Chapitre vingt-cinq : Le jeu de la Haute Cour

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La noche anterior, el viento susurraba en el jardin del palacio mientras Balduino y Ángeles aunque físicamente separados, sus corazones latían en sintonía. Ninguno de los dos podía conciliar el sueño con facilidad; en la quietud de la noche, solo había espacio para pensamientos del otro. Balduino, se permitía una sonrisa al pensar en Ángeles. Y ella, la mujer que lo había traído de vuelta a la vida, se aferraba a la calidez de su recuerdo antes de rendirse al sueño.

Cuando el amanecer se asomó tímidamente por el horizonte, Ángeles se despertó con el corazón acelerado. Sabía que el día que tenían por delante sería crucial. Se levantó y se dirigió a un vestido que Rosario, había confeccionado especialmente para ella. Un vestido que irradiaba elegancia y valor, dos cualidades que necesitaría para enfrentar las miradas y murmullos de la corte. Era un vestido de color marfil, adornado con delicadas bordaduras doradas que resaltaban su porte. Ángeles se miró al espejo, su reflejo mostrando una mezcla de nerviosismo y determinación.

"Hoy seré fuerte," se prometió en silencio.

Cuando estuvo lista, respiró hondo. Sabía que no solo iba a caminar hacia una confrontación política; iba a defender algo mucho más grande: el amor que compartía con Balduino.

La primera luz del amanecer se filtraba por las ventanas del palacio, proyectando sombras largas y profundas en los pasillos. Balduino, ya vestido con su atuendo de rey, antes de colocar su mascara miraba su reflejo en el espejo. Su rostro, marcado por las cicatrices de la enfermedad, estaba sereno, pero sus ojos brillaban con una determinación feroz. Sabía que ese día enfrentaría a la Alta Corte, y que su relación con Ángeles ya no podría permanecer oculta.

La puerta de su aposento se abrió silenciosamente, y Ángeles entró. Al verlo, su corazón se aceleró. A pesar de su enfermedad, a pesar de todo lo que enfrentaba, Balduino irradiaba una fuerza que lo hacía sentir seguro. Él se giró, y por un momento, ambos se quedaron en silencio, observándose.

—No tiene que hacer esto solo —murmuró Angeles, acercándose a el y tomando su mano—. Sé lo difícil que será para usted, para nosotros.

—No estoy solo, Mi Lady —respondió Balduino con suavidad, entrelazando sus dedos con los de ella—. La tengo a usted. Y eso es todo lo que necesito.

El rey sonrió al decirlo, un gesto raro en él, pero uno que Ángeles había comenzado a ver con más frecuencia. La cercanía entre ellos era palpable, y por un momento, la gravedad de lo que enfrentarían esa mañana se desvaneció. Solo eran dos personas enamoradas, compartiendo un instante antes de la tormenta.

—Cuando termine esta reunión —dijo Balduino, inclinándose ligeramente hacia ella—, quiero que nos vayamos de aquí. Al menos por un tiempo. Solo usted y yo.

Ángeles lo miró, sorprendida por la propuesta.

—¿Y el reino? ¿ La Corte?

—El reino ha sobrevivido sin mí antes —replicó con una sonrisa irónica—. Y la corte… bueno, ellos necesitan recordar que no soy solo su rey, sino también un hombre.

Ángeles sintió un calor en su pecho. Balduino, con toda su solemnidad, estaba dispuesto a luchar por ellos. Y en ese momento, decidió que ella haría lo mismo, sin importar lo que dijera la corte.

—Si usted lo desea, estaré a su lado —susurró Ángeles, acariciando suavemente su mejilla lastimada.

Balduino cerró los ojos, inclinándose aún más cerca. Estaba a punto de decir algo más, cuando un golpe firme en la puerta los interrumpió. Inmediatamente se coloco su mascara.

—Majestad —la voz de Tiberias se escuchó al otro lado—, la alta corte está reunida. Están esperando su presencia.

Balduino suspiró y se apartó con pesar. El momento había terminado, pero no el sentimiento. Tomó la mano de Ángeles una vez más y la llevó hacia los labios de la mascara depositando un beso en sus nudillos.

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⏰ Última actualización: 12 hours ago ⏰

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