17.- Nada es para siempre

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Los días se deslizan como sombras en una eternidad gris. En este vaivén, me encuentro atrapada en una monotonía que devora todo sentido. Pienso, leo, escribo, pero cada palabra me arrastra hacia un vacío que no se llena. Deseo la vida con fervor, y al mismo tiempo, el peso de la rutina me ahoga. La gente, con su ruido y su indiferencia, se convierte en un eco que me recuerda lo solitaria que me siento.



[...]


Las mañanas se repetían como un eco en mi mente, sin una sombra de distinción. Despertar del letargo, fingir que esta rutina no me consume, y caer en el vacío, donde la insatisfacción me abraza con su gélido abrazo.

Sin embargo, hoy, algo se siente diferente. Una chispa, un ligero giro en el aire que no logro comprender. Tal vez por eso, una alegría tenue brota en mí.

—¿Escribir un poema? —susurro al aire, esperando que el universo me responda. La maestra de japonés nos ha dejado una tarea: dedicar un poema a quien queremos. Pero, ¿a quién? Solo hay una persona en este mundo que ocupa mi mente.

Darme cuenta de mi soledad es como un golpe directo al pecho, un dolor que no se apacigua, que no se explica. Es un golpe sordo, inesperado, maldito.

Escribo con furia, tratando de exorcizar mis demonios, hasta que las palabras se agotan, como si ya no quisieran salir.

Contemplo mi creación con desconcierto, como si no me perteneciera, como si hubiera emergido de un lugar oscuro. Escribo lo que brota del fondo, no lo que deseo. Así ha sido siempre, y así será hasta el final.

Las cosas nunca van bien. Solo vienen, se instalan por un tiempo y luego se desvanecen, dejando un desastre tras de sí.

He mezclado de todo: serotonina, amitriptilina, benzodiazepinas, pero nada sana, nada cambia. Todo sigue igual y yo me canso de esperar.

Daría lo que fuera por regresar al pasado, por no haber nacido nunca. Es una idea que me acompaña y me consume, una tristeza maldita.

¿Qué será de mí en este mundo donde a nadie le importa mi camino, mis palabras, mi sentir?

Paso las noches llorando, tratando de soltarme, de liberar todo lo que me ahoga. Cualquier cosa, pero que se esfume. No hay nadie que quiera escuchar los problemas de una sin nombre.

Si algún día me voy, créeme, no será por ti. He intentado todo contigo, pero nada florece. No hay amor, no hay nada. Así que, si algún día me marcho, que sepas, serás la primera en notar mi ausencia.

Porque siempre te quise, porque siempre te amaré, aun cuando las heridas más profundas que llevo son obra tuya.

Firma,
Aika.

Terminar un poema así es todo un mundo para mí. Cuando las letras me abrazan, el mundo se vuelve más llevadero. Prefiero las palabras a la gente, la poesía a la vida misma.

La tormenta de la noche me empujaba a salir, aunque no había razón. La tarea sería para el martes, pero una urgencia me llevó a mi madre. Quizás una locura, o solo un deseo de reacción, de que algo ocurriera.

Tomé un paraguas y salí, corriendo bajo la lluvia, ajena al mundo, lejos de ellos, pero tan cerca de mi propio corazón. No avisé a la recepcionista; llevaba tanto tiempo viniendo a este lugar que ya era parte de mí. Aquí, entre locuras, encontraba más consuelo que afuera, donde nadie me mira y la familia no me quiere.

Subí tres pisos en el elevador, y al llegar a la puerta de mamá, toqué tres veces, esperando una respuesta que nunca llegó.

—¿Mamá? —pregunté, pero el silencio me respondió. Esperé unos segundos, volví a preguntar—. ¿Puedo pasar? —Y sin esperar, abrí la puerta. Dios, el mundo se derrumbó.

Nada perdura conmigo. He entregado todo, hasta el alma, pero nada se queda. Ni amor, ni odio, ni lágrimas, todo se disipa en el aire.

He sentido toda mi vida que debía irme.

—M-mamá..., ¡¡¡MAMÁ!!! —Corrí lo más rápido que he hecho en mi vida, me subí a la silla y con una fuerza inexplicable, le desate el nudo por el cuello. Y, cuando su cuerpo estaba por caerse, la tome y me fui con ella. Estábamos en el suelo las dos, ella muerta y yo viva, pero tan idiota como siempre, me negaba a la idea de perderte. De quedarme sola..., y muy inocente me lo creí.

Fueron minutos de intentar traerla a la vida, hice de todo, pero nada. Su cuerpo estaba frío, sus ojos eran de un color más opaco, y no había nada en ella que fuera igual a como la había visto. Mi madre había muerto, yo la ví colgarse al techo. No fui yo, fueron ellos los que la dejaron aquí, en esta habitación sin aire, sin libertad, sin cariño...

—Mamá... —Moví sus cabellos café iguales a los míos, con sus ojos iguales a los míos y sus labios similares a los míos. Éramos iguales, pero creo que ella era distinta a mi.

Ella lo tuvo todo y en un instante lo perdió. Yo, en cambio, no tuve nada, y todo se me quitó.

Dejé su cuerpo reposando en el suelo, y me fui de ahí con la imagen de ella colgando en el techo por mi mente. Tome el elevador, baje a planta baja y en recepción llame a la recepcionista.

—Quisiera reportar algo —le dije y ella sin verme, como todos los demás, asintió.

—¿Qué es?

—Mi madre murió. Habitación 69, paciente Miku Nakano. Se suicidó.

Y me fui, sin darles tiempo para sus condolencias. A nadie le importaba mi madre. A nadie le importé yo.

Me senté en una banca del parque, contemplando la multitud que pasaba. Los niños corrían, sus risas eran dagas de envidia. Los adultos, algunos tomados de la mano, sonriendo; otros, cansados, regresaban a casa, hastiados de trabajar, de ganar dinero que pronto sería devorado por cuentas, por cosas que deben tener, por comida que deben consumir. Trabajan para vivir, y viven para seguir trabajando.

Ahora no tengo a nadie, o bueno, nunca tuve a alguien que me perteneciera. Todos creen que soy como mi madre, o se alimentan de los rumores ajenos. Ya no me molesta tanto, supongo que dejé de importarme desde la última vez que fui ignorada. Pero duele saber que prefieren creerles a otros antes que escucharme. Nunca se me dio la oportunidad de hablar, de ser. Todos piensan que soy feliz, y te lo dirán mil veces.

Todos mienten, no por tu bien, no, nunca es así. Mienten para sentir que su vacío es menos.

Ya no queda nada que salvar. Me perdí, lo admito, estoy jodida, muerta, y sin nadie. Siento que el corazón se me quiebra.

Y no hay solución para mí.

Continuará...

NOTA DE AUTOR:

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