Chapitre quatorze

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El sol seguía su ascenso sobre Jerusalén, proyectando sombras alargadas sobre los muros del palacio. Ángeles había salido del salón de Balduino con el corazón pesado, pero con una determinación férrea. A lo lejos, los sonidos del mercado y la vida cotidiana comenzaban a inundar las calles, pero en el interior del palacio, todo parecía detenido en el tiempo, como si los mismos muros compartieran el peso de la incertidumbre de sus habitantes.

Sibila, siempre atenta, notó el silencio que Ángeles guardaba tras su encuentro con el rey. Decidió no insistir en ese momento, intuyendo que su amiga necesitaba espacio para procesar lo ocurrido. Sin embargo, en el fondo de su corazón, Sibila deseaba que el amor y la devoción de Ángeles lograran ablandar el férreo muro que Balduino había levantado a su alrededor.

Mientras Ángeles caminaba por el jardin, encontró un pequeño rincón bajo un árbol de limonarios, su lugar de reflexión favorito. Cerró los ojos y dejó que la brisa suave acariciara su rostro. En su mente, las palabras de Balduino seguían resonando: "No quiero que sufra por mi culpa". Pero Ángeles sabía que su sufrimiento sería mayor si se alejaba de él.

De repente, sintió una presencia cerca. Abrió los ojos y vio a Tiberias, quien la observaba con una mirada comprensiva. Sin mediar palabra, él se sentó en el banco de piedra a su lado.

Mi Lady, sé que el rey es terco y no siempre expresa lo que realmente siente -dijo Tiberias después de un largo silencio-. Pero, si me permite hablar con franqueza, su compañía le ha dado algo que ni siquiera sus más cercanos hemos podido darle.

Ángeles lo miró, sorprendida por su tono cálido y cercano.

¿Esperanza? -preguntó ella en un susurro.

Tiberias asintió, mirando hacia el horizonte.

Exactamente. Su Majestad siempre ha llevado sobre sus hombros la carga de su enfermedad, de su reino, y de su soledad. Pero usted... usted ha traído algo diferente, algo que él ya no esperaba encontrar.

Ángeles bajó la mirada, sintiendo un nudo en la garganta.

No sé si eso será suficiente -murmuró-. El Rey Balduino está decidido a protegerme, aunque eso signifique mantenerme lejos. Pero yo... yo no quiero eso. Quiero estar con él, incluso si eso significa enfrentar lo que venga.

Tiberias se giró hacia ella, sus ojos oscuros llenos de una profunda admiración.

Entonces, mi Lady, lo que necesita es demostrarle que su decisión es tan inquebrantable como la suya. Su Majestad siempre ha sido un hombre de acción, y tal vez solo con hechos pueda convencerse de que no está solo en esta batalla.

Ángeles asintió lentamente, entendiendo las palabras del consejero. La determinación volvió a surgir en su pecho. No permitiría que la lepra ni el miedo decidieran por ellos.

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Esa tarde, Ángeles decidió buscar a Sibila para hablar con ella. Sabía que la princesa era la clave para poder estar más cerca de Balduino sin levantar sospechas.

Sibila, necesito tu ayuda -dijo Ángeles cuando la encontró en sus aposentos, rodeada de libros y pergaminos-. Quiero estar al lado de tu hermano, pero él no me deja. Necesito que tú me ayudes a encontrar la manera de demostrarle que no me rendiré.

Sibila, que había admirado la tenacidad de su amiga, sonrió con dulzura.

Entiendo lo que quieres hacer, Ángeles. Y te ayudaré, porque sé que mi hermano necesita a alguien como tú. Pero debes saber que esta decisión no será fácil. La corte no verá con buenos ojos que alguien se acerque tanto a él, sabiendo su condición.

Ángeles asintió, sus ojos brillando con determinación.

Lo sé, pero estoy dispuesta a enfrentarlo todo. He llegado hasta aquí por una razón, y no me rendiré ahora.

Sibila la miró con aprecio y orgullo. Si alguien podía traspasar la barrera que Balduino había construido, era Ángeles.

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En los días siguientes, Ángeles comenzó a pasar más tiempo en el jardín, en los pasillos del palacio, e incluso en las zonas donde Balduino solía estar. No buscaba su presencia de forma directa, pero se aseguraba de que él pudiera verla, siempre fuerte y firme en su decisión. Cada vez que sus miradas se cruzaban, ella le dedicaba una sonrisa suave, y él, aunque mantenía la distancia, no podía evitar sentir una extraña calidez en su pecho.

Una tarde, mientras Ángeles estaba sentada en el jardín tratando de leer un libro que le había prestado Sibila sintió una sombra caer sobre ella. Levantó la vista y, para su sorpresa, Balduino estaba allí, de pie, mirándola fijamente.

Mi Lady -dijo él en un tono bajo, casi vacilante-. No puedo dejar de pensar en lo que me dijo.

Ángeles cerró el libro y lo miró con tranquilidad.

Entonces, mi Señor, no lo haga -respondió ella suavemente-. Estoy aquí para quedarme, Balduino. Ya no hay nada que me pueda alejar.

El rey se acercó lentamente, su máscara brillando bajo el sol del atardecer.

Pero... ¿y si esto termina en dolor?

Toda vida tiene dolor, Balduino -respondió Ángeles, con una ternura infinita en sus ojos-. Pero también tiene amor, esperanza... y yo he encontrado todo eso en usted.

Por primera vez en mucho tiempo, Balduino no tuvo palabras. Solo se quedó allí, a su lado, sintiendo que tal vez, después de todo, no estaba tan solo en esta lucha.

Mi ÁngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora