Epílogo | Escrito por Aki

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No hay forma de prepararse para la pérdida. Cuando me llegó la noticia de la muerte de Aika, todo se detuvo. Era como si el tiempo, por un breve momento, hubiera decidido jugar una broma cruel. Nadie podía creerlo. ¿Aika? La chica con la que había compartido tantos momentos, cuyas risas aún resonaban en mis oídos. La noticia me golpeó como un puño cerrado en el estómago, dejándome sin aliento.

La primera pregunta que surgió en mi mente fue cómo, por qué. Pero, al profundizar en los detalles, el dolor se hizo más intenso. La forma en que se fue, las pistas que había dejado atrás, sus palabras escritas en una carta que nadie había visto hasta entonces. La lectura de esas líneas se convirtió en un acto de profunda traición y a la vez de amor, un acto que desnudó su alma y la mostró en su más cruda realidad.

—No puedes dejar que esto termine así —me decía a mí mismo mientras sostenía la carta, sintiendo el peso de cada palabra como un ladrillo en mi pecho—. Aika, merecías más que esto.

Leí la carta una y otra vez, sumergiéndome en cada palabra, en cada sentimiento que había expresado. Aika había sido valiente al plasmar su dolor, y, a la vez, me sentía culpable por no haber estado ahí cuando más me necesitaba. Nunca la olvidaré, pensé, y así nació en mí el impulso de escribir un libro sobre ella. No era solo una forma de rendirle homenaje, sino una manera de entender su sufrimiento, de dar voz a lo que nunca pudo ser dicho en vida.

Así que decidí entrevistar a quienes, de alguna manera, habían sido parte de su vida. Primero fui a ver a mi padre, Futarou. En su rostro vi el reflejo de un dolor profundo, uno que había intentado ocultar durante años.

—Papá, ¿puedes decirme algo sobre Aika? —le pregunté, el nudo en mi garganta era casi insoportable.

—Aika… —su voz se quebró, y su mirada se perdió en el vacío—. Ver a Aika era un trauma para mí después de lo que pasó con Miku. Intenté, de verdad, intenté estar ahí, pero no podía.

Su respuesta me dejó helado. Sabía que Miku había sido una figura compleja, y la sombra de su relación con Aika siempre había estado presente. A medida que Futarou hablaba, sentía cómo se desgastaba su voz, como si cada palabra fuera un recordatorio de su propia incapacidad.

—¿No hay nada que recuerdes que valga la pena compartir? —insistí, tratando de encontrar algún destello de amor en su relato.

—Lo intenté, Aki. Pero cada vez que la veía, era como mirar un reflejo de todo lo que perdí. Me asustaba, me dolía —admitió, los ojos llenos de lágrimas.

Su confesión me hizo replantear el enfoque de mi libro. No podía dejar que la relación entre Aika y su padre se convirtiera en una historia de amor paternal que nunca existió. Así que decidí poner a Futarou en segundo plano, ocultar el dolor que él había infligido. Era una forma de proteger la memoria de Aika, y al mismo tiempo, de intentar encontrar una narrativa que diera sentido a su sufrimiento.

Después, visité a Itsuki. La encontré en la cafetería, sumida en sus pensamientos. Al verme, su rostro se iluminó brevemente, pero rápidamente se oscureció de nuevo.

—¿Aika? —pregunté, con la esperanza de que me compartiera algo significativo.

—Me alegra que estés aquí —dijo, y sus ojos se llenaron de tristeza—. Aunque me salvé del cáncer, de verdad que hubiera preferido estar con Aika ahora.

Sus palabras eran como dagas. La honestidad era dolorosa, pero también liberadora.

—Itsuki, ¿qué piensas de todo esto? —le pregunté, intentando entender su perspectiva.

—Es enfermo tener que decirlo, pero Aika ya era un limbo de dolor del que no había nada que salvar —confesó, apretando los puños con fuerza. Su voz temblaba, pero en sus ojos había una chispa de determinación.

AikaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora