•Capítulo 01: En deuda•

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Sebastian Morelli

—Así que como lo escuchas—dice mi padre—tu abuelo fue muy claro con su testamento. Para que puedas acceder a la parte que te corresponde es necesario que contraigas matrimonio lo antes posible.

—¡Es una tontería!—reclamo. Observo los grandes ventanales de mi oficina, y preferiría mil veces arrojarme al vacío desde el décimo piso antes que tener que casarme.

—Tu abuelo solo quiere que su legado no termine.

—Sabes perfectamente lo que opino del matrimonio. ¡Es una estupidez! No es más que una pérdida de tiempo, dramas innecesarios, discusiones todo el maldito tiempo, jugar a aparentar algo que no eres. Ni se diga de las estúpidas escenas de celos. Es un rotundo ¡no!

—Tu abuelo está siendo bastante generoso, pero solo lo será con el primer nieto que decida contraer matrimonio.

—¿De qué hablas?

—En su cláusula establece que el primero de sus nietos que contraiga matrimonio será el heredero de la mayor parte de su fortuna cuando él ya no esté. Y siendo que los únicos nietos varones son David y tú, él primero que lo haga será el ganador.

Le da una calada a su cigarrillo y sonríe.

—Sin embargo, he hecho el trabajo sucio y me les he adelantado. David no tiene ni idea sobre esto, así que llevamos ventaja—Continua.

—Pues no pienso atarme a nadie. Es definitivo—respondo, sirviéndome un trago de coñac y tomando todo el líquido—no pienso dejar de vivir mis aventuras y follarme a cuanta mujer quiera, por atarme a los caprichos de una esposa.

—Piénsalo bien... ser el presidente de la empresa, agrandar nuestra fortuna, y darte la vida llena de lujos que siempre quisiste, ¿me vas a decir que no te atrae ni un poco?

Permanezco en silencio.

—Así que tú decides, buscas una esposa tú... o ¿te la consigo yo? Solo son necesarios seis meses, después podrás divorciarte y volver a tu vida normal, hijo.

—¿Y quién podría ser mi esposa?

La puerta de mi oficina se abre repentinamente. Su peculiar perfume se hace presente en la oficina, y sus rojas mejillas se iluminan de vergüenza en cuanto deja caer las tazas de café que traía en sus manos y manchan la alfombra que me trajeron de la India.

Llevo mis manos a la cíen. Y después noto como se pone de pie con su falda larga, su cabello negro azabache sujeto en una trenza y sus ojos cristalizados.

—El café era para hace una hora, Paula.

—Lo sé—dice, sorbiendo su nariz—lo siento tanto, señor.

—No me diga que está llorando por eso.

Niega con la cabeza.

—¿Y entonces?—cuestiono.

—Sé que va a despedirme—responde. Suelta en llanto, como si se tratara de una niña pequeña.

Su respiración está acelerada.

—¿Por no traer el café a tiempo?

Niega con la cabeza.

—¿Y entonces?—cuestiono, confundido.

—Averígüelo usted mismo—responde.

Y como si fuese planeado, entra Richard a mi oficina, el encargado de recursos humanos detrás de ella.

—¡La señorita ha montado un espectáculo enfrente de los ejecutivos de Londres!—menciona Richard—¡Nos acaba de echar a perder el negocio!

Paula sigue llorando, sorba su nariz algunas veces, y limpia las lágrimas que corren por sus mejillas.

"El caos que somos"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora