Chapitre dix-sept : Leçons d'amour

95 13 0
                                    

Los días pasaron, y cada momento que Ángeles compartía con Balduino lo transformaba más. Era como si la luz de su amor comenzara a desvanecer las sombras de su enfermedad. Ángeles, consciente de las limitaciones impuestas por la lepra del rey, encontraba la manera de visitarlo con frecuencia en sus aposentos, asegurándose de que nunca hiciera esfuerzos innecesarios.

Cada visita era un pequeño milagro. Ángeles llegaba sin ser vista, moviéndose con sigilo a través de los pasillos del palacio, como una brisa suave que iluminaba el entorno sombrío de Balduino. Su presencia era un bálsamo para su corazón herido. A medida que la puerta se abría y ella entraba, él no podía evitar derretirse de amor al ver su sonrisa y sentir su energía vibrante.

-Siempre es un placer recibir su visita, Mi Lady -decía Balduino, su voz teñida de gratitud y emoción, inclinando ligeramente la cabeza en un gesto galante.

-No quiero que esté solo, Su Majestad. Me preocupa que no se cuide lo suficiente -respondía Ángeles con dulzura, acercándose para ajustar las mantas sobre él, cada movimiento revelando su ternura.

Con el tiempo, Ángeles comenzó a enseñarle sobre el amor y cómo ser un buen novio, a pesar de las barreras impuestas por su enfermedad. Una tarde, mientras el sol se escondía tras el horizonte, Ángeles se sentó en la silla junto a la cama de Balduino, con una chispa traviesa en sus ojos.

-Hoy vamos a aprender algo nuevo -anunció, su voz rebosante de entusiasmo.

-¿Qué tiene en mente, Mi Lady? -preguntó Balduino, intrigado y dispuesto.

-Deseo que usted me enseñe un baile tradicional de la antigua Jerusalén -dijo ella, sonriendo dulcemente. La idea la emocionaba, y su alegría era contagiosa.

Balduino se quedó en silencio por un momento, recordando los bailes que solía disfrutar antes de su enfermedad. La idea de compartir esos momentos con Ángeles lo llenaba de anhelo, pero también de dudas.

-No estoy seguro de que sea prudente... -comenzó, preocupado por la posibilidad de contagiarla.

-¡Por favor! -interrumpió Ángeles, acercándose un poco más, pero manteniendo la distancia segura-. Solo deseo aprender. Y como una vez yo le enseñé aquel vals de mi época, ahora es su turno.

Él no pudo resistir su mirada llena de deseo de aprender, así que, con un suspiro resignado, accedió.

-Está bien. Le enseñaré lo que recuerdo. Pero primero, necesitará un espacio.

Ángeles se puso de pie y movió la silla, creando un pequeño lugar en el que podrían bailar. Con movimientos delicados, Balduino le mostró cómo posicionar sus manos, cómo moverse con gracia a pesar de las limitaciones de su cuerpo.

-Este es un baile que solíamos hacer en las celebraciones -comenzó, su voz llevada por la nostalgia-. Se llama el "Baile del Cordero".

Ángeles se rió suavemente, imaginando la escena de un banquete en el palacio, lleno de risas y música.

-Muéstreme, por favor -insistió, y Balduino, aunque con cierto nerviosismo, comenzó a guiarla a través de los pasos, imitando los movimientos con cuidado.

A medida que él le enseñaba, Ángeles lo observaba con admiración, sintiendo que cada paso era un acercamiento más a su corazón. La conexión se intensificaba con cada movimiento, y aunque no podían tocarse, el aire entre ellos vibraba con una energía palpable. Cada vez que él le sonreía, un cálido cosquilleo recorría su interior, y el deseo de estar más cerca de él se volvía casi abrumador.

Después de unos momentos de práctica, Balduino, con un leve rubor en sus mejillas, se detuvo. La intensidad en su mirada, oculta tras la máscara de plata, llenaba la habitación. No había necesidad de palabras para que Ángeles sintiera lo que él deseaba expresar, pero aún así, lo dijo.

Mi ÁngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora