yo asentí. Entonces me volví para continuar con mi camino, pero me detuve.

—Oye —me di la vuelta y lo miré, él hizo lo mismo—, ¿soy bonita? —le pregunté.

Aki me miró en un silencio incómodo, y casi en el primer minuto me respondió.

—Tal vez un poco, no eres de mi gusto.

—Oh, ya veo...

—Pero aún así, estoy seguro de que alguien te amará tarde o temprano.

—¿Cómo quién?

—No lo sé, alguien. La vida es impredecible. Tal vez algún fanático tuyo —me dijo Aki, y yo me reí. Y así me alejé, pensando:

¿Quién podría amarme?

La lluvia caía sobre la acera, y mi paraguas amarillo me acompañaba, un obsequio de mi abuelo. Me gustaba, los colores vivos y la brisa moviendo mi cabello. Eso era un buen día para mí.

Y en mis ratos de soledad lo escribo, pero no lo digo.

Nunca he dicho nada de mí, y estoy bien con eso.

[...]

Nota de autor: He vuelto y más cabrón que nunca. Preparen esas lagrimas, porque viene la poesía.

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